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Sobreviviendo al binarismo

Àlex posando a cámara.

Leila El Moudni Guerrero

1 de enero de 2024 23:56 h

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Àlex tenía doce años cuando se dio cuenta de que no estaba conforme con su cuerpo. El late night de José Mota, Ahora vas y lo tuiteas, ofreció unas declaraciones de un chico trans que contaba su experiencia con esta identidad de género. “Me abrió los ojos y empecé a replantearme la mía”, comenta.

Eso ocurrió en 2014, cuando la ley y los derechos de este colectivo eran inexistentes, invisibles y estaban desamparados a nivel institucional y social. Àlex Peinado se vio reflejado en esa imagen y decidió empezar su transición: “Masculinizó” su aspecto y cambió radicalmente su expresión de género.

“Me corté el pelo, dejé de lado los vestidos y la ropa 'femenina”, explica mientras enlaza sus dos manos.

No obstante, la disforia de género continuó presente en su día a día. “Hay personas que seguían llamándome 'M', como si no hubiese transicionado, otras que lo habían asumido bien y hay quienes me examinaban sin descaro”. Sus padres tardaron en comprenderlo.

“Mi abuelo, de 80 años, me aceptó desde el primer momento que salí del armario como chico trans”, explica a la vez que su mano derecha se acerca al interior de la riñonera y saca un paquete de tabaco para pausar el momento.

Su madrastra se enfureció cuando Àlex tuvo el valor de expresar su verdadera identidad: “Me empezó a gritar y mi padre se quedó paralizado mirándome con ojos de mi hija ha muerto. Me dolió que no me entendieran”.

José Manuel Bonet Baixauli, especialista en psicología afirmativa LGTBI y coordinador de este servicio en el gabinete Psicofel, y German Felpeto, director del gabinete, subrayan la importancia de sentirse querido en el entorno familiar con el fin de desarrollar un sentido de pertenencia con tu núcleo más cercano: “Si esta necesidad no está cubierta cuando somos niños, podemos desarrollar esquemas problemáticos y modos desadaptativos de relacionarnos con los demás cuando seamos adultos”. Añaden que este rechazo provoca que un niñe o adolescente no binarie esté desprotegido por sus familiares cuando padece bullying LGTBIfóbico en el colegio.

Àlex asegura que no tuvo referentes trans ni material audiovisual que lo acompañaran en ese momento de soledad identitaria. “Me refugié mucho en la música y había una canción que escuchaba siempre, The village de Wrabel, que decía no 'hay nada malo en ti, solo con el pueblo'. Me transmitía que yo estaba bien”, comenta.

Recuerda 2019 como el año en que comenzó a ver personajes trans en plataformas de streaming: “Fue en la serie Euphoria, pero no me gustó el papel que le asignaron a la actriz. Mostraba una realidad cruda y complicada. Me hubiese gustado ver un referente al que no le ocurre nada malo”.

Durante la ESO, el instituto fue su apoyo más crucial. Estaba matriculado en un colegio de monjas. Un día la orientadora acudió a una de las aulas en las que se encontraba Àlex y les empezó a repartir una prueba que los psicoanalizaba mediante cuestiones personales.

“Una de las preguntas era si te sentías a gusto con tu género y puse que no. Después de ello, los docentes se reunieron conmigo para saber cómo me encontraba y estuvieron a mi lado en el inicio de mi proceso”.

Sus ojos no pasan desapercibidos. El delineado negro que se ha dibujado en el párpado inferior reclama no quitar la mirada de su rostro, que se tensa cuando la sonrisa se interfiere entre los vocablos que dedica a su novio.

“Por suerte conocí a mi pareja. Me animó a ir al psicólogo porque sentía que estaba sumergido en una depresión muy aguda”, explica. “Nunca me había parado a analizar mi situación. Tener pensamientos suicidas siempre me había parecido normal”. Tuvo que tantear diferentes consultas de psicólogos para encontrar el adecuado. “Me comunicó que debía cortar algunas relaciones que me suponían un hundimiento mental grave”.

Àlex cuenta que en 2018 decidió contactar con Lambda, asociación pionera en la defensa de los derechos LGTBIQ+ en Valencia. Participó en un grupo de jóvenes trans que hacían actividades conjuntas, pero no llegó a encajar: “Sentía que era una segregación porque parecía que no pudiese tener amigos de otras identidades”.

