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CV Opinión cintillo

Un artículo de ridículo y vacío

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El duermevela político del mes de agosto permite, entre sus numerosas ventajas, ajustar la nitidez del zoom con el que enfocamos el día a día institucional. Trato de convencerme de que desde la política somos responsables no solo de gestionar los recursos económicos que compartimos, sino también de dotar a quienes representamos de confianza, esperanza y felicidad. Pero hoy en día no hay que ser muy sensible para mirar al teatrillo político y no tener una única sensación: la del ridículo. 

Resuena demasiado estos meses a modo de penitencia la frase de Tarradellas de que “en política es pot fer tot, menys el ridícul”. Da igual que sea con las andanzas de Puigdemont o con temas tan vitales como la inmigración o la vivienda; da igual que sea para la fiscalización de gobiernos anteriores o el divorcio de los gobiernos actuales. La sensación común es el ridículo.

Se empieza a asimilar que el ridículo es parte consustancial de la política, que una hipérbole llamativa, la sandez del día o el exabrupto barriobajero es un componente casi natural de la rutina política. Ya ni extraña ni sorprende.

Pero a esta sensación común y casi universal –porque da igual que mires a Francia, a Estados Unidos, a Venezuela, al este de Europa o a Oriente Medio-  solo se supera con un ingrediente autóctono que caracteriza la política autonómica actual: la despolítica.

El término lo acuñó ya en 2011 Almudena Grandes definiéndolo como “la acción u omisión que permite contrariar, desvirtuar o vaciar de contenido la función para la que ha sido elegido un cargo público”. No veo mejor forma de definir la gestión del gobierno autonómico. Se renuncia a la gestión que es tu competencia para enarbolar como acción política únicamente el antisanchismo, el antiximismo y anticatalanismo. No necesita más.

Hemos pasado un año viendo cómo el gobierno valenciano ejerce esa santísima trinidad aplicando una política homeopática que solo busca el efecto placebo cortoplacista. Una fórmula que no tiene contraindicación con la incertidumbre que sufrimos pero que deja al paciente ciudadano en lista de espera mientras nos curamos de los males del ridículo general y la despolítica particular.  

Que empiece la temporada de teatro institucional, donde no se programa ninguna obra que dote de esperanza e ilusión al penitente espectador. De momento tendrá que conformarse con numerosos reestrenos y secuelas de películas ya vistas, con un “molt honorable” protagonista principal que tiene muy claro su guion adaptado. Experiencia en los escenarios no le falta. El espectáculo debe continuar.

  • Toni Gaspar es portavoz adjunto del PSPV-PSOE en Corts Valencianes
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