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The Guardian en español

La “cocaína de los pobres”: el problema de la metanfetamina que fabrican los neozelandeses en casa

Un laboratorio casero de metanfetamina en Nueva Zelanda.

Eleanor Ainge Roy

Dunedin (Nueva Zelanda) —

Estaba claro que los cinco hombres iban a llamar la atención. En el aislado pueblo de surfistas de Ahipara, sus torpes intentos por hacer funcionar una lancha de nueve metros hecha una piltrafa mecánica eran una pista demasiado obvia. Por no hablar de las grandes sumas de dinero que ofrecían a todo el que quisiera ayudarlos.

“Sabía que pasaba algo raro”, dijo el surfista Peter Furze después de verlos fracasar en su intento de meter la lancha en las turbulentas aguas de la playa Ninety Mile.

Lo mismo pensaron los lugareños de Ahipara cuando se supo que aquellos hombres habían pagado unos 65.000 euros en efectivo por otra embarcación que después abandonaron en la costa.

Después de pedir una investigación policial, sus sospechas se confirmaron. En la embarcación, enterrada en unas dunas cercanas, y en una autocaravana que también les pertenecía, la policía descubrió unos 500 kilogramos de metanfetamina. “P”, como se la conoce en Nueva Zelanda.

Incautado el mes pasado, el cargamento récord fue la noticia del momento y centro del debate sobre el alarmante problema de Nueva Zelanda con esta droga, fácil de fabricar en casa y más barata que la marihuana. Conocida como la “cocaína de los pobres”, la metanfetamina se ha convertido en la primera droga de preferencia entre los neozelandeses.

Como dice Furze, “la P es un gran problema en este lugar”: hay muchos sitios inhóspitos para cocinarla y muchos otros para esconderla“.

Nueva Zelanda se encuentra a 10.000 kilómetros de Bangkok, a 18.000 kilómetros de Ámsterdam y está rodeada de mar. Es raro que las drogas duras lleguen al país. Las que lo logran, son caras y de mala calidad.

Pero la llegada de los laboratorios fáciles de transportar y montar –algunos se pueden meter dentro de un maletín– han hecho de la P un negocio en crecimiento por todo el país. Desde casas de fin de semana en Wanaka hasta cobertizos para ganado en Waikato, una gran cantidad de neozelandeses se ha volcado de lleno en la manufactura “paso a paso” de la metanfetamina casera.

Según Anita Meyer, una ex fabricante de P de Auckland, los neozelandeses son muy innovadores “en muchas cosas buenas”, algo que también puede llevarlos “a innovar en las malas”: “Sin duda, superamos nuestras propias expectativas cuando se trata de los logros obtenidos dentro del restringido submundo de la droga”.

Según el director ejecutivo de la Fundación sobre Drogas de Nueva Zelanda, Ross Bell, en las últimas décadas los neozelandeses han demostrado una gran habilidad en la fabricación de droga, un talento surgido por la distancia y por la necesidad y perfeccionado a lo largo de años de prueba y error.

Según Bell, los neozelandeses son “muy buenos en el cultivo a escondidas de cannabis y muy buenos cocinando P”. Añade que “todo esto se relaciona con la cultura neozelandesa de las drogas hechas por uno mismo”.

“Los laboratorios explotan, los cierra la policía, pero siempre resurgen. El aumento en el consumo de las drogas recreativas en Nueva Zelanda es bastante único y está profundamente relacionado con el aislamiento geográfico”.

La diversidad socioeconómica de los adictos a la P en Nueva Zelanda sugiere que se ha convertido en una droga para todos: tentadora tanto para poderosos hombres de negocios como para adolescentes.

Según Miles Stratford, de Methsolutions (una empresa de análisis de metanfetaminas radicada en Auckland), “los neozelandeses son bastante confiados y eso, por lo general, es bueno”. En su opinión, el problema es que esa misma confianza hace “que a veces no vean lo que está ocurriendo alrededor, lo enquistado que está ya el problema de la P”.

Entre los mayores consumidores del mundo

De acuerdo con la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), los neozelandeses se encuentran entre los mayores consumidores de metanfetamina del mundo, junto con los habitantes de Australia y de algunas partes del Sudeste Asiático.

Las últimas cifras del gobierno neozelandés hablan de una baja en el consumo de la droga P: de un elevadísimo 2,7% de la población en 2003 a menos del 1% hoy. Pero según la detective Virginia Le Bas, jefa nacional de la lucha contra el crimen organizado, los informes de sus agentes en la calle prueban el incremento en el consumo de la P, ya sea por los equipos de fabricación hallados en viviendas particulares o por las llamadas de emergencia en incidentes violentos protagonizados por los consumidores.

“En general, vemos menos laboratorios de pandillas [que funcionan en secreto] en casas residenciales, pero más laboratorios móviles. Esos pueden estar en todas partes y en cualquier lugar, por todo el país”, cuenta Le Bas.