Es consciente de que puede servir como herramienta para otras personas que necesiten ese apoyo, pero él se vio sumergido en una especie de gueto. “Yo acudía al servicio Orienta, una oficina pública que ofrece recursos para personas LGTBIQ+, pero empezó a suponerme una carga mental y decidí no ir más porque me molestaba que no pudiese confluir con otras personas que no fueran trans”.

Peinado defiende la necesidad de fomentar instrumentos para incluirlos en el mundo: “Si nos dejan en un margen, lo estaremos para siempre. No somos una cosa aparte, yo también pertenezco a la esfera social y puedo relacionarme con personas cis”.

En julio, Lambda decidió crear un grupo concreto para personas NB (no binarias). Hoy en día está compuesto por diez miembros, pero habitualmente suelen ser seis o cinco quienes participan en las charlas. El nacimiento de esta comunidad surgió por la motivación de cuestiones que afectan de forma estructural a un grupo poblacional, como la “salida del armario” de cada une, los puntos de la ley trans o la normativa lingüística española.

“Sirve como una red de apoyo porque, al fin y al cabo, son personas que pueden tener las mismas vivencias o inquietudes que tú. Solemos buscar referentes, textos o cuestionar problemáticas para ponerlas en común”, explica Amorós, coordinadore del grupo NB de Lambda.

Elle insiste en que la asociación vio imprescindible la creación de este espacio para las personas NB, por lo que se adhirieron algunas del grupo de las personas trans y otres del grupo de sensibilización. Varios de los interrogantes que suelen situar en el centro del foco es la falta de documentación por parte de los centros sanitarios, el miedo de acudir a una unidad de policía a denunciar una agresión lgtbifóbica o el modo de reivindicar su existencia.

Su proceso de hormonación empezó en 2019. La vía más eficaz para reducir la disforia y encajar en un modelo de aceptación masculina era iniciar un tratamiento de testosterona para notar algunos de los efectos más directos y visibles como la voz o el vello facial.

En aquel momento, Peinado estaba cursando bachillerato en el IES Tirant lo Blanc de Torrent. En su documento nacional de identidad continuaba figurando su anterior nombre, pero con la ley 8/2017 del reconocimiento del derecho a la identidad y a la expresión de género en la Comunitat Valenciana, podía modificarlo en centros educativos y sanitarios independientemente del cambio en el Registro Civil.

“Acudí al instituto a modificar mi 'deadname' y el director no sabía cómo se gestionaba. No puso ninguna pega… cogió un bolígrafo y tachó mi antigua identificación de la lista de alumnos”.

La primera vez que recibió una inyección de testosterona fue en el ambulatorio de su localidad. Tras ello, la enfermera le explicó cómo debía hacerlo en casa para que fuera más cómodo y no acudir mensualmente al centro de salud: “Debía pincharme cada tres semanas, tal y como me había indicado mi médico. Nunca me llamaban para pasar revisión. Fui a una nutricionista que ofrecía la Unidad de Género de Valencia para vigilar el cambio de grasa en mi cuerpo”.

Entrar en la carrera de Filosofía le había abierto un mundo paralelo al que no estaba acostumbrado a presenciar en la sociedad, a cambiar su mirada sobre las bases del género y sexo normativos.

Testo Yonqui fue el libro que marcó un antes y después en la percepción de Àlex sobre su cuerpo. El autor, Paul B. Preciado, relata un autoexperimento que lo lleva a aplicarse testosterona (en su proceso de transición) para estudiar la realidad farmacopornográfica controlada por el capitalismo, que lo lleva a analizar cómo la biopolítica domina la vivencia individual de cada persona.

“Me lo recomendó una amiga que iba conmigo a clase. Me 'abrió los ojos' respecto a la estructura que sustenta el proceso hormonal y me hizo replantearme mi caso. Decidí ir en contra de administrarme esas sustancias y amar más mi cuerpo porque al fin y al cabo nunca había estado mal ni era incorrecto”.

Àlex empezó a alejarse del dualismo de género y fue comprendiendo el término ‘no binarie’. Descubrir a Preciado le hizo entrar en una espiral de autosuministro sobre el tema, lo que le permitió indagar en textos de otros autores, como Judith Butler, en los que el sentido del “género” se deconstruye en base a argumentos que se fundamentan en la Teoría Queer.

