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'Las cautivas', la historia de amor entre una colona francesa del siglo XVII y una india de los pueblos originarios

Laura Paredes y Lorena Vega protagonizan 'Las cautivas'
14 de abril de 2024 22:25 h

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Un escenario un tanto feísta, dos piedras de cartón, un decorado pintado, un músico, dos actrices y unos monólogos dichos a público. Eso es todo el aparataje teatral que contiene Las cautivas, la obra de la compañía Teatro Futuro que se ha presentado este fin de semana en Matadero Madrid. Pudiera parecer una puesta de teatro de colegio, inofensiva, amateur. Pero nada es lo que parece en este montaje.

Cuando vemos la caracterización de la india, Rosalía, pintada como una Pocahontas del Cono Sur, ataviada con cintas del pelo de plástico fluorescentes que hacen las veces de brazaletes indígenas, el ojo europeo de la corrección política se alarma. Cuando el otro personaje comienza a hablar en versito, con unos pareados que hoy resuenan un tanto chuscos el descoloque es mayúsculo: ¿Qué teatro argentino es este? ¿A qué juegan? Ahí comienza un juego teatral puro, donde literatura, política y la historia del teatro argentino se unen para escudriñar los mitos fundacionales de una nación y su identidad a través de una historia de amor imposible, maravillosa y que no deja títere con cabeza.

La obra parte de uno de los textos fundacionales de la literatura argentina, escrita en 1837 por el argentino Esteban Echevarría, 2.134 versos, casi todos octosílabos que son la antesala de la narrativa argentina, “pero es un punto de partida”, comenta el director y dramaturgo Mariano Tenconi a este periódico. El texto recoge uno de los mitos que operaron en los asentamientos del siglo XVII y XVIII de los colonos en Argentina y buena parte de América en el que las tribus indias raptaban a mujeres occidentales, pero “Echevarría tenía como objetivo emular la cultura europea y a la vez pensaba que los indios eran un problema que había que erradicar. Lo que hace la obra es algo muy distinto, en la obra la cultura europea y la cultura originaria se aparean”, explica Tenconi.

Un pequeño cuento de amor

Celine, Laura Paredes, es una joven francesa que el día de su boda es raptada por una tribu de indios. La obra comienza con Celine tirada en el pasto de La Pampa, a un lado yace muerto quien iba a ser su suegro, don Hipólito Diaz Iraola, terrateniente de la gran planicie. En el otro medio moribundo está el Padre Lorenzo, quien debía casarles. Los indios están armando un fuego, asan una res. Después de comer se acercan, parece que van a violarla, en cambio “el indio coloca su verga dura en la mismísima boca del cura. Al instante, antes que el indio lo note, el Padre Lorenzo comienza a sorber del enorme garrote. No tiene miedo. Lo hace maquinal, como el ferrocarril nacional”.

Tras la fiesta con el cura donde acaban participando otros cinco indios, un sexto decide violar a Celine. Pero en ese momento, una india, Rosalía, se mete entre medias de ambos y recibe las embestidas del macho evitando así que dañen a la joven francesa. Ahí comienza una historia de amor que recorrerá toda la Argentina. Celine y la india, Rosalía, huyen juntas, cruzarán la Pampa, llegarán a Córdoba, atravesarán Entre Ríos y finalmente la historia terminará en la “banda oriental”, en el mismo Uruguay.

Tenconi, que también es autor del texto, escoge el monólogo dicho a público. Y será a través de esa narratividad que iremos asistiendo a este Thelma y Louise originario en donde no hará falta un Brad Pitt ya que ellas se amarán carnal y espiritualmente. Ante todo, la obra funciona, ríes, te emocionas y viajas. Como aliadas, la obra tiene a dos grandes actrices que llevan en el teatro independiente argentino trabajando durante años, tanto como actrices como directoras. Ellas representan, en cierto modo, una generación de mujeres del teatro argentino fuertes, todo terreno, que viven un momento de madurez asentada y conquistada. A Laura Paredes la hemos visto en el Festival de Otoño de Madrid en Petróleo, obra en la que era actriz, dramaturga y directora. Pero también fue valiente argentina que relataba la tortura en el juicio de la película Argentina 1985 de Santiago Mitre, o la protagonista de Trenque Lauquen, que el año pasado fue nominada como la mejor película por la revista francesa Cahiers du Cinéma, primera vez en 69 años que una película latinoamericana lo conseguía.

En el otro lado está una brutal Lorena Vega, chamánica y poderosa durante toda la obra. De Vega pudimos ver también en ese mismo Festival de Otoño, Imprenteros, obra que Vega escribió, dirigió y actúo. Vega está sobrecogedora, montada en un personaje que es todo cuerpo y voz. Además, en su texto resuena la mejor literatura americana que se ha acercado a la cultura indígena, sobre todo la voz del comunero Willka de Todas las sangres (1964) del peruano José María Arguedas, y la voz de uno de los mejores libros de la literatura argentina, tan inexplicablemente poco conocido, Eisejuaz (1971), de la gran escritora Sara Gallardo.

