La Reina Gitana: “Veo machismo y esa desconfianza hacia la mujer sobre si puede tocarte bien por soleá”

La Reina Gitana en uno de sus conciertos

Sara Núñez

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Aquellos afortunados que se acerquen a La Zarzuela este sábado podrán descubrir la faceta más jerezana, a Manuel Alejandro y el Jerez que lleva dentro. De la mano de La Macanita, su gran elenco artístico va a representar, por medio de su música, las calles del pueblo natal: su catedral, sus barrios, sus pasiones, sus palmas, sus cantes, peñas, rincones. Todo ello, abierto en canal para que la audiencia se acuerde de “la esencia jerezana que tiene Manuel en sus venas”. Y, si quieren vivir esa esencia jerezana, Rosario Montoya, gran artista invitada en esta velada, insiste en aplaudir “ese sentir, su sangre, genética y la intensidad” que se tiene desde el sur.

Las canciones del autor Manuel Alejandro, cuyos trabajos retrataron el ser y el sentir de artistas que las hicieron propias, desde Rocío Jurado a Raphael o Julio Iglesias, llevan a La Macanita a debutar en el Teatro de la Zarzuela después de su extensa y reconocida trayectoria. Y no es la única que aterriza por primera vez en este gran escenario: Rosario, alias La Reina Gitana, también estrena esta parada. Una artista que rebosa espíritu y quien tenía claro su futuro desde pequeña.

Y tanto, que desde sus cuatro años pedía cosas de reina, de verdad, no juguetes, y siempre un piano de cola, como el negro que a día de hoy toca. Le trajeron unas joyas de plástico de juguete y un piano, también de plástico, con teclas pegadas. “Amo a vé, esto no lo has entendío bien”, protestaba a su familia. Que tal vez fuera porque no le entendían bien, así que su hermana le ayudaba a escribirlo para aclarar que le dieran su piano negro de cola, que el otro estaba bien pero era de juguete. “¿Tú no puedes pedir muñecas, como tu hermana? Tú tienes que tener un piano de cola. ¿Quién te crees que eres, una reina gitana, Rosario?”, y su madre, al dar aliento a semejantes palabras, dejó la semilla bien plantada.

A los 14 entró en el Conservatorio, donde el instrumento más solicitado era el piano y ella, por tanto, estaba en lista de espera. Mientras, estaba aprendiendo sus bases con la guitarra. Juan Unqueras, su primo, le sugería algo que terminaría yendo más en serio de lo que habría imaginado: “Ya que veo que serás artista en el día de mañana, ¿por qué no te pones gypsy queen?”. Lo mismo que le dijo su madre cuando era pequeña. Simplemente por esa coincidencia, se lo puso. Porque hay nombres que están escritos desde el principio, al igual que el recorrido y la pasión que ella va cantando sobre sus teclas.

Desde Macana, Juan Moneo Lara El Torta, bailaores, gente de la ópera clásica como Ismael Jordi, pasando por Anabel Valencia, María Terremoto… Son numerosos los artistas, tanto del mundo del flamenco como de fuera, con los que la Reina ha trabajado. Recuerda en especial al Torta, “el más grande, el más genio”. En un mundo regido por la sociedad patriarcal en la que la artista ha pasado por complicaciones varias, por ser esa gitana que acompañaría desde el piano en vez de cualquier varón, fue Fernando Terremoto quien le llevó a tocar junto a un cantaor hombre. “El primero”, recalca con fuerza, “el valiente no-machista”.

Con toda una trayectoria por escenarios de todo el mundo, el machismo no quedaba impune en su camino y ahora, ya con perspectiva y recorrido, admite lo que le tocó experimentar: “A él no le importó que fuera mujer ni hombre, quería mi toque de piano con él. A raíz de ahí, los cantaores me fueron tomando en cuenta porque lo tienen grabado en la cabeza”.

Veo el machismo también ahora que miro atrás, esa desconfianza hacia una mujer sobre si puede tocarte bien por soleá

Quien ha acompañado desde el principio en el flamenco ha sido un hombre, la figura masculina en la guitarra, y lo dan por supuesto. “Un cantaor que me contrate para acompañarlo aún resulta complicado, hay más mujeres que hombres”. También ha tocado a Jesús Méndez, quien cuenta con ella cada vez que tiene la ocasión, a Torta, Terremoto, Luis Moneo. Diego Agujetas, a sus casi 80 años decía que le importaba un bledo que ella fuera mujer y tildaba de “absurda” a la gente por discriminar a esas alturas. “Vamos alcanzando tocarle a todos, gracias a Dios”. 

En el Conservatorio todos tocan sus instrumentos y a estas alturas se ve normalizado, pero en el flamenco ha resultado más duro para mujeres como la Reina: “Yo esa maldad no la he visto nunca, he ido feliz con mi instrumento, pero ahora, que soy más mayorcita, sí. Veo el machismo también ahora que miro atrás, esa desconfianza hacia una mujer sobre si puede tocarte bien por soleá”.

