Por qué echaré de menos a Merkel como europea
Durante su gira de despedida, en la que se encontró con jefes de Estado y de Gobierno europeos, Angela Merkel fue a ver a la reina Isabel II. Los pocos minutos filmados de su llegada a Windsor son irresistibles. Por un lado, la reina de Inglaterra, con un vestido floral verde y su sonrisa controlada por siglos de código y tradición. Por el otro, una mujer aparentemente tímida con pantalones y chaqueta púrpura, asintiendo con la cabeza demasiadas veces e intentando acatar los rituales correctos para saludar a una monarca. Elizabeth y Angela: dos mundos opuestos, dos funciones completamente diferentes y, sin embargo, con similitudes. Como los discursos aburridos que ya nadie se atreve a hacer. O ese estilo, esa calma, esa estabilidad y esa manera de representar a sus países.
Hoy Merkel representa a más que Alemania: representa a Europa. Es un icono pop que ha entrado en nuestra mente como una canción pegadiza. Se venden tazas, camisetas e incluso exprimidores con su imagen. Pero su ascenso y su perdurabilidad siguen siendo un misterio. ¿Cómo pudo esta mujer, tan extrañamente indiferente a las trampas del poder, tomar el control de un partido dirigido durante medio siglo por hombres conservadores y después ser elegida cuatro veces seguidas para liderar una de las grandes potencias mundiales? ¿Cómo se convirtió en semejante modelo a seguir hasta tal punto que una vez un colegial le preguntó, con toda inocencia, “¿Puede un niño también ser canciller?”
Dos vidas
Durante años, he observado a Merkel, escrito al respecto y, más recientemente, realizado una película sobre ella. No se ha tratado de admiración ciega sino más bien de fascinación: porque la primera canciller mujer en Alemania, que lideró la economía más poderosa de Europa durante 16 años, surgió de un país que ya no existe. Apenas recordamos su nombre, o lo reducimos a sus tres iniciales: RDA. ¿Qué otro líder mundial puede adjudicarse un trasfondo tan extraordinario?
Merkel se retira de la cancillería alemana tras haber pasado más de la mitad de su vida bajo una dictadura del bloque soviético, en un país separado de su mitad occidental y excluido del “mundo libre”. ¿Cómo podía no ser radicalmente diferente? Ella ya ha vivido dos vidas: una antes y otra después de la caída del Muro de Berlín.
La crítica a Merkel más común es la que dice que no ha “hecho nada”. Que, a diferencia de sus predecesores, no deja su huella en la historia. Konrad Adenauer integró a Alemania Occidental en la comunidad internacional y ayudó a sentar las bases de la Unión Europea actual. Helmut Kohl trajo consigo la reunificación de Alemania y subsumió el marco alemán a la moneda única europea. Gerhard Schröder emprendió reformas laborales brutales e impopulares para hacer competitiva a Alemania. Entonces, ¿qué ha hecho Merkel para la posteridad? No tiene grandes reformas en su haber. Pero su historial político, junto a sus dos vidas, tiene dos caras: puede ser interpretado en ambos sentidos.
El momento adecuado
Entró a la política de un momento a otro, justo después de la caída del Muro de Berlín. Una química corriente, carente de carisma, de habilidades para la oratoria, de astucia política e incluso de un programa en particular. Y a sus 35 años se encontró, por una casualidad de la historia, en el lugar indicado en el momento indicado. Supo qué hacer con ello.
Merkel llegó al poder cuando el 11-S aún proyectaba una larga sombra sobre Occidente. Le siguió una serie ininterrumpida de crisis europeas y globales. Una reforma ambiciosa no estaba en sus genes, y, por fortuna, no fue la prioridad que su época le demandó. Merkel demostró ser más una administradora que una visionaria.
Sin embargo, además de lidiar con cada crisis que se le apareció en su camino, Merkel —ayudada por las reformas de Schröder, las cuales tuvo la previsión de apoyar mientras era la líder de la oposición— restauró la prosperidad alemana. Bajo el mando de Merkel, Alemania también suavizó su imagen: de austera y poco atractiva a agradable. Durante 16 años, Merkel ha hecho feliz a Alemania. El primer secreto para mantenerse tanto tiempo en el poder es que ha estado en completa sintonía con su país y su época. Estuvo en el lugar adecuado en el momento adecuado.
