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The Guardian en español

La escuela nigeriana que reúne a huérfanos de Boko Haram y de sus víctimas

Imagen de una de las alumnas en el exterior de la escuela.

Patrick Kingsley

Es una clase insólita. Un compañerismo inesperado. Un grupo de huérfanos, todos uniformados, da la bienvenida a una visita a su pequeña escuela primaria del noreste de Nigeria durante la clase de plástica.

Algunos son los hijos de combatientes de Boko Haram. Otros, los hijos de sus víctimas. “Buenos días”, corean en hausa los estudiantes de ocho años. La luz resplandeciente de la mañana atraviesa la ventana. “¡Bienvenido!”.

En la Escuela Proezas del Futuro, la palabra “bienvenido” tiene una carga especial. En el noreste de Nigeria, los hijos de los combatientes muertos de Boko Haram, el grupo yihadista que aún controla partes de la región, a menudo son temidos y estigmatizados por buena parte de la población civil.

Pero esta escuela es diferente. Da la bienvenida y acoge públicamente tanto a los huérfanos de yihadistas como a los hijos de los civiles y soldados asesinados por la organización terrorista. Escondida en una tranquila callejuela de Maiduguri, la capital de la región, la escuela tiene 450 estudiantes: el 20% de Boko Haram y el 80% de sus víctimas.

De acuerdo con los propios estudiantes, se trata de un modelo de cohesión extraño. Fuera, en el patio del recreo, Hauwa Modu, de 11 años, explica cómo los combatientes de Boko Haram decapitaron a su padre delante de ella y cómo su madre embarazada murió en la larga huida a pie hacia Maiduguri.

Pero, una vez en clase, todo esto queda olvidado, cuenta Hauwa. “Todos vivimos y aprendemos juntos”, explica. “No hay diferencias entre nosotros”.

Fuera de las paredes de la escuela, este tipo de integración es más difícil de encontrar. Las mujeres rescatadas de las manos de Boko Haram han denunciado en ocasiones haber sido rechazadas por sus familias y comunidades, que temen que hayan sido radicalizadas durante su secuestro. Por su parte, también se acusa a los hijos de Boko Haram de heredar el extremismo de sus progenitores. Incluso la novia de un combatiente de la organización terrorista se negó al principio a criar a su bebé recién nacido, temiendo que con el tiempo se convirtiese en un insurgente.

Proezas del Futuro intenta precisamente cambiar este tipo de actitudes. Fundada en 2008 por un reconocido abogado, Zannah Mustapha, en sus inicios la escuela no tenía una misión política. Sin embargo, en 2009 Mustapha se dio cuenta que la guerra contra Boko Haram —que ha dejado 20.000 muertos, 2,6 millones de desplazados y miles de secuestrados— estaba rompiendo los vínculos sociales en el noreste de Nigeria. “Ahí fue cuando se nos ocurrió poner a los hijos de Boko Haram, de las fuerzas de seguridad y de la comunidad local en la misma escuela”, señala Mustapha.

Aprincipio la escuela fue criticada. Suleiman Aliyu, el director, recuerda cómo los detractores afirmaban: “Estos son los hijos de Boko Haram, ¿por qué deberíamos admitirlos?”. Pero nosotros decimos: “¿Deberíamos permitir a estos niños seguir el camino de sus padres? La respuesta es no. Si los estigmatizas estás creando más problemas, pero si les muestras amor, esos niños cambiarán, incluso si tienen esa misma mentalidad [extremista]”.

Para crear este ambiente positivo todo el personal tiene que matricular a sus hijos y así “mostrar el compromiso con la escuela”, explica Aliyu. Muchas de las madres de los estudiantes siguen vivas y se las anima a participar en una asociación de padres cuyos miembros tienen poder de decisión en la dirección de la escuela. Es una estructura que refuerza la cohesión, indica Mustapha.

“Todas las viudas son parte de la escuela”, señala. “Las viudas de terroristas de Boko Haram y el resto trabajan juntas y así sienten que son parte de una misma comunidad. Ni siquiera saben que es la misma gente que mató a su marido”.

La escuela también ofrece terapia psicológica a las madres y a los hijos para que puedan aceptar y reconciliarse con sus terribles experiencias pasadas. “Hay muchos niños aquí que han presenciado el asesinato de sus madres y padres”, cuenta Aliyu. “Hay madres que han visto cómo asesinaban a sus maridos o, incluso, a sus hijos. Están traumatizadas y les decimos que nos dejen invitar a un especialista”, añade.

De vuelta en el patio del recreo, el sistema parece funcionar. Ibrahim Garwa, de 12 años, todavía recuerda el día que mataron a su padre de un disparo cuando estaba sentado en el jardín de casa. Pero Ibrahim no se lo recrimina a ninguno de sus compañeros de clase que, por capricho del destino, nacieron en el grupo que asesinó a su padre.

“No hay problema”, cuenta Ibrahim. “Sabemos quién es quién, pero lo hacemos todo juntos. Lo que sus padres estaban haciendo no está bien y por eso es tan importante que tengan una educación diferente”, sentencia.

Traducido por Javier Biosca Azcoiti

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