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Ha vuelto a suceder. Una vez más. Un nuevo tema de conversación ha circulado por los foros, bares, calles de nuestro país. Se han creado memes, gifs, ha habido hasta bromas sobre el tema. Me refiero al lenguaje, a nuestra lengua y a su adaptación a nuevas realidades.
Vemos como, últimamente, cientos de personas, en su mayoría hombres pero también mujeres se indignan o, lo que es peor, se niegan a realizar una posible adaptación de la Constitución al lenguaje inclusivo, como el propio director de la RAE, Darío Villanueva. Otros, viéndose incapaces de soportar tal afrenta, amenazan directamente con irse de la RAE. Vemos también como cientos de personas andan todo el día en foros y buscando vídeos y blogs que les den la razón en el tema lingüístico y, mientras, los estudiantes de lenguas y filologías nos preguntamos dónde han estado esas personas todo este tiempo mientras se nos miraba como frikis por sacar ese tema como debate limitándonos a comentarlo en la clandestinidad de la facultad (sniff). Más vale tarde.
Leo comentarios sobre que, por ejemplo, se utiliza “persona” y no “persono”, que si llegaremos a decir el absurdo de “policío” por “policía”, que se utiliza “artista” y no “artisto” y ningún hombre se enfada, que “presidenta” no es correcto porque decimos “el/la docente”, “el/la comerciante”, etc. Creo que voy a aprovechar la coyuntura para explayarme un poco en un tema que siempre me ha parecido muy interesante.
Para empezar, prácticamente las palabras que conocemos femeninas tales como “persona” o “naturaleza” tienen equivalentes en masculino: así tenemos por ejemplo “ser vivo” o “medio ambiente”. No pasa siempre, pero sí en muchísimos casos. Esto forma parte de la dualidad con la que interpretamos nuestro mundo entendida en dos sexos que se ve reflejado en nuestra lengua.
Ahora sí, nos remangamos, y para ello me gustaría comentar los ejemplos que me he ido encontrando para justificar la no adaptación de ciertas palabras al femenino.
Policía, en su origen, es una palabra de origen griego que significaba “gobierno de la polis” siendo adaptada al castellano como sustantivo colectivo. Es decir, tanto en su origen como en su evolución, “policía” se ha referido al cuerpo de la policía, siendo lo correcto decir para referirse a la persona un o una agente de policía, por lo tanto existiendo una forma para el masculino, otra para el femenino y otra para el colectivo. Con el paso del tiempo y dado que las lenguas tienden a economizar, ahora sí se recoge policía como sustantivo individual, pero es un uso bastante reciente. El caso del uso de la palabra “policía” es el típico caso que demuestra la adaptación de la lengua a formas más realistas en la comunicación. No he visto ningún drama con la evolución de esta palabra, ni en foros ni en debates. Sigamos.
Una teoría muy típica que me he encontrado es pensar que todas las palabras que acaban en –a son femeninas. Error. Tenemos cientos de ejemplos: mapa, problema, poema, programa, diploma, planeta, etc. Esto también sucede con las palabras que acaban en –ista; no, estas palabras no son femeninas por definición. Las palabras que acaban en –ista proceden del latín y a su vez del griego, se llaman palabras (más bien sustantivos) comunes en cuanto al género; es decir, el género no lo marca la palabra sino el artículo. En su evolución del griego al latín hasta el castellano no han cambiado su categoría gramatical, por lo tanto la regla de sustantivo de género común marcada por el artículo se ha mantenido. Por lo tanto, “artista”, “deportista”, etc. no son palabras femeninas. Sí, es muy curioso el tema del lenguaje y su evolución y adaptación al castellano, ¿a que sí? A pesar de todo esto, algunos sustantivos acabados en –ista eran únicamente definidos como masculinos hasta la vigésima tercera edición de la RAE del año 2014; es decir, en su definición solo especificaban el masculino como explicación del término. La RAE se modernizó, pero no tanto como pudiera parecer, y sigue habiendo sustantivos acabados en –ista que para la RAE son solo desempeñados por hombres, corto y pego:
Seminarista
A ver si el problema no son las palabras y sí quien las define. Llamadme malpensada.
Y, por último, he dejado el caso más repetido: “presidente” o “presidenta”. Leo por ahí a mucha y mucho entendido explicando que el sufijo –ente es característico de participios y los participios no se declinan en cuanto al género. El sufijo –ente, en su origen en latín era un participio, pero en su evolución al castellano ha adoptado la forma de adjetivo (“repelente”) o sustantivo (“presidente”) y en algunos casos –no en todos- siguen siendo palabras comunes en cuanto al género, igual que las acabadas en -ista. Puede ser que al haber evolucionado de un categoría gramatical a otra no haya reglas fijas, y agarrarse a la explicación del participio para no marcar el género no solo es incierta, sino que no pertenece a las reglas del castellano. Por lo tanto aquí nos encontramos ejemplos de marca femenina como: “asistenta”, “dependienta”, “infanta”, “regenta”, “parienta” o “parturienta”. Ninguna de las personas que se escandaliza por el “presidenta” se ha indignado ante ninguna de estas palabras. Raro, ¿no?
