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En el barrio de la basura de El Cairo, los cristianos conviven con la contaminación y la discriminación

Vistas del barrio de Manshiyat Nasern. El Cairo, Egipto

Soraya Aybar Laafou

El Cairo —

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Un niño corre colina abajo. Detrás de él, un par de latas metálicas y botellas de plástico resuenan sobre el asfalto. Están atadas a un hilo de rafia desgastado. El pequeño, que no supera los ocho años, avisa de la llegada de uno de los cargamentos del mediodía. Detrás de él, en un carro metálico tirado por un asno y guiado por uno de los zabaleen (basureros) de El Cairo, se ven montañas de cartones y una gran bolsa de basura verde llena de deshechos orgánicos: pieles de plátano, hogazas de pan duro y verdura podrida.

En el barrio de Manshiyat Naser –también conocido como Ciudad de la Basura– se recogen, almacenan y separan cada día los residuos que producen los más de 20 millones de habitantes de la capital egipcia, una de las metrópolis más pobladas del continente africano. A los pies de la colina Moqattam, que se erige en el sureste de El Cairo, este barrio es el hogar de unas 60.000 personas. Denominados popularmente “recogedores” o “gente de la basura”, los zabaleen son cristianos coptos y desempeñan un servicio fundamental: recolectan la basura de los hogares y las calles cairotas, y reciclan una gran parte, reduciendo considerablemente los residuos.

Las manos de Layla y Nubia están agrietadas y teñidas de negro. A un lado, hay cuchillos, cucharas y tenedores, perfectamente ordenados y separados. Al otro, hay una montaña con todos los cubiertos plásticos, algunos manchados, otros rotos y unos pocos en buen estado: son los que buscan las dos jóvenes. Layla sonríe. La tenuidad de su rostro rompe con la lobreguez del bajo donde pasa más de 12 horas al día. “Este es mi trabajo. Toda mi familia nos dedicamos a separar la basura que llega desde El Cairo”, cuenta con timidez. Pero de pronto, se enorgullece: “Es lo que me gusta”.

Un grupo de hombres tira con fuerza de una cuerda larga. Con cada estirón, un enorme cúmulo de basura apoyado sobre un palé sucio se eleva un metro más. Con una polea, suben los residuos hasta lo más alto de un edificio. Ni siquiera los tejados están libres del hedor de la basura. Nasser lleva más de veinte años en este barrio y –dice– las condiciones no son las mejores, pero “ellos nos protegen”, afirma señalando un cartel que cuelga sobre la calle de lado a lado. El rostro de la virgen María ocupa toda su superficie y parece levitar.

Una comunidad con raíces en el Alto Egipto

Se calcula que la comunidad cristiana copta representa entre el 10% y el 15% de los más de 100 millones de habitantes de Egipto. Los zabaleen son en su mayoría coptos, que se establecieron a los pies de Moqattam hace casi un siglo. A escasos metros del centro neurálgico de la Ciudad de la Basura, se encuentra el monasterio de San Simón el Curtidor, también conocido como iglesia de la Cueva, porque está cavada en la montaña: un impresionante templo, con una capacidad para acoger entre 15.000 y 20.000 devotos, lo cual lo convierte en uno de los más grandes de Egipto y de Oriente Medio. 

Históricamente, los zabaleen eran agricultores del Alto Egipto. En la década de 1940, una gran parte emigró a la capital huyendo de las malas cosechas. En ese momento, los wahiya, un grupo de habitantes del desierto occidental de Egipto, pidieron a esta comunidad que se uniera a ellos en el negocio de recogida de basura de El Cairo. Para continuar con su tradición de criar cerdos, cabras, gallinas y otros animales domésticos, los zabaleen establecieron asentamientos informales en las afueras de la capital, mientras empezaban a dedicarse a la recolección de basura.

Durante un tiempo, los zabaleen recogían y clasificaban los residuos, y los wahiya funcionaban como intermediaros entre ellos y los ciudadanos de El Cairo. Esta asociación y nueva actividad provocó que muchos más egipcios del Valle del Nilo emigraran a la capital.

La economía de la Ciudad de la Basura, que gira en torno a la recolección y el reciclaje de los deshechos de El Cairo, ha estado amenazada en varias ocasiones por las autoridades egipcias. En 2003, la gobernación de la provincia otorgó fondos anuales por valor de unos 50 millones de dólares estadounidenses a tres empresas multinacionales de recogida de basura –de ellas, dos eran españolas, FCC y Urbaser, y la tercera, la italiana AMA–. También se adjudicó un contrato a la empresa nacional Compañía Egipcia para la Recogida de Basura (ECGC por sus siglas en inglés).

A pesar de que en la actualidad los zabaleen continúan gestionando la mayoría de los residuos, la contratación externa supuso y sigue siendo una amenaza indirecta para el devenir económico de esta comunidad.

Doble estigma

En 2009, en medio de la crisis por la gripe porcina, el Gobierno egipcio decidió eliminar a alrededor de 350.000 cerdos, en su mayoría, propiedad de los habitantes de Manshiyat Naser. Los cerdos son principalmente criados por la minoría cristiana de Egipto y son considerados impuros por la sociedad mayoritariamente musulmana y conservadora.

En ese momento, la Organización Mundial de la Salud aseguró que la decisión de acabar con los cerdos no tenía “base científica”, ya que la enfermedad no se transmite a través de los animales y, además, en el país del norte de África no se había registrado ningún caso de gripe porcina.

El estigma de los zabaleen por convivir con esos animales y con la basura, y la discriminación por su religión han hecho que el barrio sea blanco de ataques y de todo tipo de habladurías. Tras la revolución egipcia de 2011, una oleada de atentados contra los cristianos cometidos por islamistas radicales aumentó el sentimiento de incomodidad y hostilidad respecto al entonces presidente Mohamed Morsi (2012-2013), líder de los Hermanos Musulmanes.

En 2022, la capital egipcia se situó entre las diez ciudades más contaminadas del mundo, por encima de Tayikistán y por debajo de la India. La comunidad de los zabaleen sufre en sus carnes los efectos de la polución, ya que convive con los deshechos plásticos y orgánicos, que son quemados en algunas ocasiones. Es habitual ver columnas de humo elevándose sobre Manshiyat Naser. Además, en ese ambiente insalubre, se registran altos índices de enfermedades transmisibles, como el tétanos o las hepatitis. Eso y el aspecto de sus residentes hace que los demás egipcios se cambien de acero cuando se cruzan con ellos.

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