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The Guardian en español

La censura sobre los emails impuesta por Goldman Sachs es un gran error

Imagen de archivo de Goldman Sachs

Stefan Stern

Lo primero que hicieron fue quitar la sala de fumadores, y no dije nada, porque yo no era fumador. Pero van a por nuestros correos electrónicos y, camaradas, tenemos que contraatacar. Para que nos entendamos: se ha filtrado un comunicado interno de Goldman Sachs y en él se enumera una lista con todas las palabras y frases que no deben utilizarse en correos electrónicos, a menos que quieras provocar una investigación por parte del departamento de control interno.

Las palabrotas están fuera de lugar, al igual que la expresión de emociones intensas o dudas. Por ejemplo, pase lo que pase nunca digas “estoy muy preocupado” o “¿maldita sea no lo entiendes?”. No terminará bien. Los sensores tintinearán, y antes de que te des cuenta estarás subiendo las escaleras de cabeza a una de esas reuniones.

La lista completa de palabras y frases “alerta roja” es extremadamente larga. “Encontramos numerosos errores”, “Malversación de cuentas” y “¿cómo ha podido suceder esto otra vez?” están todas en la lista, entre muchas otras. De hecho, cuando estudias la lista al completo te preguntas cómo los empleados del banco logran decir poco más que: “¿Tienes tiempo para un café?”.

El documento descubierto por el canal CNBC es de hace unos pocos años, pero las nuevas tecnologías han avivado el trabajo de investigación de Goldman Sachs. Ahora se abrirá una ventana si un correo electrónico que contiene una palabra malsonante está a punto de ser mandado. “¿De verdad querías decirle a esa persona que se vaya a la mierda?”. Si es así, entonces continúa.

Los correos electrónicos de Goldman ya les metieron en problemas en el pasado. En 2010, una Comisión del Senado de Estados Unidos que investigaba la crisis financiera publicó un intercambio de correos entre los comerciales que describían los contratos como un “acuerdo de mierda”, un acuerdo por el que, por supuesto, el banco estaba a punto de ganar mucho dinero. Por lo que puedes comprender por qué quizá quieren ser tan cuidadosos con estas cosas.

Los tipos listos de Goldman ha propiciado desde hace tiempo el hábil acrónimo LDL –let's dicuss live (discutámoslo en persona)– como una manera de evitar que las cosas erróneas terminen por escrito.

Lo que está en juego aquí es más importante que los impresionantes resultados del banco. Es el indicio de que estamos severamente limitados en lo que se nos está permitido decir en los emails que enviamos a nuestros amigos o compañeros. Las personas cuidadosas te dirán que cualquier cosa que dejes por escrito puede reaparecer más adelante y dejarte en evidencia. De acuerdo. La mayoría de nosotros probablemente lo entendemos, y no está mal recordárselo a la gente algunas veces.

Sin embargo, el tipo de dirección que interviene al menor atisbo de palabrotas o de arrebatos emocionales no es el que precisamente va a permitir a la gente creativa que trabaje con eficacia. De hecho, esto recuerda inevitablemente al lenguaje opresivo y minimalista inventado por George Orwell en su novela 1984. La neolengua había sido desarrollada por el régimen de Oceanía, dijo Orwell, “para hacer que otras formas de pensamiento fueran imposibles”. La neolengua significa control. “Un control herético... debe ser literalmente impensable, al menos en cuanto a los pensamientos que dependen de las palabras”, explicó Orwell.

Los buenos correos electrónicos son cortos, alegres y divertidos. Pueden contener cotilleos. Pueden formar parte de días emocionantes del comienzo de una seducción. Deberían recordarte a la voz de alguien que conoces, o querrías conocer mejor. En un lugar de trabajo productivo los emails ingeniosos son una señal de vida. El departamento de control interno no debería tener nada que ver con ellos. No queremos convertirnos en cobardes trabajadores al servicio del Gran Hermano, tecleando aburridos mensajes en neolengua. Exigimos la libertad de maldecir, bromear y desahogarnos vía email.

Además, esas estrictas le han funcionado muy bien a Goldman Sachs. Hace unos días hemos conocido las acusaciones en el Tribunal Supremo de que los banqueros de Goldman Sachs pagaban por prostitutas para ayudar a conseguir negocios de un fondo de inversiones libio durante la era de Gadafi. Y, según las pruebas de Sir Philip Green presentadas en el Parlamento la semana pasada, sus asesores en el banco nunca le alertaron sobre la venta de BHS a Dominic Chappell por una libra en marzo de 2015. Me pregunto qué decían sus emails –o no decían– sobre él. Es posible que terminemos descubriéndolo.

Traducido por Cristina Armunia Berges

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