El Gato Negro, vistiendo a los trabajadores desde 1929: “Antes la gente llevaba el mono azul durante todo el día”
Durante los años treinta la calle de Bravo Murillo era el eje principal de una barriada de mono azul y ropa de trabajo. Es entonces, en 1929, cuando nace El Gato Negro, probablemente la tienda más antigua de Tetuán o, eso seguro, la única capaz de transportarnos con su vetusta fachada de madera a aquel antiguo barrio de Cuatro Caminos.
“La tienda lleva igual desde 1929, tanto el característico frontal de madera, que se repinta de tanto en tanto, como el interior. Mientras esté, no tiene sentido cambiarlo”, explica Félix, que junto con su hermana capitanéa el barco en 2024. Son la tercera generación familiar de El Gato Negro.
Félix nos atiende junto con Dani, que también trabaja en el comercio de venta de ropa de trabajo. Mientras conversamos, doblan unos pantalones de cocinero sobre el mostrador de madera.
“El Gato Negro empezó con mi abuelo, Agustín Villarroya. Tenía un socio durante los primeros años y más tarde se quedó él con el negocio”, explica Félix. Al principio vendían ropa de caballero, camisería o cosas del hogar, y fue cuando se queda él solo, en los años cuarenta, cuando decide dedicarse a la ropa laboral.
“Durante la guerra habíamos cerrado, el frente estaba relativamente cerca y aunque era una pequeña empresa, un comercio, había una economía de guerra y éramos considerados pequeños empresarios”, explica. Su madre, Carmen Villarroya, fue quien tomó el relevo. Ahora está retirada pero aún pasa por la tienda de vez en cuando.
La tienda es recuerdo vivo de la vida de la clase trabajadora del barrio que hoy, a pesar de seguir siendo un barrio trabajador, no lo es tan evidentemente en las formas. “Antiguamente la gente iba andando por la calle con ropa de trabajo, veías a la gente con los monos, en este barrio veías a todo el mundo vestido con la ropa de trabajo. Si se tomaban una cerveza después de salir de trabajar iban con el mono. Eso ya no se ve”.
Hoy, sigue siendo punto de reunión de trabajadores de diversos gremios de todo Madrid. “Hostelería, tanto cocina como sala; sanidad (hospitales, clínicas dentales, farmacias, residencias…), de limpieza, de estética, batas de maestro –las hay para los niños más pequeños, muy bonitas– talleres, empresas de mantenimiento y hasta los chicos de La Paloma (que tienen numerosos módulos)”, son los clientes de El Gato Negro.
Mientras hablamos, entra un señor a por una de sus camisas –no necesita probársela, siempre repite–, una cuidadora con una mujer mayor a por unos pijamas…Además de ropa laboral, la tienda surte de ropa, sábanas o mantas a viejos clientes del barrio.
Félix continúa hablando sobre la tienda, “antes las empresas pagaban la ropa de trabajo, lo que debería suceder también hoy por ley. Y la gente no tiene disponible tanto dinero para comprarse ropa”. A El Gato Negro le arrecian los vientos propios de los tiempos, que golpean a todo el pequeño negocio. Cuentan que hace años se regalaba ropa por navidad –“también de trabajo”– y las fechas eran un no parar. Hablan de la venta online y las grandes superficies.
Sin embargo, también son conscientes de que siguen teniendo su nicho de negocio. Ya no se escucha hablar de los trabajadores de cuello azul, pero sigue habiéndolos aunque ahora lleven distintos colores. “Hay más variedad, antes era sota caballo y rey. Había cuatro productos que apenas cambiaban los colores. Las porterías antes tenían un mono o dos, ahora tienen la ropa de faena, a veces un traje, con camisa, corbatas y calcetines, por ejemplo”.
Es casi imposible que hayas pasado por el chaflán de la calle Ávila, en un imponente edificio neomudéjar de 1915, y no hayas pensado que estabas en un rincón singular. Con el colegio Jaime Vera enfrente y la inconfundible portada amarilla de El Gato Negro –escaparate de cajones como los de antes– este esquinazo, viejo y antiguo, es capaz de devolvernos por un momento al Bravo Murillo de antes de las franquicias. Y que cumpla un siglo y dure mucho más.
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