Frei Betto: “Nunca imaginé que Brasil se volvería tan servil ante los intereses de la FIFA”
“Helvecio, la vida supera la ficción”, decía la dedicatoria que Carlos Alberto Libânio Christo, conocido como Frei Betto, le escribió al director de cine Helvecio Ratton cuando le regaló un ejemplar de Bautismo de sangre. El director recogió el guante y, en 2006, las salas de los cines proyectaron por primera vez esta escalofriante historia de la represión por la dictadura militar en Brasil. Los cuerpos que sufren torturas en esta historia pertenecen a frailes dominicos que, como Frei Betto, lucharon contra la dictadura.
Ha publicado más de 50 obras sobre distintos temas, aunque dejan ver su obsesión por la justicia social y por los derechos humanos. Para Frei Betto, ser de izquierda significa “optar por los pobres, indignarse ante la exclusión social, inconformarse con toda forma de injusticia o, como decía Bobbio, considerar una aberración la desigualdad social. Ser de derechas es tolerar injusticias, poner los imperativos del mercado por encima de los derechos humanos, encarar la pobreza como tacha incurable, creer que existen personas y pueblos superiores a los demás”.
Trabajó en el programa Hambre Cero del gobierno de Luis Ignácio Lula da Silva hasta que se suprimió para crear Bolsa Familia, un programa de subsidio directo a las familias.
Dijo usted en un artículo que es hora de que las autoridades brasileñas “abandonen su torre de marfil, suelten las gafas que se centran en las elecciones de 2014 y que hagan contacto con la realidad”. ¿Por qué cree que los políticos se mantienen en esa torre que mencionaba?
Porque continúan sin atender los problemas más graves del país: la salud, la educación, la sanidad y el transporte público. Además de eso, Brasil necesita con urgencia una reforma política. Es preciso prohibir la financiación de campañas electorales con dinero de empresas y bancos, y extirpar de nuestro sistema político resquicios de la dictadura militar (1964-1985), como el hecho de que un Estado con un millón de habitantes tenga el mismo número de senadores, tres, que otro con 40 millones de habitantes.
El pueblo se rebela contra un Gobierno considerado de izquierda. ¿Todo el mundo traiciona sus ideas cuando llega al poder?
El Gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) sólo puede considerarse de izquierda si se le compara con las fuerzas políticas reaccionarias que le hacen oposición. De hecho, se trata de un Gobierno social-popular desarrollista, madre de los pobres y padre de los ricos.
No todos traicionan sus ideas progresistas al llegar al poder. Ejemplo de ello son Mandela, Evo Morales, Chávez, Fidel, Correa, Allende y tantos otros. Pero, en Brasil, el PT cambió un proyecto de país por un proyecto de poder. Mantenerse en el poder, aún con alianzas espurias y concesiones contrarias a los propios principios originales del PT pasó a ser más importante que implementar una política de transformación de nuestras estructuras sociales. En 10 años de gobierno, el PT no promovió ninguna reforma estructural, en especial la más importante y que promete en sus documentos fundacionales: la reforma agraria.
Su visión de Brasil se desmarca tanto del discurso oficial y del de muchos brasileños optimistas por la macroeconomía, por el desarrollo del país y por la lucha contra la pobreza.
Mi visión es distinta porque encaro la realidad desde la óptica de los oprimidos y no de los opresores. De hecho, Brasil ha tenido grandes avances en 10 años de Gobierno del PT: el desempleo prácticamente no existe; reducción de la miseria, de la que han salido 40 millones de personas; expansión del crédito; acceso más fácil a los productos de primera necesidad; importación de médicos para zonas populares; aumento del salario mínimo y control de la inflación. Todo esto trajo mejoras evidentes a la vida del pueblo brasileño.
Pero según el IPEA, órgano del Gobierno federal, la diferencia entre los más ricos y los más pobres es de 175 a 1 (dato de noviembre de 2013). Aún hay 16 millones de personas que viven en la miseria. Los servicios de salud y el sistema público de educación están degradados, son de baja calidad. El transporte público es ineficiente. El Gobierno continúa inyectando dinero al mercado financiero, favoreciendo el círculo de la especulación. El agronegocio deforesta la Amazonía y los mineros contaminan los ríos sin que el Gobierno tome medidas eficaces de protección ambiental y de los pueblos indígenas. Hay cerca de 800.000 indígenas en Brasil.