“Por todo ello, empecé a sentir insatisfacción con la testosterona, pero como había luchado tanto para tenerla y que se me aceptara como hombre, iba posponiendo esa idea porque me provocaba temor”, explica. En agosto de 2021, Peinado dio el paso y decidió alejar de su vida de manera proporcional esa cajetilla de Testex que lo anclaba en un género que enmascaraba partes suyas.

“He tomado decisiones médicas por mi cuenta, porque los propios expertos no estaban concienciados sobre los efectos de la testosterona ni con el tratamiento con personas trans. Te comentan lo típico: te crecerá barba, te cambiará la voz, dejarás de menstruar, la grasa se distribuirá y tendrás más masa muscular”.

Esta experiencia no es un caso ajeno ni concreto: el primer estudio estatal elaborado en 2022 sobre las personas no binaries muestra como el 45% de las personas entrevistadas destacan haber sufrido algún tipo de discriminación en el ámbito sanitario.

Juan Carlos Lorite, médico residente de endocrinología en el hospital de Leganés (Madrid), asegura que la falta de sensibilización ocurre porque en la carrera de medicina no se indaga en las personas trans ni en su salud: “Es muy triste que ocurra eso. Todo lo que conozco de salud transgénero lo he aprendido durante la residencia (la prueba para llegar a ser médico). Es necesario incluirla en la formación médica. De hecho, me atrevería a decir que la mayoría de los facultativos no saben diferenciar la identidad de género del sexo biológico”.

Abandonar la testosterona supuso para Àlex la aparición de multitud de interrogantes sin respuesta que le hacían replantearse su bienestar: “¿Si dejas de hormonarte, estás apartando tu salud?”. Los dos endocrinólogos que le tocaron demostraron la falta de experiencia y conocimiento sobre este colectivo. “Los especialistas empezaron a preguntarme que ahora cómo quería identificarme, que si volvía a ser mujer…”.

Lorite aclara que suele ser infrecuente que las personas trans o NB suspendan el tratamiento y añade que muchos de los efectos que se obtienen son reversibles: “Sea cual sea el motivo del cese, y con un adecuado seguimiento médico, no supondría ningún problema para la salud del paciente”, comenta e insiste en que los chicos trans pueden padecer efectos secundarios como el ovario poliquístico, la endometriosis y el aumento de la tensión arterial, pero que suele ser en situaciones excepcionales.

El día que el cirujano lo llamó, Àlex cambió los parámetros que había establecido en su mente. Tras un largo período en la lista de espera de la mastectomía, el médico le comunicó la cita del operatorio. Su respuesta fue contundente: “No voy a realizármela, no estoy seguro”. Había estado recapacitando y tenía claro cómo quería reflejarse. Sabía que su cuerpo no debía modificarse. No había nada que corregir.

Los libros, las nuevas relaciones sociales y el conocimiento de otras identidades activaron la percepción que tenía sobre sí mismo. El no binarismo empezó a formar parte de su vocabulario, y especialmente, de su realidad, de cómo se proyectaba ante los demás, de la comodidad con su cuerpo.

“Con la identidad de mujer, dejaba partes mías atrás, y con la de hombre me ocurría lo mismo. La presión de encasillarme entre un género u otro me generaba angustia. Con el no binarismo encontré mi libertad y podía ser quien quisiera”.

La primera vez que se atrevió a expresar su identidad fue en una quedada con amigas que conoció en la universidad. El alcohol, protagonista del momento, le ayudó a relativizar el miedo que sentía a la hora de comunicarlo. “Me dijeron que ya lo sabían. Me quité un peso de encima”, dice mientras se coloca uno de los anillos de la mano derecha gesticulando con mucho nerviosismo. “También se lo confesé a mi pareja y tras ello, dejé de 'salir del armario'. Empecé a vivir”.

Juana apareció en la vida de Àlex cuando más se necesitaban. Un seminario de lectura con el mismo grupo de amigos de Filosofía propició que su relación se solidificara en la librería ‘Primado’, de Valencia. “Ella hacía unos directos de Instagram en la librería, llamados el Ministerio de Cultura, en los que hablaba de temas sociales o se hacían recomendaciones de lecturas, y ello, hizo que nos conociéramos más”, destaca Peinado. Encontraron su unión en los miles de libros que configuran el establecimiento de Pepe, dueño de ‘Primado’, y en los mismos autores con los que Àlex descubrió su verdadero “yo”.

