El dios del trabajo
Llega el nuevo superhéroe americano. Esta vez bendecido desde el cielo protector: “Voy a ser el mayor productor de empleo que Dios haya creado jamás en la tierra”. El nuevo presidente de los Estados Unidos, que entronizan este viernes (un auténtico Black Friday de verdad), se ha erigido como un fabricante de puestos de trabajo ungido por la gracia de Dios, como el dólar. Donald Trump ha amenazado a las empresas que se vayan a México o China y ha prometido que todo volverá a ser como en los años cincuenta del siglo pasado. Obama, muy a su pesar, le ha dejado el paro en mínimos históricos, la Bolsa en máximos históricos y un incipiente sistema de salud algo más justo que el sálvese quien pueda, propio del egoísmo e individualismo de la sociedad norteamericana.
Este grosero parlanchín le achacara al pobre Obama, vía Twitter, las culpas de todo lo malo durante su mandato; lo bueno, sea de quién sea, se lo apropiará sin miramientos. Aquí, en España, incluso en la esfera local, tenemos sobrados ejemplos de ese refinamiento en las artes de manipulación. Según Trump volverán a fabricarse coches y fármacos en su país. México, parapetado tras el dichoso futuro muro, puede ir olvidándose de las inversiones extranjeras, sobre todo de las de su vecino del norte.
El nuevo presidente oculta que casi la mitad de las principales ocupaciones del país tienen un alto riesgo de automatización. Los pronósticos apuntan a que en los próximos veinte años, Estados Unidos perderá 80 millones de puestos de trabajo. ¿Necio? ¿Ingenuo? ¿Mentiroso compulsivo? El nuevo rey del trabajo, el nuevo Midas de los puestos de trabajo, el nuevo Mister (con taparrabos) del Curro 2017, nos está vendiendo otra patraña más. Sus afirmaciones son gratis y la gente se las compra con frenesí. Él, mientras, a los suyo: a colocar a ricachones de Goldam Sachs, familiares y ultras recalcitrantes en la sala de operaciones del destructor más grande del mundo. Por cierto, en Gran Bretaña también se prevén 15 millones menos de empleos en esos veinte años malditos laboralmente. Teresa May se ha envuelto en la bandera del Brexit para ganar una prórroga más a su mandato. Británicos y estadounidenses ya tendrán tiempo, seguro, de arrepentirse por sus veleidades electorales.
Nuestros hijos, los millennials, una generación que comprende a los actuales jóvenes de entre 18 y 33 años, saben ya, amarrados a su smartphone, que no van a tener un trabajo para toda la vida. Van a sobrevivir haciendo bolos laborales, minitrabajos a salto de mata. Es lo que hay y es lo que Trump esconde. El todopoderoso presidente, es ajeno a esos problemas de la plebe: ya ha puesto a mandar a sus hijos en su imperio económico, al menos de boquilla, la suya. El dios del trabajo promete algo que sabe no podrá cumplir. Nada volverá a ser como antes. Puede que Occidente, Europa, el primer mundo, añore pronto a Obama. Ahora que comienza la cuenta atrás del lanzamiento al espacio de la política internacional del estafador más grande del mundo, nos damos cuenta que un telepredicador barato ha hipnotizado a unos nostálgicos de una vida (“sólida” que diría Bauman) que ya no existe y que orbitaba en torno al trabajo, el coche, la familia, los sábados de barbacoa y unos pocos días de vacaciones.
Internet, las tecnologías de la información y la comunicación (las TIC), las impresoras 3D, la nanotecnología, la inteligencia artificial o lo que se les ocurra a cuatro visionarios más en los próximos años van a fulminar el nuevo sueño americano del engatusador tío Donald. Lo mejor que nos podría pasar es que el nuevo presidente de los EEUU pierda su empleo cuánto antes. Cuánto antes se quede en el paro ese político grosero mejor para todos. De lo contrario esperaremos pacientemente a que llegue 2.020; si bien igual su cargo queda en manos de un robot más fiable y con más inteligencia, aunque sea artificial, que ese majadero ricachón que recuerda mucho, demasiado, por desgracia, a unos de por aquí. Ya les vale.
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