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The Guardian en español

Guantánamo no es más que el síntoma de una enfermedad: la detención indefinida

Trevor Timm

Guantánamo ha supuesto una mancha en nuestra sociedad desde que se abrió. El propio centro de detención es una abominación de los derechos humanos, pero no es solo el lugar físico lo que supone un problema, sino el espíritu que este materializa. La política de detención indefinida en Guantánamo es una burla a la constitución estadounidense. Por eso, mientras Barack Obama lanza su última súplica apasionada y contundente para cerrarlo de una vez por todas, es vergonzoso que mantenga las prácticas que permitieron que el penal floreciera en su momento.

Es poco probable que Guantánamo esté de verdad cerrado cuando acabe el mandato de Obama, dadas las medias tintas y titubeos de su primer mandato que permitieron al Parlamento levantar barricadas legales contra el traslado de prisioneros a Estados Unidos. Pero, incluso si Obama lo logra, no será el final de este oscuro capítulo de la historia de Estados Unidos. Mientras se mantengan la política inconstitucional de la detención indefinida y los nefastos tribunales militares, lo mismo ocurrirá con la mancha en el prestigio del país.

La detención indefinida –mantener a personas arrestadas durante lo que ya ha llegado a ser décadas sin que haya en el horizonte un juicio ni tan siquiera acusaciones de ningún tipo– es casi lo más opuesto que existe a los valores de Estados Unidos y a su constitución. Hay decenas de detenidos cuya liberación se ha autorizado –y que llevan años con ese estatus– y que sin embargo siguen tras los barrotes de la base militar estadounidense en Cuba. Pero hay más prisioneros aún que Estados Unidos considera “no aptos para juicio” pero “demasiado peligrosos para ser liberados”. Muchos de ellos no pueden ser juzgados porque Washington los torturó.

Obama aclaró al final de su intervención que la detención indefinida sigue siendo una política de Estados Unidos. Mientras siga en vigor la Autorización para el Uso de la Fuerza Militar que concedió el Parlamento tras el 11-S (AUMF), el Gobierno actúa como si pudiera retener a esos prisioneros para siempre. Y como Washington ahora defiende que la AUMF es la autorización legal que le permite bombardear Siria, Irak y ahora también Libia –para luchar contra una organización terrorista que no existía en el 11-S y para la que no hay un final–, no hay casi ninguna posibilidad de que se derogue esa legislación en esta década. Estos prisioneros posiblemente se enfrentan a pasar el resto de sus vidas en la cárcel sin pasar por un juicio.

En cuanto al resto de detenidos que pueden y deben ir a juicio, les sigue afectando el nefasto sistema de tribunales militares, que lleva más de una década con un problema detrás de otro. Esto ha hecho que sean prácticamente inviables y, en muchos casos, inconstitucionales. Mientras el presidente critica los tribunales militares y explica cómo los tribunales federales ordinarios son mucho más efectivos para juzgar de verdad a los terroristas, sigue insistiendo con tozudez en que esas comisiones militares pueden seguir funcionando, siempre y cuando los parlamentarios las reformen una vez más.

Obama no explicó cómo va a conseguir que un Parlamento controlado por los republicanos apruebe nada en este año electoral, pero suena tan fantasioso como lograr que el Senado designe un nuevo magistrado del Tribunal Supremo en ese mismo periodo. Los tribunales militares deberían haberse eliminado hace años, y seguirán persiguiendo al Gobierno que salga de las elecciones el próximo noviembre, sea cual sea.

Por supuesto, que Guantánamo siga abierto no es solo culpa de la Casa Blanca. Como señaló Obama en repetidas ocasiones durante su discurso, cerrarlo fue en su momento algo en lo que los dos partidos estaban de acuerdo. Tanto George W. Bush como el rival de Obama en las elecciones de 2008, John McCain, defendieron también el cierre del penal, ya que es una de las herramientas más fuertes para reclutar terroristas que ha habido desde el 11-S. Pero en cuanto Obama tomó posesión, los republicanos decidieron oponerse a esa idea en todo momento.

Los detractores de cerrar el polémico centro de detención afirman actuar por el bien de la seguridad pública, como si Obama fuera a soltar a terroristas curtidos en batallas por las calles de Nueva York. Parecen pensar que los sospechosos de terrorismo que lleguen a Estados Unidos desarrollarán de repente superpoderes como los de Magneto, que le permitan hacer cosas como escapar de cárceles de máxima seguridad. Sus ridículas diatribas de “¡no en mi jardín!” serían divertidas si no hicieran tanto daño a nuestra nación.

Hay muchos motivos por los que deberíamos esperar que salga adelante el plan de Obama para cerrar Guantánamo. Pero, por desgracia, si no se revierten las políticas subyacentes que inicialmente hicieron de Guantánamo esa catástrofe para los derechos humanos, la oscura mancha sobre Estados Unidos seguirá ahí.

Traducido por: Jaime Sevilla

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