“Con 17 años empecé a leer el Manifiesto contrasexual de Preciado y ahí averigüé lo que significaba no binario. Empecé a entender el porqué de pequeña me gustaba estar en ambientes alejados de mi identidad asignada al nacer o me pintaba los labios. Y no estoy diciendo que eso determine un género, sino que puede definir una cosa diferente a cómo la gente quiere que seas”, explica Juana.

Nativa de Albacete, hace cinco años eligió Valencia para cursar sus estudios de filosofía. La carrera le permitió informarse en profundidad sobre el género y descubrir personas del entorno queer. Ese apoyo permitió que pudiera barajar la posibilidad de ser no binarie y decidió escoger los pronombres femeninos.

Su entorno familiar desconocía que su hija ahora se llamaba Juana. Intentó comunicarlo varias veces, pero el pánico pudo apoderarse de su voz. Fue en la graduación de la carrera cuando se dieron cuenta del cambio de nombre: “Vieron mi diploma y me dijeron: ¿Y esto? Les aclaré que era mi nombre y me respondieron con un monosílabo. Hace seis meses de esa conversación, la única que hemos tenido sobre el tema”.

“La gente suele tratarme en femenino y los que se interesan por mis pronombres suelen ser personas LGTBIQ+, pero hace unos días me cambié de psicóloga y me preguntó cómo me identificaba. Lo agradecí porque es un entorno en el que te tienes que sentir con mucha seguridad para poder abrirte”.

Juana confiesa que cuando transita por la calle de noche intenta disimular su expresión de género: “Cuando noto que no estoy segura, intento colocarme la ropa para que se vea más masculina”.

El 81% de las personas entrevistadas en el estudio aseguran haber usado el passing (identificarse con uno de los dos géneros hegemónicos para no sufrir discriminación) como recurso en espacios públicos. Peinado es consciente de lo que ha supuesto este término en su vida: “Lo he usado como método autodefensivo cuando me identificaba como hombre trans”. Insiste en que fue uno de los aspectos que más le fatigaban.

“Creo que la mayoría de los chicos trans pasan por una etapa machista simplemente por encajar en la masculinidad tóxica. Lo haces por protección, porque nos sentimos inseguros por nuestro cuerpo, y cuando los demás no nos ven como iguales, lo que generamos es la desaparición de quiénes somos”.

Àlex no le da mucha importancia a su identidad. Ahora prefiere no justificar constantemente quién es o los pronombres que suele usar. “Me resulta violento estar incidiendo en el género. No voy con una pancarta mostrando cómo me determino. Las personas cisheterosexuales no lo hacen, nosotras tampoco deberíamos”.

Las etiquetas son marcas que Peinado prefiere evitar. En su mente no son obligatorias, no las necesita y prefiere vivir sin ellas. Entiende que otras personas las necesiten para ser felices. “Solo las usamos aquellos individuos que no pertenecemos a un sistema normativo”, comenta.

Uno de los episodios relacionados con la catalogación de las identidades disidentes le ocurrió un fin de semana cuando ejercía de scout de pioneros en la agrupación de Pas de Pi en Alaquàs. Mandó un test LGTBIQ+ a un grupo de niñas de entre 13 y 16 años y se sorprendieron de un término desconocido en su vocabulario: persona cis. “Saben quién es el diferente, pero no conocen a sus iguales porque no necesitan encasillarse. La vida está hecha para estas personas normativas”.

Juana piensa que en una sociedad es necesaria la existencia de un sentimiento de comunidad. “Se va a categorizar sea como sea para diferenciar quién pertenece a un colectivo y quién no”.

El psicólogo experto en Psicología Afirmativa LGTBI considera que las etiquetas pueden servir en etapas como la adolescencia, donde la persona está iniciando un proceso de autodescubrimiento, pero en la adultez quizás quieras que se te incluya en una realidad más global, en la que “además de ser persona no binarie, eres muchas otras cosas”.

