Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

The Guardian en español

En primera persona

Me llamaron puta por participar en el #MeToo, pero no me callarán

La actriz y directora italiana Asia Argento en la presentación de su película 'Incompresa' en el Festival de Cine de Cannes de 2014.

Asia Argento

Actriz y directora de cine —

Puta. Mentirosa. Traidora. Oportunista.

Me han dicho todas esas cosas y más desde que en octubre comencé a contar por primera vez que en 1997 el productor de cine Harvey Weinstein me había violado a mis 21 años. Por decir mi verdad, me han avergonzado, culpabilizado como víctima, intimidado y amenazado a diario. Y no estoy sola.

Envalentonadas por el movimiento #MeToo, las mujeres de todo el mundo han tenido el valor de compartir públicamente sus más dolorosos traumas privados, sólo para tener que enfrentar negaciones generalizadas y nuevas agresiones, esta vez contra su carácter, su credibilidad y su dignidad.

Seis meses después de que el periódico The New York Times y la revista The New Yorker publicaran la historia de Weinstein, más y más figuras del establishment están denunciando el movimiento #MeToo en vez de confesando su cobardía como espectadores desvergonzados de los abusos, desde el orador motivacional Tony Robbins hasta el portavoz de Vladímir Putin.

La temporada de caza contra los supervivientes está abierta. Por lo que parece, cuantas más seamos y más abiertamente hablemos, mayor será la ferocidad y frecuencia de estos ataques. La respuesta más brutal y despiadada a este florecer del pensamiento femenino y la acción política está ocurriendo en Italia, mi país natal, pero el veneno se filtra.

Por eso la semana pasada hablé en la cumbre organizada en Nueva York por la organización Women in the World (Mujeres en el Mundo) junto a dos italianas formidables y sin pelos en la lengua: Laura Boldrini y Ambra Battilana Gutierrez.

Por defender los derechos de las mujeres en Italia, Boldrini ha sido objeto de una escandalosa y a veces violenta intimidación. Han quemado un muñeco que le representaba y una alcaldesa de derechas de un pequeño pueblo sugirió que debería ser violada por inmigrantes. Matteo Salvini, el líder de extrema derecha de la Liga Norte, llevó a un mitin político una muñeca sexual inflable a la que se refirió como Boldrini. Este difamador puede convertirse en el próximo primer ministro de Italia. Otro miembro de la Liga Norte pidió su “eliminación física”. Al fundador del Movimiento Cinco Estrellas, Beppe Grillo, le prohibieron presentarse a las elecciones por haber sido condenado por homicidio involuntario [en un accidente de tráfico], pero su partido se llevó la mayor parte de los votos en las recientes elecciones italianas. Grillo preguntó a sus dos millones de seguidores de Facebook: “¿Qué harías si te encuentras a Boldrini en un coche?”

Gutierrez es la joven y audaz modelo que se enfrentó a Silvio Berlusconi y a Weinstein. Durante el infame “juicio por prostitución” de 2011, testificó lo que vio y experimentó en las fiestas 'bunga bunga' de Berlusconi. Dos años después, la policía de Nueva York le pidió que usara un micrófono durante un encuentro con Weinstein y Gutiérrez grabó lo que resultó ser un audio explosivo. Por eso, la prensa sensacionalista la calumnió llamándola prostituta y chantajista.

Tenemos un mensaje para estos defensores de los depredadores.

Lo que comenzó en Italia ahora se está haciendo visible en Estados Unidos, con el discurso público degradándose para convertirse en una enfermiza y amarillista fantasía de sexo, violencia, mentiras y corrupción. Lo que comenzó con Berlusconi continúa con Trump y con Weinstein. Todos hombres en posiciones de poder y de un tipo que ahora nos resulta demasiado familiar: para ellos las mujeres son pertenencias para satisfacer su lujuria sexual e inflar sus frágiles egos. Hombres que después tratan de encubrir sus crímenes con intimidaciones, sobornos y amenazas.

La explotación de las mujeres ha sido fundamental en el camino hacia el poder de todos ellos. Weinstein usaba su compañía para cazar a sus presas. Trump usaba el concurso de Miss USA para ganar poder e influencia en el mundo de los negocios y los medios de comunicación.

Berlusconi les mostró el camino a los dos. Corrompió a Italia poco a poco usando un vasto imperio mediático formado por tres canales de televisión nacionales, la editorial de libros y revistas más grande de Italia, Mondadori, y un periódico, Il Giornale. Striscia la Notizia, un programa semanal de su Canale 5, muestra a vedettes semidesnudas y se burla de las noticias, pero ha sido el programa de televisión más visto y mejor valorado en Italia desde finales de los ochenta.

Con el tiempo, la explotación de las mujeres como objetos sexuales sumisos sin cerebro ni palabras ha proliferado en la televisión italiana. Esta representación se ha metido en el subconsciente de la nación colonizando la cultura como un hongo y confundiendo las ambiciones de las italianas jóvenes.

Se les dijo que esta era la manera de ser admiradas y tener éxito: hacerse las tontas, estarse calladas y comportarse de una forma sexy. Objetos de deseo sin voz. Berlusconi lo logró porque en Italia las mujeres ya valían menos que nada, obligadas a desempeñar uno de los dos papeles asignado para ellas: madres o putas.

Durante mucho tiempo, Italia ha sido machista hasta la médula. Por lo que parece, la misoginia es ley y el feminicidio, un hecho de la vida. En Italia, cada sesenta horas hay una mujer asesinada por un hombre. Una de cada tres mujeres ha sido objeto de alguna forma de violencia sexual. ¡Una de cada tres!

