Mark Zuckerberg y la paradoja de la libertad de expresión
“Comencé a construir las redes sociales para darles a las personas una voz. Pero muchas cosas han cambiado en los últimos años”. Así comienza Mark Zuckerberg el discurso con el que anuncia la supresión del programa de verificación de datos en las plataformas de Meta. Un discurso cargado de paradojas: mientras habla de libertad, recurre a bulos para justificar una decisión que beneficia a quienes propagan la desinformación. La pregunta que no puedo evitar hacerme es: ¿en qué momento la verificación, el freno a los bulos y la protección frente a noticias no contrastadas empezaron a verse como censura?
Zuckerberg no tarda en echar balones fuera. En su intervención afirma que “gobiernos y medios tradicionales han presionado cada vez más para censurar contenido”. Y, por supuesto, en esta afirmación deja libre de culpa al gobierno estadounidense, mientras se ensaña con regiones como Europa, a quién acusa de poner “restricciones” a la libertad de expresión, con ese empeño por perseguir los bulos y la desinformación. El propietario de Meta acaba el discurso ofreciendo su colaboración a Donald Trump, quien volverá a ocupar la Casa Blanca este próximo 20 de enero, por si todavía alguien dudaba de que la decisión de eliminar a los verificadores de datos y sustituirlos por un sistema de notas comunitarias estuviera libre de tintes políticos.
El poder siempre ha querido controlar los medios de comunicación. Eso no es nuevo. Lo preocupante ahora es que nos vendieron la idea de que esta vez sería diferente, de que por fin la comunicación sería libre, como proclama Zuckerberg. Las redes sociales nos hicieron creer que la conciencia popular estaba al mando, que con ellas escapábamos del “yugo” de los medios tradicionales, que al fin teníamos una libertad de expresión auténtica, inmediata, sin barreras geográficas ni censura. Pero, ¿a qué coste?
Meta, la empresa de Zuckerberg, ha decidido eliminar su programa de verificación de datos para implantar un sistema similar al de X (antes twitter). Esta decisión no es un hecho aislado; expertos y estudios llevan tiempo alertando de los efectos: más bulos, más desinformación, más polarización. Por su parte, Elon Musk ha convertido X en un altavoz para la ultraderecha, con un algoritmo que amplifica discursos extremistas, polarizantes y noticias falsas que rara vez son desmentidas o eliminadas.
Los medios han cambiado, los formatos también, pero el juego del poder sigue siendo el mismo. Lo que antes representaban magnates como el archiconocido Rupert Murdoch ahora lo encarna Elon Musk, pero con una estrategia y una tecnología mucho más refinadas. En Estados Unidos es habitual asociar a un medio con la figura de su dueño. Esa conexión siempre ha existido, pero ahora es más sutil, más peligrosa.
El poder nunca deja de evolucionar, y la tecnología tampoco. Al fin y al cabo, como decía Marshall McLuhan, “el medio es el mensaje”. La forma en que recibimos la información moldea inevitablemente nuestra percepción de la realidad. Por eso es crucial entender cómo las redes sociales han transformado no solo la manera como nos informamos, sino también quiénes somos como usuarios y ciudadanos.
No podemos limitarnos a ser víctimas pasivas de desinformación; tenemos la responsabilidad de exigir herramientas, derechos y mecanismos que nos protejan de los bulos y que garanticen un acceso más transparente y seguro a la información. Facebook es todavía la red social más visitada, con más de 33 millones de usuarios al mes en España. Instagram, también propiedad de Meta, es la plataforma donde pasamos más tiempo: 46 minutos diarios de media, según un estudio de GfK DAM. Si dedicamos tantas horas a estas plataformas, ¿no deberíamos demandar también mayores garantías en la moderación de contenidos?
Un algoritmo de desinformación
El anuncio de Meta y la paradoja de la libertad de expresión llegan en un contexto político ya suficientemente convulso. El causante tiene nombre y apellidos: Elon Musk. El CEO de X se ha propuesto interferir en el torbellino de elecciones que se espera en Europa en los próximos meses. Su primer objetivo ha sido Alemania, donde el magnate se ha mostrado abiertamente defensor del partido ultraliberal Alternativa para Alemania. Todo empezaba, cómo no, con un tweet: “Solo la AfD puede salvar a Alemania”, escribía a sus más de 200 millones de seguidores en la red social de la que es propietario.
El canciller alemán, Olaf Scholz, no tardó en mostrar su preocupación ante la posible injerencia en las elecciones que se celebrarán el próximo 23 de febrero pero, no ha sido el único. También se han manifestado el presidente noruego, Jonas Gahr; el primer ministro británico, Keir Starmer, y el presidente francés, Emmanuel Macron, quienes acusan a Musk de promover la desinformación para favorecer a partidos populistas e influir en la política interna europea.
La Ley de Servicios Digitales de la UE, diseñada para garantizar la transparencia en la moderación de contenidos, ha puesto a X bajo escrutinio. Según la Comisión Europea, la plataforma incumple los requisitos básicos, dejando claro que la desinformación alimentada por algoritmos se ha convertido en un problema estructural. ¿Es esto lo que Zuckerberg denomina “restricciones a la libertad de expresión”?
No rendirse al algoritmo
La cuestión no es abandonar de un día para otro estas plataformas, sino que, como dijo el presidente francés Emmanuel Macron, “este es el mundo en el que vivimos ahora y en el que tenemos que ejercer la diplomacia”. En este escenario donde los algoritmos marcan las reglas, recae en los profesionales de la comunicación, los partidos políticos y las instituciones la responsabilidad de no rendirse ante un juego que amenaza con desbordar la ética.
Todavía no sabemos hasta dónde puede llegar el poder de la desinformación en las redes sociales y falta ver la evolución de este nuevo sistema de moderación de contenido, pero como consultora en comunicación os puedo garantizar que las cartas todavía no están echadas. No cederemos al algoritmo, le plantaremos cara, aprenderemos a manejarlo con la mejor herramienta con la que contamos: la estrategia.
Es aquí donde más pesa nuestro compromiso con la veracidad, la honestidad y el derecho a una sociedad bien informada. No basta con ajustarse a las dinámicas impuestas por las grandes plataformas; como creadores de contenido, los gobiernos, los ayuntamientos, los partidos políticos y las instituciones deben aspirar a una comunicación que devuelva a la ciudadanía el control sobre su acceso a la información. Tenemos ese poder.
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