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Las pesadillas de Miguel Gallardo se asoman, otra vez, en 'Los sueños del Niñato'

Fragmento de una página de 'Los sueños del Niñato'

Gerardo Vilches

18 de agosto de 2024 21:37 h

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Pocos autores de cómic ha habido en España más versátiles, creativos y experimentadores que Miguel Gallardo (Lleida, 1955 - Barcelona, 2022), punta de lanza del underground español en los setenta, y autor de obras fundamentales como Un largo silencio (1997), las memorias de su padre durante la Guerra Civil, y María y yo (2007), el diario de la relación íntima con su hija con autismo.

Gallardo nos dejó el pasado 2022, víctima de un cáncer del que estuvo tratándose varios meses, tal y como contó en Algo extraño me pasó camino de casa (2020). Recientemente, la editorial La Cúpula ha recuperado una de sus obras más apreciadas por los aficionados: Los sueños del Niñato. Se trata de un cómic compuesto de historietas de pocas páginas, publicadas en la mítica cabecera El Víbora entre 1982 y 1988, y que tuvo una primera recopilación en 1986. La actual amplía el tamaño de página, reproduce óptimamente los colores e incluye todas las ilustraciones realizadas por Gallardo con el personaje.

El Niñato nace en un serial anterior, Makoki, el conocido personaje que Gallardo y su inseparable Juan Mediavilla desarrollaron en la revista Disco Exprés a partir de un relato corto de Felipe Borrallo. Cuando Gallardo y Mediavilla pasaron a formar parte de la plantilla inicial de El Víbora en 1979, el editor, Josep Berenguer, les pidió que hicieran algo diferente, y ambos comenzaron a desarrollar así a la Basca, el grupo de secuaces de Makoki, en un universo lumpen de bajos fondos y delincuencia menor, emparentado con el cine quinqui que triunfaba en la época. De entre ellos, comenzó a ganar cada vez más protagonismo Pepín López Cebolledo, alias el Niñato, un adolescente que ocupó el lugar de Makoki y que acabaría siendo el punto de partida de una nueva obra, muy alejada de las precedentes.

Pesadillas del síndrome de abstinencia

Los sueños del Niñato pertenece a una etapa de búsqueda artística por parte de Gallardo, en la que comenzó a realizar proyectos en solitario con los que intentaba evolucionar y experimentar sobre estilos diferentes al trazo rudo de Makoki, influido por E.C. Segar, el creador de Popeye. A esta época pertenece también Pepito Magefesa (1984), publicada en la revista Cairo, rival de El Víbora. Pero Los sueños del Niñato se quedaron en la que había sido su casa, aunque el cambio era radical.

Partiendo de la adicción a la heroína del personaje, Gallardo plantea en cada historia un sueño relacionado con el 'mono' del Niñato, en el que el síndrome de abstinencia lo sumerge en un delirio alucinatorio. El autor se inspiró en El pequeño Nemo en el País de los Sueños y otras series de Windsor McCay, el genial pionero del cómic de principios del siglo XX. De él extrae la idea de que, tras cada peripecia, el protagonista despierte bruscamente, pero ahí acaban las similitudes: no hay nada amable o infantil en unas historias en las que la paranoia y las taquicardias no abandonan nunca al Niñato, siempre sudoroso, ansioso por conseguir un pico, deambulando por un mundo hostil, siempre dibujado por Gallardo en contrapicado y con perspectivas forzadas.

El contrapunto tragicómico y costumbrista lo dan los padres del Niñato, cuyo mundo real se solapa con el alucinado. Mientras que la madre intenta siempre justificar a su hijo, el violento padre no para de amenazarlo con echarlo de casa o pegarle una paliza. El silencioso Niñato, como si no entendiera nada, permanece ajeno a todo, atrapado en el mundo de su propia adicción.

Los sueños del Niñato se realizaron en una época complicada para Gallardo. Tal y como el propio autor explicó en una extensa entrevista realizada por Antonio Trashorras y publicada en 1997 en la revista de crítica de cómic U, el hijo de Urich, en aquellos años consumía drogas y estaba muy en contacto con el mundo de las adicciones. Vivía con Mediavilla y sus respectivas novias, provocando situaciones que también le afectaban. De hecho, aunque Mediavilla lo acompañaba en los guiones en las primeras cuatro historias, finalmente dejaron de compartir piso y Gallardo siguió en solitario, volcado en la serie y dispuesto a dar salida a todas sus inquietudes: “Lo único que me alegraba un poco la vida era ponerme a hacer las historietas del Niñato”, declararía en la citada entrevista.

Una coctelera pop

Cada historia de Los sueños del Niñato se convierte en un alarde gráfico de Gallardo. Dibujante excelente, sus intereses artísticos lo llevaron a experimentar con el color —muchas historias se realizan en bitono, algunas a todo color— y con el estilo, mezclando todo tipo de influencias. Más que parodiar u homenajear, el autor se deja llevar por su cultura visual y construye las pesadillas que asedian a su personaje recurriendo a todos esos referentes.

Así, en sus páginas se identifican los dibujos animados de la UPA o de la Warner —especialmente las piezas de Chuck Jones—, los 4 Fantásticos de Jack Kirby y Stan Lee, King Kong o el trabajo de George Dunning en la película de animación de Yellow Submarine (1968) con los Beatles. La historieta clásica española, especialmente la del TBO y la de Bruguera, también está muy presente.

Pero las citas de Gallardo no se detienen en lo pop, sino que también abarcan la pintura: desde Dalí hasta Matisse, todo lo que interesa al dibujante es susceptible de ser procesado por su particular mirada e interpretado como algo nuevo y retorcido, al servicio del pánico que siente el Niñato durante sus monos. El mejor ejemplo tal vez sea la historia E.N. El Niñato, un cruce imposible entre un ET punki y la abstracción de Kandinsky.

Las páginas de Los sueños del Niñato son una de las cimas de esta etapa de Gallardo, que demuestran su talento y ambición. Pero, tal vez, ese virtuosismo acaba, en algunas planchas, por ser problemático, al estetizar excesivamente la experiencia del síndrome de abstinencia. Sin embargo, para el lector atento, queda claro que Gallardo no tiene intención de edulcorar, y ahí está siempre la jeringuilla apuntando al Niñato.

Como escribe Rubén Lardín en el prólogo que ha escrito para esta nueva edición, Gallardo “dibuja por mitigar, como el que va a terapia, y saca a relucir sus padecimientos a través de imágenes extraídas del imaginario popular, pórticos alegóricos a sus miedos más profundos”. Gracias a esta completa y cuidada reedición, una nueva generación de lectores, esa que conoce a Gallardo por sus obras autobiográficas más recientes, tendrá la oportunidad de adentrarse en esta etapa no menos personal y arriesgada.

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