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Un emeritense atrapado en la guerra

El regreso a casa más difícil de Tawfik

Los hermanos Tawfik, Nazira, María y Ángel, llevan dos semanas sumidos en la angustia por el destino que puede correr su padre, un gazatí que lleva 40 años viviendo en Mérida y que justo ahora había viajado a Gaza a visitar a su familia, después de 17 años sin hacerlo, lo que le ha llevado a encontrarse atrapado allí por la guerra.

·Efe / Jero Díaz Galán

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Tawfik es un apellido palestino conocido en Mérida, pues así se llaman los cuatro hijos de un gazatí que hace 40 años llegó a la ciudad y se quedó. El pasado día 4, después de 17 años sin atreverse a volver a Gaza, aterrizó en la Franja, sin sospechar que apenas tres días más tarde se vería atrapado en medio del horror y de la guerra.

Nazira Tawfik, su hija mayor, cumplía años precisamente el fatídico 7 de octubre, cuando se produjo el ataque más sorprendente y cruento que Israel ha sufrido por parte de Hamás, por eso la llamada de su padre desde Gaza para felicitarla ya se empezó a teñir de los más oscuros presagios y de un inicial “no os preocupéis” de imposible cumplimiento.

Esta familia emeritense vive en permanente angustia desde entonces, con la única esperanza de que se llegue a un acuerdo para un alto el fuego en el sur de la Franja que permita la reapertura del paso de Rafah, en la frontera con Egipto, para la evacuación de los extranjeros y la entrada de ayuda humanitaria.

Es tanto el miedo que tienen los hijos de Tawfik, Nazira, María, Ángel y el pequeño Pablo, que se niegan a facilitar una fotografía de su padre e incluso a dar a conocer su nombre completo por temor a que pueda ser identificado y sufrir represalias.

El hombre que trajo el apellido palestino a Mérida tiene ahora 58 años pero llegó a la ciudad con solo 18 para estudiar Informática en una casi recién estrenada escuela universitaria que atrajo a alumnos de distintas procedencia, la más original la suya.

Se enamoró, se casó y formó una familia de cuatro hijos en la capital extremeña, aunque con la ausencia siempre de su tierra, de sus padres y hermanos. De hecho, como recuerda Nazira, cuando eran pequeños, algunos veranos visitaban a sus abuelos palestinos en Gaza, unos viajes que terminaron con la muerte de ellos y con la creciente tensión en la zona.

La joven explica que su padre en estos 17 años sin regresar al norte de la Franja, donde vive su familia, había planeado distintos viajes, aunque siempre terminaba desistiendo, incluso con el billete ya comprado, por la falta de seguridad en la zona, algo que no ocurrió el pasado 3 de octubre, cuando nadie supo reconocer la extraña calma que precedía a la tormenta.

Los primeros días de bombardeos los pasó Tawfik refugiado en la casa familiar y sin intención de salir de allí hasta que hace cinco días Israel dio el ultimátum que llamaba al éxodo forzoso de los civiles hacia el sur, ante la inminente entrada de tropas.

El pasado viernes, 13 de octubre, el consulado español, con el que los hijos mantienen una continua comunicación, como asegura Ángel, le instó a viajar al sur ante la posibilidad de que la frontera de Rafah abriera al día siguiente durante unas horas, una operación diplomática que al final no prosperó, justo cuando su padre se disponía a viajar.

Finalmente, Tawfik ha cruzado la Franja de norte a sur en medio de los bombardeos, escondido en una vehículo camuflado de ambulancia, y ayer llegó a una localidad a cuatro kilómetros del paso fronterizo a Egipto, una zona donde siguen cayendo misiles, a pesar de que Israel ha recomendado a los civiles que se desplacen hacia allí, según las fotos que le envía a sus hijos a través de WhatsApp, el sistema que suele usar para comunicarse con ellos cuando consigue cargar su móvil mediante baterías portátiles que hasta ahora ha podido comprar.

Sin luz ni agua y con la ayuda humanitaria bloqueada, los gazatíes se ven ya obligados a beber agua del mar, incluido este padre extremeño, para quien el ánimo y la esperanza decae cada día que pasa, aunque trate de disimularlo y aunque ellos traten de animarlo con lo que más ilusión le hace, las gracietas de sus tres nietos pequeños, según relata su hija mediana.

Nazira, María y Ángel llevan once días pendientes únicamente del teléfono móvil, de “recibir un mensaje de papá” o una comunicación de la embajada, sin poder abstraerse tampoco de la tragedia en bucle que vive el resto de su familia gazatí y el pueblo palestino, que, a diferencia de su padre, ni siquiera cuentan con la “mínima esperanza”, reconocen, que te da poseer un pasaporte español.

Para Nazira, que recalca que “Palestina no es Hamás y Hamás no es Palestina”, se está masacrando a una población totalmente inocente e indefensa que, además, es mayoritariamente pobre.

En medio de este horror, los hermanos Tawfik creen que el mundo tiene que lograr al menos que Israel deje salir a la población de Gaza y permita que entre ayuda humanitaria para quienes, como su tía, ha decidido quedarse para siempre en el que ha sido su hogar al norte de la Franja.

Mientras eso no suceda, tienen muy claro que, lo que está ocurriendo allí no es una guerra, es una “matanza”, un genocidio, del que al menos esperan que su padre pueda huir para volver sano y salvo a casa aunque ya saben que llegará con el alma completamente destrozada.

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