Hasta 1981, las autoridades italianas podían retirar los cargos de violación si la víctima accedía a casarse con su violador. A esa práctica horrible la llamaban “matrimonio reparador”. Hasta ese mismo año, un esposo podía matar a su mujer si creía que ella había cometido adulterio y sólo recibía una condena menor por ello. Hasta 1996, la violación ni siquiera se consideraba un delito contra la persona, sino contra la “moral pública”.

Piensen en eso. Incluso después de la modificación de la ley, el plazo de prescripción para denunciar una violación se cumple a los seis meses. Después, ya no es posible conseguir justicia. Es como si la ley se hubiera promulgado para impedir que se denunciara y enjuiciara la violación. Como si se quisiera pretender que ni siquiera sucedió. Una ley escrita por hombres y para hombres. Una ley diseñada para proteger al violador.

No es de extrañar que cuando hablé de Weinstein, Italia fue el único país donde mi historia no fue aceptada ni creída. En vez de eso, tergiversaron mi reputación y distorsionaron mi testimonio. Mi credibilidad fue víctima de las calumnias.

Casi a diario, la televisión italiana presentaba una tertulia con personas que no me conocían y a las que yo nunca había tratado, que se sentían con la autoridad para decidir si yo había sido o no violada. Diseccionaban mi historia y mi vida como detectives en una escena del crimen que sólo existía en sus lascivas imaginaciones. Y la conclusión a la que llegaron estos grandes detectives fue que no sólo yo lo estaba pidiendo, sino que lo deseaba y me beneficiaba por ello. Lo que me pasó, dijeron, no había sido una violación sino un acto de prostitución. Frente a sus ojos, yo ni siquiera era digna de ser víctima de este monstruoso crimen. Para ellos, yo ni siquiera servía para ser violada. Esta implacable deshumanización a la que fui sometida en los medios italianos finalmente provocó que otros fuera de Italia también tuvieran la idea de vilipendiarme y calumniarme impunemente.

Algunos de los comentarios más crueles e hirientes vinieron de personas a las que por casualidad conozco. La directora Catherine Breillat, que se autodenominaba feminista, pero que antepone sus propios intereses a los de las mujeres, fue una de ellas. En una entrevista reciente lamentó la pérdida de Harvey Weinstein para el cine europeo y no pronunció ni una palabra de apoyo para las decenas de mujeres que el productor violó, agredió y acosó. En su despiadado intento de terminar con mi reputación, Breillat trató de empañar la credibilidad de todas las acusadoras de Weinstein.

Miren también al actor y modelo Vincent Gallo (apenas conozco a Gallo, sólo lo traté brevemente hace casi veinte años). En busca de promoción para sí mismo y para la firma de ropa masculina que le paga por vestir sus prendas, usó las páginas de Another Man (una revista de moda británica) para un ataque malicioso contra Rose McGowan y contra mí. Una vergüenza para Yves Saint Laurent y para su director creativo Anthony Vaccarello, que permitieron a su modelo promocionar sus ropas mientras ponía por los suelos a dos supervivientes de agresión sexual.

Yves Saint Laurent y Jefferson Hack, el responsable de Another Man, se cubrieron de infamia al permitir que Gallo hiciera esto en su nombre sin censurarlo, cuestionarlo ni calificarlo, mientras se beneficiaban en silencio por la publicidad. ¿Y nos llaman prostitutas? No voy a permitir que estos miserables incendiarios salgan impunes de sus intentos de terminar con una reputación. La mía, la del #MeToo, o la de cualquiera. Ninguna de nosotras debería tolerarlos.

Por el contrario, todos deberíamos homenajear a Nanine McCool. Frente a decenas de miles de personas, esta valiente mujer se puso de pie en un estadio repleto para enfrentarse al autodenominado gurú de la autoayuda Tony Robbins. Este hombre, estereotipo ridículo de Ken, hombre robot que se pavonea de ser un macho, se alzó sobre ella intentado usar su presencia física para intimidarla. Pero McCool se mantuvo firme y no retrocedió. Ganó la discusión y desenmascaró a este gigante que quedó como un pigmeo desnudo.

Él se arrepintió sólo cuando el vídeo de la interacción entre los dos se hizo viral en internet y amenazó con golpearle donde más le dolía: sus beneficios. Fue por eso por lo que publicó una “disculpa” de acuerdo con el manual de las relaciones públicas.

Todos somos Nanine McCool. Estoy con ella y con todos los supervivientes. Su dolor es mi dolor. Su trauma, mi trauma. Su lucha, mi lucha. Su voz, mi voz. Mi propia experiencia y mi propio dolor me hicieron activista y me dieron una vocación, una misión y un mensaje. Algo mucho más valioso para mi autoestima que ninguna carrera en el cine.

Hace seis meses, el mundo cambió definitivamente y para siempre. La balanza del poder se inclinó, por fin, en favor de los supervivientes a los que se les ha dado una voz y una plataforma para decir sus verdades al mundo. Si nos mantenemos fuertes, decididas y vigilantes, si nos apoyamos unas a otras, los que quieren intimidarnos fracasarán.

Lo que se ha hecho no se puede deshacer. Lo que ha sido revelado ya no se puede esconder. Lo que se ha dicho ya no puede pasar por sobreentendido. Me han llamado puta, mentirosa, traidora y oportunista por decir la verdad a los poderosos. Pero hay una cosa que no seré. Ni yo ni ninguna de nosotras. No seremos silenciadas.

Traducido por Francisco de Zárate

Etiquetas
stats