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¿Autocomplacencia vasca?
Cada semana los principales medios vascos nos recuerdan con alboroto que Euskadi sobresale en alguna materia económica, social o gastronómica. No importa si se trata del nivel de renta per cápita, la formación de su ciudadanía o el número de estrellas Michelín que atesora nuestra gastronomía. Tanto es así que a veces resulta complicado encontrar una noticia que exponga aquellas cuestiones en las que presentamos un balance más bien pobre, lo que sirve de poca ayuda para comprender en qué situación se encuentra realmente la economía y la sociedad vasca tras navegar durante más de un lustro por la Gran Recesión, la peor tormenta socioeconómica de las últimas décadas.
Resaltar las fortalezas y ser conscientes de ellas es vital para construir una estrategia de futuro e imprimir moral entre la ciudadanía, pero conocer las debilidades es incluso más importante, especialmente si eres una pequeña región que avanza por un mundo interconectado, volátil y disruptivo, características que definen el panorama internacional tras la implosión financiera de 2008.
Por ello, aún a riesgo de ser agorero y con el objetivo de reflexionar sobre la actual situación socioeconómica de Euskadi, voy a procurar mostrar tres aspectos que se consideran clave para que una sociedad pueda enfrentarse al futuro con los pies en la tierra, y en los que Euskadi presenta una situación con amplio margen de mejora.
El primero de ellos es la situación del empleo y la industria, el siguiente el nivel de economía sumergida y, por último, el progresivo envejecimiento demográfico que la ONU ya ha calificado como una de las mayores fuerzas globales del presente siglo.
En relación con el empleo, si uno pregunta a pie de calle cuál es la situación de la tasa de paro en Euskadi, seguramente la respuesta sea que no está muy bien pero – y aquí está el quid de la cuestión – que está mejor que la media española. Este tipo de respuesta deja ver una tendencia peligrosa; la sensación de que, si se compara con la media estatal, la situación vasca es envidiable. Pero ¿y si nos comparamos con las regiones más avanzadas de Europa? Seguramente cualquier persona que resida en Baden-Wurtemberg (Alemanía) o Rhône-Alpes (Francia) enarcaría con asombro las cejas si se le comentara que a la sociedad vasca le resulta asumible un 14,5% de tasa de paro.
Este nivel de desempleo debería hacer reflexionar al conjunto de la sociedad, especialmente si se tiene en cuenta que gran parte de las personas paradas en la economía vasca llevan más de dos años buscando empleo, lo que puede generar histéresis laboral, esto es, la posibilidad de que su situación se haga crónica y no puedan volver a incorporarse al mercado laboral aunque mejore la situación económica.
La consecuencia más dolorosa de la Gran Recesión ha sido su impacto en el tejido productivo y la consecuente pérdida de empleos. La desregulación de finales de los noventa trajo una década de crecimiento económico inestable, prácticas financieras dudosas y la creación de una gigantesca burbuja inmobiliaria que, al explotar, barrió a la economía real y disparó la tasa de paro. En 2008 el nivel de desempleo en Euskadi era del 6,3%, hoy en día es más del doble. Esta evolución no es envidiable, es preocupante.
Otro aspecto a comentar sobre la situación del empleo es que en 2012, y por primera en la serie histórica, se registraron menos de 200.000 personas ocupadas en el sector industrial vasco. Este dato es relevante dado que la industria es la piedra angular de la competitividad y el bienestar de cualquier región, al ser un sector que cuenta con capital paciente (esto es, no especulativo), mano de obra cualificada, salarios altos y un esfuerzo significativo en materia de inversión en investigación y desarrollo, otro aspecto en el que la economía vasca no anda muy boyante.
Los recientes e inquietantes casos de la Acería Compacta de Bizkaia (ACB) en Sestao, ArcelorMittal Zumárraga o los EREs anunciados por diversas compañías industriales nos recuerdan que debemos redoblar el esfuerzo por reconvertir y apoyar a la industria vasca, con el objetivo de que siga siendo viable en un mundo que se está adentrando en una época de robotización y digitalización masiva.
Es vital contar con un tejido productivo competitivo, innovador y de vanguardia para poder recuperar el empleo y devolver la tasa de desempleo a las cotas de una región avanzada, pero también es importante que la riqueza generada pueda ser redistribuida a través de nuestro sistema fiscal. En este punto cabe preguntarse por el desempeño tributario vasco, así como sobre el cumplimiento fiscal de su ciudadanía y empresas.