Del evento que espera en la Zarzuela, a ella le han tocado las dos piezas más cantadas, entre las cuales destaca el Como yo te amo, versionado por Rafael y Rocío Jurado. “Son temas muy conocidos y me gustó porque, a principios de años, me llamaron para recibir a Manuel Alejandro, cuando le dieron el honor de ser Hijo Predilecto, con algo suyo. A mí me entraron cagaleras”, bromea, con su mayor honestidad. Y recuerda una frase que le marcó, palabras que le dedicó el autor entonces y que define la pasión y la entrega de la artista en su piano: “¿Pero no veis que esta mujer no toca el piano? Que canta con las manos. Ella no toca, ella canta”.

Así es ella: melódica, “es como si yo cantara con mi mano derecha”, y de ahí sale a interpretar el Como yo te amo, que la Reina Gitana dedica a su hija: “Yo se lo estoy cantando a ella”. A esta se le une su interpretación de Se nos rompió el amor, donde hace una introducción y luego acompaña a Macana. Pero no se ciñe a la plena interpretación de un tema, sino que vive por su música: “Cuando toco el piano, lo hago para hablar yo. ¿Dónde me dejo si solo interpreto? Me asfixiara, saldría de ahí vacía y con ansiedad. No por nervios, sino porque no he podido hablar”. Es algo que ella misma ha sentido con muchos acompañamientos junto a cantantes “que no transmiten”, pero que, promete, no va a volverlo a hacer, porque no es “una mera intérprete”.

Cada uno de los artistas que componen el cartel, todos de Jerez, aportan su huella, su personalidad y su colorido (La Macanita, Elena López, Manuel Valencia, Irene Ortega, María Lomas de Goñi, Perico Navarro, Chicharito de Jerez, Manuel Macano y Javi Peña, con Rosario Montoya y José Zarzana como invitados). Con su manera de ver la música, cada cual hace ese resumen al compositor en una cestita y crea su propio homenaje.

Ella se siente orgullosa por su tierra, por representarla y ofrecérsela al artista “junto a la más grande”, una voz muy representativa de la tierra, con artistas muy bien escogidos y seleccionados. “Yo he actuado más veces en Madrid, pero el Teatro de la Zarzuela… es el Teatro de la Zarzuela”. Pocos van ahí, y no iba a perderse su trono semejante Reina, contenta y recién llegada de la presentación de Amor y Fuego, un concierto de piano sinfónico en la Fiesta de la Vendimia de su ciudad. Un concierto muy europeo, estilado en el norte de Francia: un pianista, un solista, sentado en los jardines y que traspasa lo tradicional del flamenco en Jerez.

De todos sus conciertos europeos o recorriendo América del Norte, desde la Infanta Elena, Doña Pilar de Borbón, con Antonio Banderas, Rosario se queda con la nana que tocó cuando se trajo a su niña en brazos, después del parto. Así defiende el mejor de sus escenarios: “En mi salón, sentada en mi silla del piano, con mi hija en la mano izquierda y durmiéndola con las teclas, con mi mano derecho. Esa escena supera a todos”. Una mujer entregada en cuerpo y alma a su labor, pero que mantiene pies en tierra y manos en teclas.

Atesora a su familia, a sus amigas de verdad, las que no se dejan influenciar y le veneren por cómo toca. Y aquellos buenos artistas, como su violinista, quien está desde los 16 años en armonía con ella, o a su profesor Pedro Salvatierra, quien le enseñó a sentir, a olvidarse y perderse mientras tocaba una sola tecla. También a Macana, Felipa de Moreno o Jesús Quintero. Este último, padrino de su hija, siempre le preguntaba si era feliz y se preocupaba por su entorno: “Él decía que yo era muy sensible, y que a una artista tan sensible hay que cuidarla muy bien”. 

Un amor que ella comparte y demuestra siempre con sus piezas, entre las cuales destaca la inolvidable A mi mare. “El A mi mare ya me lo han arreglado para sinfónico y cuando me mandaron el boceto no pude hablar”, cosa que le llevaba, incluso, a cuestionarse si ella misma podría interpretarlo en directo, por “la grandiosidad” de verlo en armonía con tal sinfónica. “¿Quién no quiere a una mare? Yo interpreto lo que le amo, lo que me hace sentir. La esencia, junto con mi hija, que tengo tan presente”, describe.

Define a sus composiciones como sus vivencias, lo que siente y experimenta: “Para mí, ese es el verdadero flamenco. Me criaron y educaron musicalmente con la definición de que el flamenco es la pura expresión de ese mismo instante o de lo que le haya ocurrido al intérprete que lo ejecuta. El flamenco es tan puro como eso”.

Cuando escucha a la gente aludir al flamenco de antes como lo conservador, “lo puro”, insiste en el cante de lo que se vive: en Torta, en Terremoto, por medio de los palos del flamenco. “A muchos cantores amigos míos se lo digo: empezad a cantar vuestras vivencias. Ya sabemos cómo se ejecuta, ahora canta cómo te sientes. Esas son mis composiciones: lo que he pasado”. Pureza y vida que reflejará, un día más, en el Teatro de la Zarzuela: “Espero se llene y se ponga boca abajo”. Va con cuerdas: piano, violín, chelo, contrabajo. Va con palmas, sus guitarras, y no con otro Se nos rompió el amor por bulerías, sino “una interpretación muy elegante y con mucha pasión” de la mano de Macana y sus acompañantes, “con mucho amor”.

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