En su opinión, ¿cuáles serían las razones de fondo para los problemas que señalaba anteriormente?
La falta de un modelo alternativo al neoliberalismo y al modelo capitalista-desarrollista-consumista. Por otro lado, el Gobierno es rehén de las clases dominantes y, aunque haya llegado al poder por los movimientos sociales, tiene poco diálogo con sus líderes.
Usted trabajó en el programa Hambre Cero del Gobierno de Lula. ¿Cómo valora ese programa y el trabajo que usted desarrolló ahí? ¿Por qué lo dejó?
Lo dejé porque Hambre Cero tenía un carácter emancipador y el Gobierno decidió erradicarlo para implantar Bolsa Familia (subsidio familiar), que tiene carácter compensatorio. Las familias que accedieran a Hambre Cero estarían en condiciones de generar sus propios ingresos en dos o tres años. Las familias de Bolsa Familia perpetúan su dependencia del Gobierno federal, sin puerta de salida. Por otro lado, Hambre Cero lo administraban los Comités Gestores, integrados por líderes populares de los municipios. Bolsa Familia lo administran los alcaldes, que lo convierten en moneda electoral. Todo esto lo escribo en mi libro Calendario del poder (editorial Rocco).
¿Considera que la celebración del Mundial ayudará al desarrollo de Brasil? ¿Considera compatible el gasto millonario con la mejora de la vida de las personas?
Nunca imaginé que el Gobierno brasileño se volviera tan servil ante los intereses económicos de la FIFA. Los estadios para el Mundial se están construyendo de forma precaria (ahí están los desmayos y las muertes de operarios); se presupuestaron las obras por lo bajo (inicialmente se calcularon 22 billones de reales y ya alcanzaron los 30 billones); la ley seca en los estadios fue revocada por presión de las cerveceras aliadas con la FIFA; las entradas son muy caras y, debido a la crisis financiera en Europa, el número de hinchas extranjeros en el Mundial puede ser mucho menor que lo previsto. Así que no dudo que se produzcan manifestaciones populares durante el Mundial, como ocurrió con la Copa Confederaciones, en junio de 2013.
¿Qué le parece la cobertura de los medios sobre lo que ocurre en Brasil?
Los grandes medios miran a Brasil con prejuicios, como si los índices de la Bolsa de Valores y del PIB plasmaran nuestra realidad. Y concluyen que somos el país del fútbol, del carnaval y de las mulatas. Pero eso es culpa de nuestro Gobierno, que no promueve el turismo ecológico, cultural y científico. Aunque el brasileño rico también prefiere llevar a sus hijos a Disneylandia que a la Amazonía... Nuestras favelas son pintadas y no curadas.
Hay propuestas de reducir la edad penal para los criminales en Brasil. ¿Usted considera que se trata de una medida eficaz para reducir la criminalidad?
En ningún país del mundo –mire los Estados Unidos– la reducción de la mayoría de edad penal o la pena de muerte condujeron a una reducción en la criminalidad. Ésta se reduce con educación básica de calidad, guarderías para los niños de cero a seis años, tiempo integral en el colegio...
¿Hay diferencias entre el Gobierno de Lula y el de Dilma Rousseff?
Lula dialogaba más con los movimientos sociales y promovió más asentamientos y desapropiaciones de tierras para hacer efectiva la reforma agraria. Pero no hay diferencias en la política económica.
¿Qué razones para el optimismo tiene para el futuro de Brasil?
Mantengo el siguiente principio: reservar el pesimismo para días mejores... Creo en la capacidad de movilización del pueblo brasileño, sobre todo en los más jóvenes, y espero que en las elecciones de 2014 podamos cambiar el perfil conservador del Congreso Nacional y reelegir a Dilma como presidente, pues ella es mejor que cualquier otro candidato con posibilidades. Y sé que, si el papa es argentino, ¡Dios es brasileño!