Respecto a esta cuestión, y tomando como base la conversación pública que existe sobre fiscalidad, la ciudadanía de Euskadi tiene la sensación de que la economía sumergida vasca – y el fraude fiscal que conlleva – es mucho menor que la media estatal.
La realidad es que según datos del Instituto Bruegel el nivel de economía sumergida en la hacienda común española se encuentra en torno al 22% del PIB. Lo que significa que por cada cuatro euros que se intercambian en el sistema económico y pagan impuestos, existe aproximadamente un quinto que no lo hace y vuela por debajo del radar tributario. Según datos de la UPV/EHU el nivel de la economía sumergida en Euskadi se encuentra en un nivel similar, entre el 18% y el 20% del PIB.
Para poner en perspectiva estas cifras cabe apuntar que la media de economía sumergida en la UE15 es del 14% y los países que menor nivel presentan (Reino Unido o Austria) apenas alcanzan el 10%. Lo que significa que, aunque cueste reconocerlo e incomode hablar de ello, las haciendas forales vascas y la hacienda común española presentan una de las tasas de economía sumergida más elevadas de toda la Europa Occidental.
La economía sumergida no sólo afecta a la recaudación necesaria para sostener servicios públicos como Osakidetza o la educación pública, sino también a las estadísticas oficiales en función de las cuales se toman decisiones de política económica – dado que las mismas no reflejan una parte importante de lo que está ocurriendo en la economía –, o a la correcta y eficiente asignación de recursos en la economía, un factor clave para mejorar la productividad y crear empleo.
Por último se encuentra el tema del envejecimiento poblacional. Una tendencia inexorable en la que Euskadi está inmersa desde hace más de una década y que se va a acentuar en los próximos años. En 2013 el Instituto Vasco de Estadística – Eustat alertó de que en 2026 Euskadi contaría con 195.000 personas menos situadas en la cohorte de edad entre los 20 y 64 años, mientras que la población de 65 años o más podría incrementar en 110.000.
En otras palabras, se reduce de forma significativa la población en edad de trabajar mientras que aumentan las personas que rebasan la edad de jubilación. Esta tendencia deteriora el ratio entre personas activas e inactivas, añade presión a las cuentas públicas (que tendrán que orientar cada vez mayores partidas hacia los servicios sociales) y al sistema de pensiones, que en Euskadi presenta desde hace años un saldo deficitario entre cotizaciones sociales y gasto en pensiones contributivas.
El envejecimiento poblacional no es un problema en sí mismo, sino el resultado de haber hecho los deberes, alcanzar una elevada esperanza de vida y contar con un desarrollado Estado de Bienestar. El verdadero problema es no empezar a ser conscientes de esta macrotendencia global que impacta con especial fuerza en la sociedad vasca. Una tendencia demográfica que nos obligará a remodelar nuestros servicios públicos, nuestras ciudades e incluso la forma en la que trabajamos para mantener nuestro nivel de bienestar actual. El fin último es cuidar tanto la economía productiva como su vertiente reproductiva.
Por ello la estrategia de crónicos implementada por Rafael Bengoa – exconsejero vasco de Sanidad – y continuada por Jon Darpón, su sucesor en el cargo, es una de las políticas más inteligentes y audaces de los últimos tiempos, y muestra el camino a tomar para prepararse para este futuro de progresivo envejecimiento demográfico.
Euskadi ha conseguido salvar los muebles, absorber el impacto que ha supuesto la Gran Recesión y, por supuesto, cuenta con fortalezas relevantes y muchas áreas en la que sobresale. Pero, tal y como se ha mostrado a lo largo del texto, existen aspectos cruciales de los que se debe ser consciente y en los que se debe mejorar si queremos encarar el futuro con esperanza.
Somos un territorio pequeño, situado en una esquina de Europa y que cuenta con una población en proceso de envejecimiento, una industria competitiva y amplias competencias en materia fiscal e industrial. Pero a los agentes sociales, políticos y económicos vascos nos falta en ocasiones una perspectiva adecuada sobre el impacto de los procesos globales, así como de un sano sentido crítico que diagnostique correctamente las fortalezas y, especialmente, las debilidades que presenta Euskadi.
Si queremos mantener nuestro actual nivel de bienestar tenemos que sacudirnos el cortoplacismo que nos atenaza y, sobre todo, no caer en la trampa de la autocomplacencia y pensar que todo va viento en popa. Al fin y al cabo, las sociedades avanzan más por los críticos que trabajan que por los entusiastas que vociferan.
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