Ir a la playa o entrar a un baño público son algunas de las odiseas a las que Àlex debe enfrentarse cada vez que acude a alguno de estos sitios. “Sufro odio por las dos vertientes: si me ven barba, soy un hombre y me tratan en masculino, pero si ven barba y tetas en la playa, por ejemplo, se escandalizan. Muchas veces me han preguntado si me las he operado”, explica.

Su expresión de género resulta una preocupación a ojos de los demás. Vaya donde vaya las miradas le persiguen, críticas y notorias. El vello corporal junto a los senos son una combinación incompatible ante una sociedad tradicionalmente dual, e incluso hay quienes se atreven a asaltar su espacio personal. “Un día fui a la lavandería con mi pareja y un hombre se acercó a nosotros y me dijo: ¿Puedo hacerte una pregunta? Yo ya sabía cuál era. Empezó a discutir conmigo sobre cuál era mi género y cuando me preguntó sobre mis genitales y le dije que tenía vulva, comenzó a increparme e insistir en que iría al infierno”.

Juana decide seguir una actitud pautada en las mujeres normativas para rehuir cualquier tipo de rechazo: “Cuando entro al baño que pone mujeres suelo exagerar gestos que se entienden como ”femeninos“ porque me da miedo la reacción que puede tener la gente”.

Este tipo de actitudes se instauran en un tipo de discriminación estructural que se repite constantemente. Así es como se refleja en el informe del Ministerio de Igualdad en el que el 16,4% de las personas NB manifiestan haber percibido actitudes de desprecio.

El primer proyecto LGTBI en Valencia se aprobó con el mandato de Compromís. El Pla Diversitas reflejaba algunas medidas para la promoción y la no discriminación de la diversidad sexual y de género. Uno de los puntos más discutidos en el plan fue la implantación de baños mixtos en las infraestructuras públicas de la ciudad.

“El plan contemplaba medidas para reducir los delitos de odio al colectivo, y especialmente a las personas más vulnerables dentro de estas, como las no binaries, trans o intersex. Uno de los conflictos que surgieron cuando tuvimos que aprobar el acta fue el tema de los baños sin género. Hubo muchos comentarios tránsfobos durante su debate”, declara Lucia Beamud, exconcejala de Igualdad y Políticas de Género y LGTBI en el Ayuntamiento de Valencia.

La que fue responsable de las políticas de igualdad en el consistorio manifiesta que ese tipo de baños no llegaron a implementarse porque la legislatura 2019-2023 terminaba en mayo, y el plan se aprobó en marzo. “Teniendo en cuenta quién gobierna ahora la alcaldía, dudamos que se vayan a ejecutar las medidas del plan”, expone.

Àlex confiesa que acude al baño de mujeres porque siente que es menos probable que una mujer le insulte a que lo haga un hombre: “Nunca me han denigrado verbalmente, pero sí que me han preguntado qué hacía en ese aseo”.

El discurso de odio hacia las personas trans, apoyado por sectores de la extrema derecha, así como por el feminismo transexcluyente, ha provocado que la desinformación castigue a este colectivo o a las personas no binaries. Àlex tiene claro que la transfobia está extendida por el genitocentrismo (encasillar una persona por sus genitales). “Que una persona trans tenga pene no significa que vaya a violarte. El hecho de que estas personas acudan a un baño en concreto, y sientas miedo, o pienses que pueden quitarte espacio en cualquier ámbito tiene nombre, y es transfobia”.

Peinado insiste en que todo lo que sea expresión de género es una reivindicación: “La identidad no es solo una cosa interna, sino que se muestra de muchas formas, y la moda es el recurso más sencillo”. Dice que le apasiona ver hombres con falda, que eso tumba el patrón heteropatriarcal, como cuando las mujeres decidieron ponerse pantalones. Para él, el drag es el sumun transgresor de la moda.

“Si voy a algún sitio con mi familia, evito maquillarme, pero normalmente mi expresión es la que quiero siempre”, declara Juana. Las prendas que ha escogido hoy denotan vivacidad. La gama de colores entremezclados son el espejo de lo que ella llama “libertad” cuando llega la hora de abrir el armario y seleccionar las combinaciones más extravagantes. “Si voy a algún evento que sé que va a ser divertido, me permito ser creativa con la ropa sin importarme lo que piensen los demás”.

