De Ghana a Benimaclet: una realidad amarga
Hace ya unos cuantos años, demasiados, que las ruinas de la fábrica situada junto al cementerio de Benimaclet son utilizadas como infravivienda (sin agua corriente, sin luz eléctrica) por una veintena de ghaneses que se ganan honestamente la vida como pueden: con la chatarra, de gorrillas aparcacoches, en la recolección de todo tipo de frutas… A veces incluso bajo la cobertura de un contrato de trabajo. Para algunos es su residencia permanente, para otros una etapa más en su éxodo migratorio, y otros la usan como campamento base al volver de la pera de Lleida y antes de incorporarse al tomate de vaya usted a saber dónde.
Hace unos días ha muerto uno de ellos repentinamente mientras conversaba con un compañero, razón por la cual han vuelto a ser noticia en los medios de comunicación, ya que es la tercera persona de esa colonia que muere en lo que llevamos de año. La Asociación vecinal de Benimaclet, de cuya Junta directiva formo parte, considera que debe aprovechar esta circunstancia para hacer la reflexión que sigue.
Nuestra asociación ha intentado en diversas ocasiones echar una mano a esta gente, en general con poco éxito, pues intentan pasar desapercibidos evitando en la medida de lo posible el contacto con el vecindario. La última vez que pudimos hacer algo por ellos fue en 2020 durante el confinamiento, cuando fuimos varias veces a llevarles bolsas de comida. Hasta que el pasado mes de febrero, con pocos días de diferencia, murieron dos de ellos. Uno como consecuencia de un cáncer por el que recibía cuidados paliativos en un centro para enfermos terminales que abandonó voluntariamente para ir a morir entre los suyos. El otro también de forma repentina a causa de no sabemos a ciencia cierta qué. Fue con motivo de estas dos muertes cuando decidimos coger el toro por los cuernos y actuar en dos direcciones a la vez: solicitando formalmente al Ayuntamiento de Valencia que se implicara en el asunto y acercándonos a nuestros vecinos ghaneses salvando los obstáculos que hubiera que salvar.
Así, por fin hemos conseguido conocerlos un poco mejor y tomar conciencia de la variedad de situaciones y problemas a que nos enfrentamos. Algunos llevan en España más de 15 años, otros sólo unos meses; algunos están regularizados, otros lo han estado, pero sus papeles han caducado y no han podido o sabido renovarlos; hay quien ni siquiera se ha atrevido a intentarlo por miedo a ser expulsado. Algunos apenas ganan lo justo para sobrevivir, otros pueden ahorrar y enviar dinero a su familia. Casi todos confían en poder volver a su país algún día.
Nueve meses después, ahora mismo, no podemos decir que los problemas de esta gente ya están solucionados, pero algo hemos avanzado. Tienen derecho por ley a disponer de una cuenta bancaria a coste cero, imprescindible para ciertas cosas, pero las entidades financieras suelen desentenderse del asunto alegando todo tipo de excusas de mal pagador. En Benimaclet sólo han podido hacerlo ─acompañados por uno de nosotros─ en la oficina de Ibercaja, gracias a la profesionalidad y humanidad de la empleada que nos atendió haciendo lo que había que hacer para resolver el problema. Les estamos dando clases de lengua castellana, acompañando en sus gestiones ante las diferentes administraciones públicas para que les atiendan como es debido sin pasarse la pelota de una a otra, intentando vincularlos al vecindario, integrarlos en algún dispositivo de formación, que les dejen empadronarse (objetivo este último ya conseguido gracias a la actuación de los servicios sociales municipales)… Todo ello a fin de que en algún momento puedan demostrar su arraigo, acceder a un Número de Identidad de Extranjero (NIE) provisional y conseguir los ansiados papeles que les permitan dejar de ser ilegales.
La reciente tercera muerte (atribuida de manera precipitada a la llegada del frío por algún medio de esos partidarios de aprovechar cualquier ocasión para hacer ruido) ha servido también para que desde Servicios sociales municipales se convocara a los habitantes de la fábrica y a las organizaciones que trabajamos con ellos para discutir posibles alternativas de alojamiento. La propuesta de reubicación provisional en un albergue municipal no ha sido aceptada por nuestros vecinos ghaneses por razones muy comprensibles que nuestra AV comparte. Entre otras porque dejar un lugar de residencia estable, por muy infravivienda que sea, por otro provisional que no saben en qué momento tendrán que abandonar, les genera una gran incertidumbre; porque el inevitable régimen semicuartelero de todo albergue es difícilmente compatible con horarios laborales como los de los jornaleros agrícolas; y porque da la casualidad que son como nosotros y también les gusta vivir a su aire en su propio domicilio, sobre todo cuando pueden pagárselo.
Sí, a pesar de que son trabajadores pobres ─como tantos españoles─, algunos podrían pagarse un alquiler social compartiéndolo. Su problema, en este caso, no es que sean insolventes, sino africanos en vez de europeos y negros en vez de rubios. (Sí, negros, nada de “de color”; llamemos a las cosas por su nombre y olvidémonos de la hipercorrección política, ¿o es que los demás somos incoloros?). Su problema es que no hay muchos propietarios dispuestos a alquilar a un grupo de africanos negros.
Una asociación como la vecinal de Benimaclet puede hacer por estas personas lo que está haciendo y quizás algo más. Pero no puede facilitarles un hogar. A nuestro entender, la solución pasa por que la Administración competente les facilite el acceso a una vivienda pública en régimen de alquiler social o, en su defecto, les avale para que puedan acceder a una privada; y debe hacerlo antes de que llegue el invierno y, entonces sí, tengamos que lamentar que el frío y unas condiciones habitacionales inadecuadas acaben provocando otra desgracia. ¿Cuántos subsaharianos más tienen que morir para que estas cosas no vuelvan a suceder?
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