Una vez más nos planteamos si es una cuestión de poder o de querer. Las lenguas son construcciones sociales y culturales vivas, en constante cambio, en constante movimiento. Las lenguas reflejan realidades. Recuerdo un programa de Jordi Évole en el sudeste asiático donde entrevistó a varias trabajadoras de las fábricas que trabajan para grandes marcas occidentales. Resulta que en su lengua, el concepto, la idea de “vacaciones” (periodo de ocio o tiempo libre durante el que no se trabaja, remunerado y que es un derecho) no existe como tal. Al no existir ese concepto, no existía tampoco una palabra en su lengua que lo nombrara, que lo definiera. Es decir, cuando surgen realidades hasta un momento inexistentes, surge la necesidad de nombrarlas de alguna manera. Eso es lo que pasa con la palabra “presidenta”. Si hasta ahora no ha existido esa realidad, no ha habido necesidad de nombrarla o modificar la palabra y adaptarla. Pero si esa realidad pasa a existir, ¿Cuál es el motivo para no hacerlo?
El feminismo, fijaos qué cosas, o lo que muchas personas llaman “este feminismo de ahora” radical e incluso simplista, no se plantea este debate en cuanto a términos puramente lingüísticos, sino que ahonda en la parte sociológica y cultural que implica cualquier manifestación lingüística. Las lenguas no se han construido pensando en la mujer como parte igual de importante que el hombre en la sociedad. La realidad es que los hombres nunca han tenido problemas de acceso, por ejemplo, al mundo artístico. De ahí que una palabra en apariencia femenina como “artista” les haya representado durante siglos. Este tema es más una cuestión histórica de representatividad. “Jueza” ha surgido con el tiempo porque las mujeres tenían prohibido ir a la universidad. Hasta que esa realidad no fue posible no se planteó la posibilidad de adaptar la palabra juez a su forma femenina.
Me temo que para los puristas de la RAE y sus fans tenemos malas noticias: la lengua no es de la RAE, la lengua es de la gente, y así va evolucionando según surgen nuevas realidades. No veo a nadie indignarse por decir googlear, twittear, trolear (neologismos) o nadie se para a pensar que “fútbol” es un calco del inglés o que “aparcar” es un préstamo del inglés. Todas estas palabras no existían en nuestra lengua, quizás porque hasta que no llegó el fútbol de las Islas Británicas en nuestra península no existía un deporte parecido, por lo tanto se adaptó el sustantivo de la lengua original. Nadie se para a debatir sobre si “aparcar” es una palabra bien o mal usada porque es un verbo de origen inglés, porque fue en aquellos países donde se extendió el uso del automóvil de manera masiva. No veo foros, ni debates, sobre el calco marketing, teniendo en español su propio equivalente: “mercadotecnia”. O sobre la palabra “voleibol” cuando tenemos “balonvolea”. No, de eso no hay foros, ni debates, ni merece la pena “formarse” en blogs de dudosas referencias sobre el tema. Esos debates lingüísticos no merecen nuestra atención.
La lengua es tan de la gente que durante la historia el desconocimiento o la falta de acceso a la cultura no ha impedido que ciertas palabras se acaben imponiendo por una cuestión meramente de uso y se acaben aceptando por la sociedad en su conjunto. Por más que la RAE se niegue a reconocer “andé” como pretérito perfecto simple del verbo andar, no podemos descartar que en algún momento esa forma acabe usurpando o haciendo de lado a su forma correcta: “anduve”. Porque sí, lo que la lengua hace muchas veces es acabar imponiendo los vulgarismos, que no es más que el uso extendido de la lengua en las clases populares.
Porque aquí, a fin de cuentas, lo que importa, no es el lenguaje ni la lengua. Aquí lo que importa es que la mitad de la población estamos pidiendo que el lenguaje también nos incluya, que el lenguaje nos tenga en cuenta, que el lenguaje defina nuevas realidades de las que nosotras ahora sí formamos parte. Y aquí es donde, para muchas personas, surge el drama: >. Esa es la idea.
Les digo, desde mi perspectiva como mujer, si la lengua nos permite moldearla, adaptarla, enriquecerla, denme una sola razón para no hacerlo. Si de verdad creen que la lengua es un ente estanco que no debe evolucionar, quiero verles en los foros, en los debates en las barras cuestionando neologismos, calcos y préstamos y solicitando eliminarlos de nuestra lengua.
Me temo que no veré eso con mis ojos, porque me temo que la única razón que tienen para rechazar esta nueva adaptación de nuestra lengua a nuestras nuevas realidades sigue siendo el miedo a compartir espacios, en este caso el lingüístico, con las mujeres y querer conservar realidades anacrónicas y el poder sobre ciertos aspectos que hasta ahora eran solo de una mitad. En el fondo me da pena su visión del mundo unilateral. Estamos aquí, y no nos vamos a ir. Al igual que parecía imposible que una mujer fuera presidenta, por muy imposible que parezca la palabra, por sí sola, se acabara imponiendo, porque es la realidad la que obliga a las lenguas a adaptarse por más que se luche contra esa inercia. Y la realidad es que ahora, sí, estamos aquí. Y ya no nos vamos a ir.
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