Comer en bares y restaurantes de Malasaña, además de otros apuntes gastronómicos.
Por Lu
Taberna de nombre bonito, que parece ser el alias de alguien, «La Dichosa», la llena de dicha, la feliz, pero sin la «D» mayúscula puede ser «La dichosa…» y algún sustantivo femenino, con lo que ello conlleva. Una denominación que, si se quiere, puede ser juguetona, alegre e incluso molesta, según el momento. ¡Me gusta!
Bueno, para acompañar esta visita dichosa, no dichosa visita, empecemos con la música del lugar, prácticamente casi toda de mis épocas, es decir, del Pleistoceno Medio. Pongo una de las canciones que sonó cuando fuimos, de Sade, que me gustaba en mis años mozos, me gusta ahora y seguramente me gustará en un futuro, aunque la vida es caprichosa, yo no. Su voz es de lo más encantadora y ella me parece guapísima, lo cual me relaja, la belleza siempre me resulta relajante.
Esta taberna, aunque actual, tiene todos los ingredientes para ser una taberna de toda la vida: una tabernera de personalidad marcada, oferta de casquería y parroquianos. Además, a todo ello se añade una amplia y lograda selección de vinos y vermús y algunas cervezas artesanales… ¡No está mal la cosa!
Situado en la calle Bernardo López García, este establecimiento tiene una barra en esquina a la entrada, mesas de mármol clásicas a los lados del salón, tonos claros, techos altos, lámparas de bola estilo antiguo, una gran pared con pizarra con información del menú…
Un poco de todo, al gusto de todo tipo de consumidores, parroquianos, feligreses y lo que se tercie.
En la zona de barra, hay otra pared-pizarra con vinos por copas. Y, luego, al fondo una bonita serie de imágenes lunares, de derecha a izquierda mirando de frente: luna creciente, luna nueva, luna menguante, luna llena. Por su orden, podemos pensar que es una intervención artística, pues lo lógico sería poner la luna llena en segundo lugar empezando por la derecha, tal como me señala M., yo de astronomía no entiendo nada. ¡Me descolocáis las lunas y así estamos!
Bueno, M. quería una caña y el enganche del barril se rompió, así que se tomó un tercio de Águila 1900 (3 €) que no le satisfizo, pero es que tampoco le satisfacen las artesanales y allí había una buena selección. Mondo cane! Por mi parte, pedí un vino tinto ligero y que me sorprendiera —estaba algo cansada y no tenía muchas ganas de pensar, así que delegué mi elección en la tabernera— y me ofreció un vino de Cangas de Narcea. Siendo asturiana —hasta cierto punto— esto no me sorprende, me gusta, pero no me sorprende, así que le pedí que me ofreciera otra cosa y ¡tachán!: Cueva Llana (3,50 €). ¡Un bueno, bonito y barato en toda regla! He mirado por ahí y cuesta la botella online ¡en torno a los 9 €! Es un vino tinto ecológico de D.O. Manchuela de la Bodega Señorío del Júcar, 100 % bobal, de color rojo-granate que, a nivel olfativo no tiene grandes matices, solo uva, uva tinta no excesivamente madura, pero luego uhmmmmmmm, acidez de fresa y frambuesa, es sedoso, aterciopelado y tiene una marcada mineralidad y frescor.
¡Me encantó! Es un vino para acompañar todo lo que se te ocurra, particularmente carnes especiadas, quesos no excesivamente fuertes y pescados, y disfrutarlo tremendamente. ¡Estupendo!
De tapa nos ponen unas patatas aliñadas o, para quien quiera, papas aliñás, ricas, que encantarán a los más vinagreros, a esos que les van las emociones fuertes y no tienen problema con los ataques de tos propios de los vinagre-sensibles. En estos días he visto que la asesora gastronómica Rosa Tovar indicaba en Twitter que hay unas «patatas a la madrileña» que son algo similares, pero fritas, que lo sepáis. Empezamos bien.
Luego elegimos dos pinchos. El primero, un ibérico (4 €), compuesto por solomillo de cerdo ibérico, cebolla confitada y salsa de maíz. La salsa de maíz no sabía particularmente a maíz, la cebolla confitada aportaba dulzor y el solomillo estaba poco hecho, lo cual para un solomillo de cerdo no creo sea lo mejor. Correcto, no destacable.
