Compro o alquilo un coche cuando lo necesito: ¿qué deja menos huella de carbono?
Ni gasolina, ni diésel, ni híbridos, ni eléctricos: si queremos que la temperatura media del planeta no suba por encima de los 2ºC necesitamos menos coches en nuestras ciudades. Pero en España hay cada vez más: y el tráfico por carretera es responsable de uno de cada cuatro kilos de CO2 (entre otros contaminantes) que lanzamos a la atmósfera. La emergencia climática exige una solución: mejor andar y pedalear, o subirte al metro. Y si necesitas coger el volante, antes alquilar que comprar: le harás un favor al planeta y también a tu bolsillo.
Lo que emite un coche en España
Aunque las emisiones de CO2 equivalente se redujeron un 2,3% en España durante 2018, con un total de 340.720 toneladas, las del transporte crecieron un 2,6%. De hecho, el Inventario de Emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) del Ministerio para la Transición Ecológica culpa al tráfico rodado del 25% de las emisiones contaminantes y afirma que una tercera parte de ellas se originan en los atascos y aglomeraciones urbanas.
Inasumible en la situación de emergencia climática en la que nos encontramos. Una investigación presentada en la Cumbre del Clima (COP25), revela que las emisiones globales de CO2 han aumentado un 0,6% en 2019, menos que durante los años anteriores, pero aún demasiado. Y debemos invertir la curva; las emisiones de CO2 deben decrecer si no queremos que la temperatura media del planeta suba por encima de los 2ºC.
Sin embargo, cada vez hay más coches en España: 24,07 millones de turismos en 2018, un 2,4% más que el año anterior, según datos de la Dirección General de Tráfico (DGT). Cada uno emite 118,1 gramos CO2 por cada kilómetro que circula, señala la Agencia Europea de Medio Ambiente. Puesto que cada coche en España recorrerá una media de 24.629 kilómetros al año (según Faconauto, cifra de 2016), lanzará a la atmósfera 2,9 toneladas de CO2 anuales. Entre todo el parque: 69,8 millones.
Por eso, antes de sumarte al problema, hay que reflexionar. “Lo primero es pensar si realmente necesitamos un coche en propiedad o podemos alquilarlo o compartirlo, porque muchas veces lo compramos por inercia o por si acaso; y aunque están por todas partes, a la hora de la verdad solo uno de cada tres desplazamientos en ciudades como Madrid o Barcelona se realizan en coche”, afirma Adrián Fernández, responsable de la campaña de movilidad de Greenpeace España.
Como regla general, señala: si hacemos menos de 10.000 kilómetros al año y no necesitamos coger el coche a diario forzosamente para ir trabajar o similar, lo normal “es que carezca de sentido tener un coche en propiedad: ni por el planeta ni por nuestro bolsillo”. De hecho, la mayoría de los vehículos que compramos “por si acaso”, para darles un uso ocasional, “son fáciles de reemplazar por el alquiler de un coche compartido o carsharing de corto o largo plazo”.
Alquilar saca coches de las carreteras
Aunque los que alquilan un coche aún son minoría en España, 55.245 personas en 2018, y el parque de vehículos compartidos o de renting apenas constituye 8,8% del total, según los datos de la Asociación Española de Renting de Vehículos, la tendencia no deja de crecer: un 56,2% más que en 2017, y aumentó casi el doble el año anterior. Una buena noticia para el planeta. Según un estudio de 2016, cada coche compartido “de solo ida” (que se puede recoger en un punto y devolverse en otro distinto), puede hacer desaparecer unos 11 coches de la circulación. En España, implicaría dejar de lanzar 31,9 toneladas de CO2 al año.
En cambio, tener coche nos condiciona. “La decisión de comprar un vehículo afecta a toda nuestra movilidad: lo usaremos más, incluso cuando no sea imprescindible; lanzaremos más CO2 y otros contaminantes a la atmósfera”, señala el experto. Es más, sin coche propio conducimos la mitad de kilómetros, según el mismo estudio. El motivo: hacemos un uso más racional, nos lo pensamos dos veces antes de alquilar; porque podemos andar, coger la bicicleta o usar el transporte colectivo.
Los investigadores estiman que los vehículos compartidos podrían reducir los desplazamientos medios globales de una ciudad entre 16 y 47 millones kilómetros. Si transformamos esta cifra en emisiones (118,1 gCO2/km), el resultado son entre 1.890 y 5.551 toneladas de CO2 menos que van a parar a la atmósfera cada año.
Y fabricar un coche tiene huella climática
Incluso antes de empezar a conducir un coche nuevo, ya habremos generado una huella climática. El libro Qué tienen de malo las bananas: la huella de carbón de todo (How Bad are Bananas?: The Carbon Footprint of Everything, 2010), del investigador climático Mike Berners-Lee, se aventura a calcularla: 6 toneladas de CO2 para fabricar un Citröen C1, 17 toneladas si se trata de un Ford Mondeo y 35 toneladas para manufacturar un Land Rover Discovery de gama alta.
La causa: hay que extraer los minerales y metales del suelo para su fabricación. Después hay que transformarlos en partes de la carrocería. Y fabricar el resto de componentes, como los neumáticos, el salpicadero de plástico y la pintura para el acabado, solo por citar algunos. Todo esto implica, además, mover los componentes por el mundo.
Y, una vez que el vehículo está construido, hay que volver a transportarlo hasta el punto de venta. Tras analizar el ciclo de vida de todos los componentes, Berners-Lee, estima que la huella climática de un coche nuevo ronda los 720 kilos de CO2 equivalente por cada 1.187 euros (o 1.000 libras) que pagamos por el vehículo. Así, cuanto más caro resulte el coche, más huella climática deja.
No cuesta más
No solo emitimos menos, al parecer también ahorramos dinero. Según la Asociación Española de Carsharing (AEC), pagaremos 2.900 euros si usamos un coche compartido durante 7.000 kilómetros; mientras que el gasto en propiedad crece hasta los 5.200 euros. A Fernández esta reflexión le cuadra.
Y apunta: nos gastamos entre 300 y 400 euros al mes en un coche propio, entre las cuotas, el seguro, la ITV, la gasolina y otros gastos, como la pérdida de valor del vehículo al envejecer. “Mucho más de lo que nos gastaríamos en un coche compartido o en coger un taxi solo cuando lo necesitemos; y desde luego muchísimo más del precio de un abono de transporte público anual, que en Madrid cuesta 540 euros”, apunta Fernández.