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Anton Chéjov tiene nombre de mujer cuando critica al capitalismo

Trágicas

Miguel Ángel Villena

Una pieza breve de Anton Chéjov (1860-1904), Un trágico a pesar suyo, un diálogo entre dos amigos, uno de los cuales quiere suicidarse, se ha convertido en manos de la directora Cristina Rota en un impresionante pulso escénico entre dos mujeres de hoy. El atrevido y complicado desafío partió en realidad de una propuesta de dos alumnas de la escuela de Rota, actualmente convertidas en las actrices profesionales que protagonizan el montaje: Candela Solé y Raquel Villarejo.

Historia universal y totalmente actual al mismo tiempo, con la escenografía claustrofóbica de una jaula y con un ritmo trepidante, Trágicas muestra en el escenario una reivindicación feminista y una crítica sin medias tintas contra el capitalismo. Pero con dosis de humor y evitando el mensaje panfletario, como les indica Rota a las actrices durante un ensayo al que asistió eldiario.es.

“Chéjov siempre presenta”, señala la directora sobre el maestro del cuento y el relato corto, “personajes instalados en la queja y en la cobardía, sin herramientas para transformar las cosas. Por eso nos suelen dar pena”. “De otro lado, el dramaturgo ruso ya nos hablaba de feminismo en casi todas sus obras a través de los papeles femeninos o de las referencias que algunos hombres hacen de las mujeres”, nos cuenta tras el ensayo.

Admiradora entusiasta de Chéjov, que además de médico fue uno de los más grandes dramaturgos, autor de obras ya clásicas como La gaviota, Tío Vania o El jardín de los cerezos, y creador de una poética de lo cotidiano, Cristina Rota explica que el escritor ruso supo “interpretar lo que estaba latente en la sociedad de finales del siglo XIX y observó hacia donde se encaminaba”.

Inmersas en el mundo de hoy, dos mujeres desbordadas por el trabajo y las tareas domésticas, despreciadas por sus parejas y sojuzgadas por una sociedad patriarcal, ocupan la escena de esta pieza donde una de ellas trata de impedir que su amiga se suicide en un diálogo tenso y lleno de matices. Son mujeres que se mueven y expresan sus ideas y emociones con el anhelo de libertad, pero aprisionadas en una inmensa cárcel social. A partir de un agotador ejercicio físico y emocional, Candela Solé y Raquel Villarejo han ensayado durante las últimas semanas esta obra que representarán a partir del 30 de noviembre y durante todo el mes de diciembre en la Sala Mirador, de Madrid.

“Un actor siempre ha de sentir vértigo”

“No lloren todo el rato”, les interrumpe Cristina Rota en un momento del ensayo, “transiten y evolucionen con sus personajes, no se acomoden en el papel o en el dominio del oficio. Un actor siempre ha de sentir vértigo, siempre debe situarse al borde del abismo”. Los dos personajes de Trágicas, incapaces de rebelarse y de actuar, basculan entre la resignación y la rabia hasta que descubren que sus dramas individuales responden a causas sociales para concluir que “sus vidas son una mierda”.

A juicio de esta prestigiosa pedagoga teatral, madre de los actores Juan Diego Botto, María Botto y Nur Levi y que ha formado en su escuela a varias espléndidas generaciones de intérpretes, las obras de Anton Chéjov demuestran que “resulta inevitable pagar un precio, a veces muy alto, para ser libre”. “En cualquier caso”, añade, “por el camino del conformismo, del lamento infantil, no se llega a ninguna parte”.

Y a propósito del sentido del teatro, Cristina Rota (Buenos Aires, 1945) defiende a capa y espada su carácter de reflexión y de contemplación sobre la realidad. “El sistema capitalista”, afirma muy seria y abriendo sus enormes y expresivos ojos, “necesita de la confusión y del caos para reinventarse, busca además pervertir el lenguaje. Por ello es tan indispensable el teatro, sirve para hacer pensar”.

El miedo a la libertad aparece entre los pliegues de la obra de Chéjov, y en la charla con Cristina Rota que advierte que ella siempre emplaza a sus alumnos a que marquen las reglas. De todos modos, esta mujer de teatro, premiada en numerosas ocasiones y que reside en España desde los años ochenta, se muestra un tanto pesimista sobre los jóvenes intérpretes y traza un curioso arco temporal de cómo, en su opinión, ha ido cambiando la actitud ante la cultura en nuestro país.

“En los años inmediatamente posteriores al franquismo”, comenta, “los jóvenes no sabían nada de nada porque la calidad de la información y del sistema educativo arrastraban el lastre de una dictadura. No tenían ni idea de Quevedo ni de Lorca, ni mucho menos de Tennesee Williams y su obra El zoo de cristal”. Para la directora, la situación cambia más tarde, en los ochenta y en los noventa, periodos en los que “vivimos una época de efervescencia y de creatividad en las manifestaciones culturales”. Sin embargo, afirma que en la última década vuelve la tendencia negativa: “Las nuevas generaciones ni tienen esperanza en el futuro ni creen en los adultos. Atravesamos, pues, una época marcada por el desencanto y el descreimiento”.

Los dioses de hoy en día, a juicio de Cristina Rota, se llaman éxito, dinero y poder, y el sistema ya se encarga de impedir que los jóvenes dispongan de herramientas para cambiar este injusto estado de cosas. “En la medida de mis posibilidades”, afirma, “intento empujar a la gente joven. Ese es mi objetivo. Pero siempre hay que tener referentes porque sin ellos no se puede crecer. Y más importante, tener un referente implica gratitud”.

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