La Ley Trans estatal no entró en el BOE hasta principios del 2023. En el marco legislativo de algunas autonomías ya se contemplaba este derecho. Otras comunidades carecían de ella. En el 2017, la Comunitat Valenciana dio un paso adelante en los derechos del colectivo trans: la ley tuvo el apoyo de todos los partidos representados en las Corts, a excepción del Partido Popular.

Sin embargo, las personas no binaries no se ven reflejadas en ningún punto del texto de la ley nacional. Varios grupos parlamentarios presentaron una enmienda con el fin de reconocer legalmente esta identidad y omitir la mención relativa al sexo en sus documentos oficiales.

En el caso de la Comunitat Valenciana, la ley de 2018 sí dedica un espacio en el capítulo 1 “Visibilidad, sensibilización y atención integral” a las personas NB. En concreto, el artículo 46 expone la obligación, por parte de la Generalitat, de brindar medidas concretas de apoyo y “sensibilización social” sobre las realidades no binaries, así como los recursos necesarios para la concienciación de los profesionales y familiares.

“Somos la comunidad autónoma más avanzada en los derechos de este colectivo porque la ley, en la que se recogen las variaciones intersexuales o el desarrollo sexual, no está contemplada en ninguna parte de Europa, y por lo tanto, es de las más actualizadas”, subraya una exresponsable de la Conselleria de Igualdad.

Insiste en que el no binarismo va más allá del físico y considera que las medidas para abordar su representación social deben gestionarse a través de una ley estatal: “Pienso que desde el Ministerio de Igualdad se ha avanzado mucho, pero el discurso de la extrema derecha complica el progreso de las identidades que no entran en su cosmovisión”.

Juana Polo sigue esperando que desde Madrid acepten su cambio en el documento de identidad. Explica que inició los trámites en septiembre y que solamente ha tenido que presentar el acta de nacimiento y el padrón en el Registro Civil de Valencia. La ley 4/2023 de los derechos de las personas trans y LGTBI tumbó los requisitos que pedía la ley de 2007: poseer informes médicos y haber seguido un tratamiento de hormonación durante dos años para hacer efectivo el cambio de nombre. Ahora el trámite es más sencillo y rechaza la patologización de estas personas. “Una amiga tuvo que esperar nueve meses para formalizar el protocolo. He tenido suerte. Creo que la ley estatal te da seguridad y genera concienciación y eso se plasma en los trabajadores que te atienden. El funcionariado se mostró muy comprensivo conmigo en todo momento”.

Ella aboga por tumbar la casilla de sexo del documento de identidad: “Dice mucho para qué sirve ese recuadro. A nivel burocrático, ¿qué les influye saber de qué género es una persona? Tus características sexuales solo deberían interesar en el ámbito sanitario y no haría falta que en la tarjeta sanitaria apareciese tu género. Yo vería viable asignar un número que estuviera enlazado a tu historial médico”.

Para Peinado, la dicotomía entre su nombre y el apartado del sexo donde pone fémina le gusta porque dice que “al menos está juntando la masculinidad y la feminidad”, pero no le resta importancia a la falta de alusión de las personas NB en la ley e insiste en que eso les depara al abandono legal.

Àlex percibe que la sociedad los ve como una especie científica. Insiste en que las instituciones deben incluirlos en la legalidad para convertirse en personas con derechos y sentir que existen. “A veces no me quedan energías para justificar quién soy y explicar a todo el mundo de qué se trata el no binarismo. Necesitamos un gobierno que nos dé un espacio en el que estemos visibilizados e incluidos en el vocabulario cotidiano”, recalca.

Sabe que la lucha no va a cesar, que queda mucho para dejar de estar oprimides. “El no binarismo no es un tercer género. Es un paisaje donde no existen los límites físicos ni psíquicos. El mundo no está preparado para nosotres y el día que el sistema cambie, yo ya no estaré vivo para verlo”.

No se olvida de su inicio, ni tampoco de lo que supuso encender ese día la televisión, ni los miles de textos leídos para entender qué le sucedía. Tampoco deja de lado esas relaciones alejadas de los contextos cisheteronormativos que lo ayudaron a construir su camino. Y mucho menos omite a Juana. Ni ella a él. A su igual, su reflejo y su constante quid pro quo que inconscientemente han mantenido para adaptarse a un entorno hostil, para poseer un lugar visible del que la sociedad les ha privado, para sobrevivir.

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