El segundo, el denominado «pastramito» (4 €), consistía en pan mini de perrito, pastrami, pepinillo encurtido, chucrut y salsa de mostaza, según su descripción. Yo soy más partidaria del pan de centeno para acompañar este fiambre, le aporta dureza a nivel de textura y saborón, el sándwich de pastrami tiene que ser potente en todos los sentidos. Este pan no le iba muy bien y la mostaza era muy ligera. Aunque el fiambre estaba bien, al conjunto le faltaba vidilla, era ligero y un sándwich de pastrami tiene que ser contundente en cuanto a sabor y en cuanto a cantidad de pastrami. Suavecito, agradable.
Es el momento de los huevos a romper con picadillo de chistorra picante (10,90 €). Daban la opción de acompañarlos con gorgonzola en lugar de con picadillo, pero hemos preferido algo más típico. Efectivamente vienen 2 huevos sin romper, es decir, en la foto están ya «preparados» por uno de los comensales, es decir, por mí. Y bien, los huevos rotos son siempre un gran invento y en este caso más aún si cabe. El picadillo de chistorra picante, bastante picante, es una maravilla, jugoso, sabroso, pimentonero, ¡delicioso! Los huevos en su punto y las patatas con piel, que parecen asadas y salteadas, les van de perlas. Este plato es perfecto para todo aquel al que le gusten los huevos rotos con un toque original (patatas con piel) y estimulante (picante). Merece la pena, sin duda, ¡muy tabernero y gustoso!
Después, algo extranjero y maravilloso, La Cochinita (16 €), que describen como arroz jazmín, cerdo macerado, guisado y deshuesado, cebolla morada, alubias negras, jalapeño y cilantro. Menuda cochinita pibil, un auténtico lujo. Sabor intenso a cítricos, con ligero toque dulce-pimentoso del achiote —pigmento y especia común en Latinoamérica, que se suele usar en forma de pasta concentrada—, se deshace en la boca, las alubias negras (tendentes a rojas) aportan algo de textura arenosa, el jalapeño su picante, la cebolla roja su acidez y tacto crujiente y el cilantro ese sabor que a unos gusta y a otros no, como los pimientos de Padrón. Estaba realmente excelente y el arroz es un buen sustitutivo de las tortillas, es más, le va perfecto. Lo curioso es que, aunque diga que es arroz jazmín, en realidad era más parecido a arroz vialone enano, muy especial, levemente aglutinante, aunque ligero y de gusto, no sé, como a pan de harina de trigo, así que ahí tenemos las tortillas disfrazadas de arroz, ¡un plato de 10 para los aficionados a los sabores intensos!
¿Podría desayunar, comer, merendar y cenar esta cochinita pibil? Chí.
Y, para finalizar, elegimos una copa, La Dichosa, cuyo precio es una incógnita pues se le olvidó a la tabernera incluirla en el recibo y yo no me di cuenta tampoco. Luego, en el correo electrónico en el que mandó la factura, me dijo que no la había cobrado y, muy amablemente, que era invitación de la casa, ¡para que volvamos! Todo un detalle por su parte, esperamos volver. La copa estaba realizada con queso mascarpone, galleta de almendra y frambuesa, era muy sencilla, totalmente casera, el mascarpone algo líquido, no muy bien trabada la crema, pero la frambuesa con su acidillo daba un excelente sabor al conjunto. Agradable.
Pues sí, esta taberna merece la pena. Recomendaría especialmente las raciones y dejarse llevar para los vinos, según apetencia del momento, hay opciones para todos los gustos; también ofrecen cervezas artesanales. El establecimiento tiene mucho de taberna de barrio, por sus parroquianos, aunque llega también gente de otros lares. Creo que la casquería también puede ser buena, vi una feligresa tomando un plato de mollejas, aunque yo no soy dada a esos ingredientes*. Es un lugar muy casero y muy barriero, para gente que le guste lo no gentrificado, los buenos vinos y las raciones de sabores intensos, perfecta para ir con amigos, en pareja o solo.
* No logro encontrar «el discreto encanto de la casquería». Como ingredientes entiendo que son lo peor de cada casa y, por ello, se crean elaboraciones para enmascararlos, para convertirlos en lo mejor de cada casa, que resultan especialmente suculentas. Me gustan sus salsas intensas, pero no me gustan sus texturas, muchas veces gelatinosas, me gustan sus frituras crujientes, pero no sus sabores, a veces amargos, me gusta lo que rodea a la casquería, pero no la casquería. Es un prejuicio como otro cualquiera, no soy mesetaria, seguro que si lo fuera lo vería de otro modo, creo que es un gusto al que uno se acostumbra de pequeño y yo vine a la meseta con 18 añazos, ya era todo un señor.
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