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La desigualdad del Madrid de los años sesenta en 200 imágenes del fotoperiodista Antonio Alcoba

Afilador durmiendo

Luis de la Cruz

Madrid —

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El miércoles 28 de mayo de 1952, a las nueve menos cuarto de la noche, el tranvía de la línea que iba a Carabanchel perdió los frenos y descarriló en la glorieta de las Pirámides, a la entrada del puente de Toledo, cayendo desde una altura de ocho metros sobre una zona de huertas aledaña al Manzanares. El accidente costó la vida de 15 personas (hubo también 112 heridos, más de los que podían viajar legalmente en el tren) y el puesto al alcalde, José Moreno Torres.

Un jovencísimo Antonio Alcoba (1935), que había entrado de botones con catorce o quince años en el diario Arriba, acompañaba a José Pastor, el fotógrafo oficial del periódico con quien hacía de aprendiz. Aquel suceso le marcó y, probablemente, ayudó a que se convirtiera en fotoperiodista. Es decir, alguien que cuenta historias y la actualidad informativa a través de su cámara.

Ahora, Alcoba es objeto de una extensa retrospectiva en el Museo de Historia de Madrid con una muestra de doscientas fotos que ayudan a entender mejor el Madrid de los años sesenta.

Nada más entrar a la exposición uno se encuentra con el yugo y las flechas de las portadas del diario Arriba, donde veló armas, y pega un respingo. “El Madrid de los sesenta, en contra de lo que dice la gente, es la libertad. La libertad para hacer cada uno lo que le daba la gana, que es lo que hacía yo”, escucha de su boca en un audiovisual y tuerce el morro. Sin embargo, lo cierto es que, en su fotografía a pie de calle, ciertamente libre para los cánones políticos de la época, se leen muy bien las contradicciones del desarrollismo franquista. Sus amagos de modernidad sobrevenida y las evidentes carencias autoritarias.

En las instantáneas de Alcoba están los primeros rascacielos y chabolas junto a los Nuevos Ministerios; una ciudad de monjas y mendigos conviviendo con el público ye-ye de los conciertos de Los Bravos; los rodajes de cine que llegan a la Casa de Campo y las celebraciones religiosas de la Plaza del Dos de Mayo; los desfiles del Frente de Juventudes y del Caudillo junto a las imágenes de los astronautas norteamericanos o Jackie Kennedy...

En las fotos de Alcoba aparece gente, entre ellos muchos trabajadores y deportistas, porque fue uno de los grandes del fotoperiodismo deportivo, lo que le llevó a ser portador de la antorcha olímpica en 1992. Fotos de deporte en las que, se agradece, hay mucho más que fútbol. Aparece gente y salen obras, en grandes infraestructuras y en en calles pequeñas, porque mostrar que ya en los sesenta Madrid era un socavón sin fin era una de las constantes de la prensa local a la que su cámara alimentaba.

Madrid años 60. La mirada de Alcoba –aún no habíamos escrito el título de la exposición– se inauguró antes de verano, pasando un tanto desapercibida. Coincide en el tiempo con otra muestra fotográfica de un autor sobre la ciudad que está dando mucho que hablar, la de Javier Campano en el Complejo El Águila. Aquella, más militante, y esta, coinciden en abrir enormemente el catálogo de imágenes conocidas por los aficionados a la fotografía sobre la ciudad.

Aunque las fotos son el centro absoluto, la muestra se ofrece bien abrigada de objetos, desde el SEAT 600 que se ha instalado fuera del museo de la calle Fuencarral a los coloridos discos de los sesenta. Lo más valioso de sus instantáneas en blanco y negro, no es sin embargo lo que estos objetos pop señalan sino lo que cuentan los detalles revelados. Improntas que dan que pensar, como el niño que duerme en el suelo detrás del puesto del vendedor callejero.

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