La segunda crítica dice que ella es más alemana que europea. En pocas palabras: una líder egoísta y enfocada en sí misma. La crítica proviene, en particular, de Francia –un país que profesa preferir las románticas ideas de “fraternidad” y “solidaridad” al aburrido realismo de la disciplina presupuestaria alemana– y del hábito del Gobierno alemán de insistir en respetar al pie de la letra los tratados que nos unen.
¿Pero fue egoísta salvar el honor europeo al albergar a más de un millón de refugiados, a los cuales otros líderes, en particular los franceses, pretendieron no ver?
A pesar de ser la líder del país más rico de la UE –además del principal contribuyente a su presupuesto–, Merkel carecía de la audacia requerida para llevar más lejos a la Unión Europea. Ha vuelto loco a más de un presidente francés y agotado a cuatro de ellos (Chirac, Sarkozy, Hollande y Macron) al no responder con firmeza a la crisis financiera de 2008, prefiriendo en su lugar imponer una parsimonia que casi asfixia a la población griega y tuvo un alto costo para Europa. Sobreactuó el nacionalismo económico alemán y se involucró en un mercantilismo democrático con Rusia y China. Durante mucho tiempo, se opuso al deseo de Emmanuel Macron de mutualizar la deuda europea, un tabú para Alemania.
¿Pero quién logró, finalmente, que Alemania acceda a apoyar un masivo plan de recuperación post-COVID-19 en Europa? Al fin y al cabo, fue Merkel quien llevó a Alemania a su propia revolución europea. En una entrevista con Macron para mi libro sobre Merkel, le pregunté al presidente si, como me había dicho un funcionario francés, su deseo de ser recordado por sus ambiciosos proyectos europeos había en alguna ocasión exasperado a la canciller, más pragmática.
Otro universo
Macron admitió que Merkel y él provenían de “universos mentales diferentes” pero que, si bien ella se había tomado más tiempo para pensar las propuestas y había afrontado inmensas limitaciones, al final llegó a apoyar las mismas metas: “Creo que las cosas que logramos juntos en Europa eran exactamente lo que ella quería”.
Macron, a pesar de un comienzo incómodo, se convirtió en su presidente francés favorito porque ambos son, a su modo, ovnis políticos, ni de izquierda ni de derecha. El merkelismo, como el macronismo, consiste en la habilidosa acrobacia de reconciliar opuestos.
Los errores, fallos, fracasos e inflexibilidades de Merkel han tenido, en ocasiones, un precio alto para Europa. Su partida es un punto de inflexión: deja a Alemania con muchos desafíos por delante, principalmente la crisis climática, y con la oportunidad de dar comienzo a un nuevo capítulo en su historia.
Entonces, ¿por qué la echaré de menos? Porque tanto sus errores como sus cualidades han sido, en mi opinión, guiados por su brújula moral. La moral le hizo dar fin en 1999 a la carrera de Kohl, su exmentor de la CDU, después de que él hubiera empañado al partido con escándalos. La moral respecto a las décadas de corrupción y evasión de impuestos en Grecia la hizo excesivamente rígida durante la crisis del euro. Y la moral la hizo murmurar las tres palabras “Wir schaffen das” (“Podemos hacerlo” o “lo conseguiremos”) cuando le pidió a su país que recibiera un millón de refugiados.
Su experiencia de vida en el “país que ya no existe” la hizo apreciar los valores de los cuales estuvo privada: la libertad (incluida la de los refugiados), la preocupación por la unidad y el respeto incondicional a sus oponentes, ya fuera en el Parlamento alemán, en Europa del Este o al otro lado del Canal de la Mancha.
Su estilo de bajo perfil y discursos chatos son la antítesis de la política populista reinventada por Donald Trump y los ideólogos del Brexit. Merkel a menudo cambió de opinión, pero jamás hizo una promesa falsa, porque jamás prometió nada. Para ella, la función de las palabras es describir la realidad. A pesar de sus acrobacias diplomáticas, de su dependencia en la táctica e, incluso, de su mediocridad, Merkel es la anti-Trump, la anti-Johnson, la antipopulista. Su moral como líder es lo que echaré de menos.
Con Merkel, la CDU ha dominado la política alemana durante los últimos 16 años. Con el fin de su era, el partido reconoce su derrota. Pero sin importar la forma que adopte la coalición entrante, la democracia alemana permanecerá sólida como una roca y Alemania se mantendrá anclada en Europa. Sin embargo, para Europa y para un mundo turbulento e inquieto, la partida de Merkel es la pérdida de un faro tranquilizador.
Marion Van Renterghem es autora de C’était Merkel y directora de Recherche Merkel désespérément.
Traducción de Julián Cnochaert.
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