Luba Zabauska, en el país de las maravillas
- Este artículo pertenece a la revista La España de los migrantes, de eldiario.es. Hazte socia ya y recibe nuestras revistas trimestrales en casa
Luba Zabauska lleva gafas, es pequeñita y anda a pasos cortos sobre unos vibrantes tacones. Habla sin parar y lo que más le interesa en el mundo es la escuela ucraniana de la que forma parte en Alcorcón. Entre semana, limpia oficinas, pero casi no habla de eso, no le conmueve en absoluto.
Quedo con ella en Serrano, frente a la embajada de EEUU. Le hablo de una cafetería, pero me responde ya caminando que no, que hay que montar en un autobús porque tiene que llegar a tiempo a su siguiente cometido, cerca de la Puerta de Alcalá. Empieza la entrevista frente a frente, dentro del bus urbano.
“Dejé Ucrania en 1999. La situación estaba muy mal, los salarios eran bajos”. Atrás quedaron dos hijos, un marido y dos carreras, la de profesora y la de logopeda. No tuvo problemas de adaptación, pero siempre le pesará en la conciencia haber dejado a sus hijos durante años a cargo de su suegra. “La época en que estuvimos separados la recuerdo fatal. Los niños le escribían cartas a San Nicolás, como vuestros Reyes Magos, para que hiciera lo posible por que volviéramos”. Si Luba hubiera sabido lo lejos que estaba España el día que decidió migrar, no lo hubiera hecho. “Cuando vi España sobre un mapa me sorprendí. ¡Está casi en África!”.
Continua la entrevista en el hall de un edificio, muchos le saludan al entrar con alegría. Luba, cuyo nombre significa 'amor', tiene 53 años y lleva 18 en España. Vino para un año, pero siente que nunca volverá. Su hijo pequeño vive con ella. El mayor vive en Ucrania, trabaja en Polonia y está un poco enfadado. “Alguna vez ha llegado a decirme que por culpa de los políticos, él se quedó sin madre”.
Enseguida se recompone. Desde hace 10 años, cada sábado, abre sus puertas un colegio para niños ucranianos al sur de Madrid. Los fines de semana, Luba olvida la limpieza y da clases de Matemáticas o Canto, lo que le echen. “Tengo una doble vida. Hasta el sábado, trabajo en la limpieza, pero ese día entro como en otro país, porque en todo el edificio los niños hablan ucraniano. Recompensan todo mi esfuerzo”.
“El colegio se llama Dyvosvit, esto significa 'país de las maravillas'. Cuando entro, nunca quiero salir”, dice emocionada de su mundo particular lleno de colores, en el que vuelve a ser maestra y a estar rodeada de estudiantes.