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¿Es innata la maldad humana?

Luis León Barreto

Cada vez con mayor frecuencia salta a los medios de comunicación algún crimen, alguna matanza, alguna hecatombe que nos hace reflexionar acerca de la condición humana. El siglo XX es el de Adolfo Hitler y el nazismo, el de los grandes exterminios en dos guerras mundiales, pero también es el de quienes han ejercido el desprendimiento hacia los demás, como Teresa de Calcuta. Vivimos en medio de una sociedad que tiene tendencia a manifestaciones violentas y podríamos preguntarnos si existe un gen de la maldad. No somos ni malos ni buenos por esencia pero los humanos nos comportamos, en ocasiones, con crueldad y hasta con perversidad. Las circunstancias de la muerte de la niña chino-gallega Asunta, con sus padres adoptivos sentados en el banquillo de los acusados, son ilustrativas al respecto. Las personas expertas han remarcado en el transcurso del juicio con jurado que la menor sufrió una intoxicación mediante un medicamento ingerido en dosis masivas, y que, aprovechando su estado de debilidad, fue asfixiada. Al respecto de cuándo fue tomado el medicamento, las toxicólogas no han podido precisarlo con exactitud: Asunta pudo haber consumido el ansiolítico antes o después de la última comida que compartió con sus padres, el periodista Alfonso Basterra y la abogada Rosario Porto, los únicos acusados de su trágico desenlace, pero las expertas han apuntado también que pudo ser durante la comida, hecho que condiciona, debido a la digestión, que el efecto no sea tan rápido.

Sabemos que en España y en todos los países abundan los casos de muerte de mujeres a manos de sus parejas en los cuales se advierten rasgos de premeditación y ensañamiento. En Canarias hay relativamente pocos crímenes, porque lo que más abunda es la delincuencia digamos de bajo nivel: tráfico de drogas, hurtos, robos con o sin violencia, estafas, etc. Pero más de una vez se aprecian muertes violentas cometidas con especial fiereza, por ejemplo un hombre quemado en Telde por unos jóvenes o la chica también quemada por su ex pareja el día de la Danza de Los Enanos en Santa Cruz de La Palma o el hombre asesinado en Fuencaliente, ya que con un machete le partieron la cabeza, le cortaron una oreja y varios dedos.

Los especialistas estiman que en cada ser humano hay un lado oscuro, pero también existe un lado predispuesto a la bondad y a hacer el bien. En nuestro interior coexisten a partes iguales la tendencia al bien y la tendencia al mal. Sobre el presunto gen de la maldad se ha escrito e investigado mucho. Es un tema interesante, que a veces se trata de manera superficial en algunas tertulias. ¿Los psicópatas tienen una composición genética especial que determina su enfermedad, y que se podría multiplicar a través del consumo de drogas o alcohol? Lo cierto es que hay numerosos estudios que se centran en el debate sobre si existe ese gen de la maldad, asunto en el que por supuesto no existe unanimidad.

Hay bastante polémica, con teorías contrapuestas. Según algunos, el instinto de la crueldad está asociado al cromosoma X que fabrica un factor denominado MAO-A. Cuando fue investigado el caso de una familia holandesa en la que 40 de sus miembros varones habían cometido crímenes se descubrió que todos tenían el citado factor MAOA-A. Según el doctor Nigel Blackwood, miembro del Instituto de Psiquiatría en King College, el MAO-A no es el promotor de crimen en sí, ya que también influyen las vivencias personales de especial desarraigo, sobre todo una infancia traumática. Lo más interesante sobre la idea del MAO-A es que se pueda elaborar una terapia adecuada para estas personas en las que la genética les juega un flaco favor. Por otro lado, el doctor Kent Kiehl, neurocientífico de la Universidad de Nuevo México, descubrió que los psicópatas tienen menor densidad neuronal en la zona cerebral donde se registran las emociones.

Al contrario, otros estiman que no existe un gen de la maldad en los humanos, pero hay circunstancias biológicas y culturales que propician la perversidad. Ya sabemos lo que puede influir haber tenido una infancia desastrosa en el futuro comportamiento de alguna persona, pero tampoco debería contemplarse como un condicionante tan poderoso como para anular la voluntad de la persona cuando llega al estado adulto. Algunos pensadores sostienen que el hombre es bueno por naturaleza, así pensaban Sócrates y Rousseau. Pero otros estimaban justo lo contrario, así el británico Hobbes señalaba que el hombre es lobo para el hombre, y también opinaba del mismo modo Maquiavelo. La teología cristiana estima que el pecado original nos introdujo la inclinación al mal, y ello debe ser borrado por el bautismo y los sacramentos. Otro debate consiste en definir si es malo el ser humano por sí mismo o lo hace malo la sociedad. El mito del “buen salvaje” asociado a los hombres primitivos antes de ser conquistados o sometidos por una sociedad más evolucionada tampoco se sostiene.

Hay un pequeño porcentaje (alrededor del 20 por ciento) de personas que actúan siempre en un modo compasivo y respetuoso de las reglas. En el otro extremo –con otra porción más pequeña, alrededor de 4 por cada cien– figuran los que sistemáticamente actúan en el orden y la conducta antisocial, incluyendo al 1 por ciento de los individuos verdaderamente peligrosos. Pero el caso más interesante sucede en tierra de nadie, donde se mueven la mayoría de los mortales, personas que actúan con bondad o maldad dependiendo de cómo sople el viento. Es decir, actúan influenciados por el comportamiento de los demás y por las circunstancias de cada momento.

Bajo determinadas situaciones, una gran mayoría de nosotros podemos causar un daño muy grande. La mayor fuente de esperanza es que también podemos ser héroes, es decir personas que, aunque se encuentren en un contexto propicio para causar daño, no lo hacen y, al contrario, son capaces de salvar a un semejante en condiciones extremas. Y puede que algún día la neurociencia pueda arrojar más luz sobre la cuestión del bien y el mal en nuestro interior.

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