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Memorias de una perversa chica bien

Rosamond Nina Lehmann por Howard Coster (National Gallery, Londres)

Marta Peirano

Rosamond Nina Lehmann nació con el siglo XX, en el seno de la aristocracia eduardiana, en una mansión blanca al borde del Támesis. El círculo de sus abuelos incluía a Robert Browning, Charles Dickens y Wilkie Collins. Su abuela, Nina, tocaba el piano con Clara Schumann. Su padre, Rudie Lehmann, fue editor de Punch, el Vanity Fair de la era victoriana, y del Daily News, además de fundador de Granta y Primer Ministro. Su tío Henry era pintor, su hermana Beatrix era actriz, su hermano John, escritor y editor. La propia Rosamond era como un personaje de El Gran Gatsby: bellísima, elegante, ingeniosa, rebelde.

Como las hermanas Mitford, de las que era “frenemy” (término que define a las amigas que se odian), Rosamond estudió en casa, con institutrices francesas y tutores austríacos, hasta que se fue a Cambridge a estudiar Literatura. Como era de esperar, no llevaba allí un año cuando se casó con un vizconde. Cuando se divorció, tres años después, ya vivía con otro hombre. Fue el mismo año en que publicó su primera novela.

Si su divorcio fue un escándalo, su novela lo fue más. Dusty Answer contaba la chispeante historia de una jovencita de familia bien que viaja a Cambridge y despierta al amor, tanto de los hombres como de las mujeres. Alfred Noyes, poeta y crítico del Sunday Times (y protegido de su padre), dijo que era “la clase de novela que Keats habría escrito”. A E.M.Foster, que tenía su Maurice bien guardado en el fondo del armario, le encantó. En los locos años 20, el rollo homosexual era chic, flotaba en el aire. Se consideraba inteligente y sofisticado, lo llamábamos 'ser griego' -dijo la propia Rosamund en una entrevista al Paris Review-. En Cambridge y Oxford, todo el mundo era homosexual o pretendía serlo. Otros dijeron que era una cabeza hueca obsesionada con el sexo y que había que impedir su publicación.

Con semejantes críticas, el libro se viralizó sin remedio. Todas las jovencitas lo leyeron a escondidas y los hombres lo intercambiaban en los clubs. Rosamond se hizo íntima del círculo de Bloomsbury, de George Orwell y Stephen Spender, de Elizabeth Bowen, Graham Greene y Evelyn Waugh. Se casó con otro aristócrata, escribió otro libro. Invitación al baile, su tercera novela y la más autobiográfica, fue un éxito instantáneo desde su publicación en 1932.

El día más importante de la vida de una jovencita

La protagonista de Invitación al baile, Olivia Curtis, tiene 17 años y se prepara para su primer baile. Sensible e inteligente, su mundo no es tan diferente del de cualquier jovencita que socializa por primera vez, un episodio donde se mezclan -si tienes suerte- la angustia y la excitación, la necesidad imperiosa de llamar la atención ajena y el impulso frenético de huir de ella. Olivia sueña despierta y considera las oportunidades de autohumillación, que por supuesto abundan: ser eclipsada por su hermana más experta, más bonita, más divertida y sociable; el carné de baile que no se llena a la velocidad soñada, los zapatos y el vestido de seda roja, el contacto físico con los jóvenes caballeros en una época fuertemente coartada por las clases sociales donde hay menos oferta que demanda. “Los nuestros quedaron muy diezmados” por la primera guerra mundial, explicaba Lehmann años más tarde.

Como las Mitford, Lehmann revive su infancia con nostalgia patológica -y sentía por su padre una adoración total- y el libro entero suspira por la inocencia perdida, no solo de la infancia sino, también, la de una época más serena y sencilla, anterior a la guerra. Invitación al baile tiene una secuela, también autobiográfica, titulada The Weather in the Streets. Diez años después de aquel baile, Olivia está divorciada y deprimida cuando se encuentra con el hombre del que se enamoró en aquel baile. Su romance clandestino fue también un bestseller inmediato y hasta se hizo una película para televisión, con Michael York de protagonista.

Rosamond también tuvo un romance con un hombre casado, pero fue bien a la vista. Entre marido dos y marido tres, vivió casi una década en el campo con el poeta Cecil Day Lewis. Radical de izquierdas y radicalmente guapo, Day Lewis osciló regularmente entre su amante esposa Mary y su amante durante nueve años, para acabar huyendo con una actriz llamada Jill Balcon, con la encima se casó y tuvo dos hijos bellísimos: el famoso actor Daniel Day-Lewis y su hermana, la chef televisiva Tamasin Day-Lewis. Rosamond se lo tomó muy mal y decía que era lo peor que le había pasado en su vida, hasta que su hija Sally, casada con el poeta J. P. Cavanagh, murió de polio a los 24 años.

Ese golpe fue insoportable. Tanto, que Rosamond se entregó a la esperanza de lo sobrenatural y, como es de esperar, la escena “espiritual” londinense se aprovechó largamente de su pena. Llegó a autoconvencerse -aunque no sin ayuda- de que su hija estaba en el cielo enseñando a trinar a los pajaritos que iban a nacer. También creía que hablaba con ella. “Qué mala suerte tiene esa chica -escribió Nancy Mitford en una de sus características cartas envenenadas - Imaginate a un botones celestial diciendo: La Honorable Mrs. Philipps está de nuevo al teléfono, Ma'am, justo cuando estaba uno retozando por un verde prado”.

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