Según ella, “la Policía que trabaja día a día siente que hay más metanfetamina en las calles, descubren más utensilios para cocinar la droga, y asisten a más crímenes violentos con adictos a la metanfetamina involucrados”.

Para el doctor Chris Wilkins, un experimentado investigador de drogas de la Universidad de Massey, la fabricación y el consumo de la P se concentra en las ciudades de Auckland y Christchurch. Otro desastroso efecto secundario del mortal terremoto de 2011.

Los entrevistados de ambas ciudades dicen que la P es más fácil de adquirir que la marihuana: por lo general, la pueden comprar en menos de una hora.

A Ian Hastings, un detective de gran experiencia y ex miembro de la brigada antidroga, le preocupa más la epidemia de la P que la de cualquiera de las otras drogas que vio durante su larga carrera: “Estamos rodeados de agua y los fuertes controles fronterizos siempre dificultaron la entrada a Nueva Zelanda de drogas como la cocaína y la heroína”. Según Hastings, “en algunos casos, eso es una bendición, pero, en otros, no”.

En la década de 1970, Nueva Zelanda se inundó de heroína a través del infame sindicato de las drogas del “señor Asia”. Cuando la Policía se las arregló para desbaratar la operación, los adictos se desesperaron por conseguir sus dosis. “Si no podemos conseguirla, la haremos nosotros mismos”, cuenta Hastings de esa época. “Así es como nació Homebake”.

“Homebake” se convirtió en un sustituto para la heroína. Se cocinaban las tabletas de codeína, fácilmente comprables en la farmacia, para sintetizarlas, en su mayor parte, en morfina o en heroína.

De acuerdo con los testimonios de la policía y de los consumidores de esos años, la venta nunca fue una gran fuente de dinero y no había ninguna sofisticada operación detrás. Pero era el indicio de lo que estaba por venir.

“Podía fabricarse de la noche a la mañana”

Anne Carroll, recuperada de su adicción a las drogas, trabaja como enfermera en un centro de rehabilitación donde el 67% de los pacientes son adictos a la metanfetamina. Carroll había vuelto a Nueva Zelanda, su país natal, proveniente de Australia para desintoxicarse de su adicción a la heroína. Pero la tentación por la droga Homebake era demasiado difícil de resistir. “Los adictos en peor estado volvían a Nueva Zelanda para tratar de desintoxicarse, pero entonces los neozelandeses inventaron Homebake”, recuerda.

Según Carroll, “podía fabricarse de la noche a la mañana: era muy fácil. Y era fascinante porque era algo característico de Nueva Zelanda”.

En Higher Ground, un importante centro de rehabilitación de Auckland, la mayoría de los clientes son adictos a la metanfetamina. Aunque el gobierno diga que la epidemia de P disminuye, la lista de espera de Higher Ground es de varios meses, como en tantos otros centros de tratamiento del país.

“Según nuestra experiencia, cada semana hay más adictos a la P, su adicción es mayor y cada vez se da a más temprana edad”, dice el director de Higher Ground Johnny Dow.

Muchos de los clientes de la clínica, en las afueras de West Auckland, tienen cara de niño. El comedor se parece más al hall de una residencia universitaria que a un centro de rehabilitación.

Según Dow, “la droga P es más destructiva porque los adictos tocan fondo muy rápido y son mucho más jóvenes”: “Antes, podían pasar 20 o 30 años antes de que los adictos a la heroína terminaran con la cabeza quemada, pero la P tarda de 5 a 10 años en hacer lo mismo. Los efectos son simplemente aterradores y creo que todavía no hemos visto su punto máximo”.

La ex fabricante de P Anita Meyer recuerda haber sido muy mala estudiante durante la escuela secundaria. Saber que se demandaba su metanfetamina le hacía sentirse mejor. “Alimentaba mucho mi ego”: “Cuando la gente se entera que haces droga de buena calidad, se corre la voz y de repente estás muy solicitada”.

Desde que las pandillas de Nueva Zelanda se hicieron cargo de la producción a gran escala de P, tanto casera como importada, la Policía ha dirigido su atención a los cada vez más estrechos vínculos entre las bandas locales y los sindicatos de la droga del extranjero, particularmente los asiáticos.

El ex detective Hastings –que hoy dirige una empresa de eventos para casinos– mira con pesar el crecimiento de la metanfetamina. No tiene ni idea de cómo o cuándo va a terminar. “El gusto por la droga P es un reflejo de la época en la que vivimos”, dice. “En la actualidad, necesitamos que cada experiencia sea más rápida, más grande y mejor. Cualquier cosa criminal que se haga y se produzca de manera local es muy difícil de contrarrestar. Y la P no tiene límites. Los adictos a la P rara vez mueren, sólo empeoran”.

Traducción de Francisco de Zárate

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