Pero la obra también es una maravilla por la apuesta teatral que significa. De Argentina llegan a España ciertas tendencias, que no todas. Desde hace 30 años hemos acogido y disfrutado maravillas, el teatro político y psicoanalista del Tato Pavlovsky en los noventa, el teatro en inicios beckettiano y que revolucionó la actuación de Ricardo Bartís, la nueva dramaturgia de los Daulte y Spregelburd a comienzos de siglo, las maravillas de Federico León y Beatriz Catani. Unas líneas se extienden y llegan herederos como Sergio Boris, otros se asientan como el teatro de actuación de Daniel Veronese, otras más nuevas siguen llegando como el teatro documental de Lola Arias.

Pero nada sabíamos de este otro teatro. Un teatro de gran investigación formal y literaria que decide recurrir a los orígenes del teatro argentino, a la narratividad del folletín, a la actuación basada en el gesto y la pantomima. Hay otros ejemplos como Nacho Bartolone y su obra La madre del desierto que acomete el mito de la Difunta Correa. Una corriente que va a los basamentos del teatro argentino, que parece apoyarse en el gran autor argentino Mauricio Kartun para ir a ese centro iniciático de identidad nacional que fue el circo criollo, payasos pintados de blanco que comenzaron como José Podestá y su Juan Moreira (1886), la historia de un honrado gaucho que por las injusticias acaba siendo una especie de Robin Hood de los pobres y que en su época fue prohibida y provocó levantamientos sociales.

No es baladí la referencia al teatro criollo. Al final de la obra, ambas, Rosalía y Celine, ya en la frontera con Uruguay, epicentro del circo criollo, asisten a una obra de teatro. Rosalía no entiende, hablan en cristiano, pero acaba llorando como una niña, sin saber bien de dónde viene ese poder ejercido por esos extraños hechiceros que llevan la cara pintada de blanco.

Mariano Tenconi, sin embargo, deja en barbecho la soflama política, opta por el humor naif pero salvaje. El relato de cómo esta pareja de fugitivas se carga a dos soldados que pretendían violarlas o cómo ejecutan a unos esclavistas que llevan presos a unos hombres de origen africano pasa como parte de un cuento de aventuras donde prima una historia de amor.

Tenconi se niega a hacer lecturas políticas, “evidentemente en Argentina hubo un genocidio indígena, las tribus fueron asesinadas, los territorios fueron saqueados y repartidos entre cinco o seis familias. Quien quiera entrar por la lectura política puede hacerlo, está muy a la mano. Además, es algo que sigue presente en nuestra sociedad, a cada rato a la comunidad Mapuche, que es una comunidad bastante importante en el sur, se los acusa de cualquier cosa, se los reprime y los quieren sacar de los pocos territorios que les fueron quedando”, explica.

“Pero en mi teatro intento tener una confianza plena en la ficción, no atiendo demasiado a las cuestiones historicistas”, intenta explicar Tenconi, “habitualmente se denigra el concepto de teatro, siempre parece que hay algo mejor o más nuevo y de repente alguien cuenta su vida y eso parece que es mejor, por ejemplo. Esta obra es simplemente teatro, teatro de verdad, con el pacto de ficción que el teatro demanda y buscando todas las posibilidades que el teatro puede dar”, asevera el director de la obra.

Las cautivas es parte de un proyecto mayor llamado La saga europea donde se pretende “revisar la relación entre Latinoamérica y Europa desde los mitos y la literatura”, explica Tenconi, que este año ha estrenado en Buenos Aires la segunda parte, Las ciencias naturales. El proyecto, nos cuenta el autor, tendrá que esperar un poco, el director de la Compañía Nacional de Uruguay, Gabriel Calderón, lo ha llamado para estrenar nueva obra con el elenco estable de la compañía, Madre ficción, que se estrenará este año.

Es difícil de explicar el cóctel molotov que supone Las cautivas, quizá pueda aclarar una comparación, con el peligro que supone estar a más de diez mil kilómetros de distancia. Hace tres años Álvaro Tato escribió una obra que dirigió Yayo Cáceres, Malvivir. Interpretada por Aitana Sánchez Gijón y Marta Poveda. La obra era una revisitación de la picaresca del Siglo de Oro que sacaba a flote la fuerza de la mujer en aquella época al mismo tiempo que investigaba en las raíces teatrales españolas para ensanchar la manera de decir y hacer hoy sobre un escenario. Un montaje de una fuerza teatral maravillosa. En cierto modo, ambas obras están emparentadas. Las cautivas termina con este texto: “Ahora somos la Fuerza. Estamos en las flores. Estamos en el río. Y estamos adentro tuyo”. Esperemos que así sea y este estreno en España no sea el último de esta corriente teatral bonaerense que bien merece toda la atención.

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