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Recordando la peluquería de Maxi, el templo del tupé rockabilly en La Ventilla que era un oasis contra las prisas

Maxi en su peluquería

Luis de la Cruz

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Una de las secciones más recurrentes de Somos Tetuán es la de historia ¿Quién va a preocuparse aquí de las cosas del pasado si no es el periódico del barrio? Pero algo no pasa la historia por decreto cuando cumple, pongamos, medio siglo. Lo hace en el momento que pasa a conformar parte del andamiaje de una comunidad a lo largo del tiempo. La de hoy es la historia de una peluquería que existió hasta 2012 y que fue –es– importante en su barrio y allende sus fronteras.

En el número 1 de la ventillera calle del Ailanto, en Tetuán, estaba la peluquería de caballeros de Máximo, Maxi para todo el mundo. Era un artesano del tupé –así le llamaron en un artículo de El País– y el regente de un local de culto entre la escena rocker de la ciudad que, cosas de la vida, tenía su sala de operaciones en un barrio barrio en lugar de en los contornos de la calle Fuencarral. Maxi empezó en una peluquería de señoras del cercano Barrio del Pilar, que pronto se convirtió en lugar de peregrinación de sus amigos rockabillys. En 1995 abrió la peluquería de caballeros, como se podía leer en el único letrero que el local tenía por nombre.

Más de una década después de que nos abandonara por el accidente de tráfico, un fatídico día de los Santos Inocentes de 2012, hemos querido recordarle con la voz de algunos de sus viejos clientes –y amigos, camaradas– que, aún hoy, siguen haciendo una pausa antes de hablar de Maxi, como homenajeando al ruido de la aguja en el plato antes de empezar la música.

Empezamos por Raúl. Se fijó en él nada más llegar a trabajar en una oficina bancaria cerca de Plaza de Castilla, donde Maxi llevaba diariamente la recaudación de su establecimiento. Preguntó quién era y se pasó por su peluquería, convirtiéndose pronto en cliente y amigo. “A esa oficina llegué en junio y me fui en julio, fue cliente durante un mes, pero tuvimos muchos años de amistad, de llevarle a su casa, o él a la mía, de quedar…”, explica.

“Era una peluquería diferente a cualquiera que hubiera ido en mi vida y encima estaba él, que era una persona que llenaba el espacio. La química del sitio era tremenda, podías tocar la guitarra, coger un libro (te los dejaba para que los llevaras a casa), sentarte a hablar durante horas…Era un confidente para todos los que íbamos por allí, una especie de psicólogo y consejero”, recuerda Raúl.

Carlos fue uno de los conversos que Raúl llevó a la peluquería de la calle Ailanto. Vecino de Getafe, hizo suyo el ritual de pasar la mañana en la peluquería. “Empecé a ir allí y todo cambio, mi corte de pelo se convirtió en algo realmente importante”, explica. Maxi aparece en el capítulo de agradecimientos de su tesis doctoral.

“Yo me empezaba a quedar calvo y Maxi me decía, tú no te preocupes que cuando haya que rapar, rapamos. Y me hacía un corte de pelo súper guapo. Cuando me casé fui y me dijo, verás que cuando veas las fotos de tu boda, vas a pensar, ¡qué pelo más de puta madre! Y es verdad. Cuando murió, adiós a la melena, me rapé la cabeza”, cuenta con el cariño latiendo en la garganta.

A estas alturas, a nadie que se le escapa que maxi era un tipo auténtico. “Es rock and roll. Puro y genuino rock and roll”, dice Pacho, que tiene muy presentes sus visitas al peluquero de La Ventilla. “Cuántas veces recuerdo con una sonrisa cómo esa esencia, ese rock, esos riffs en forma de palabras… impregnaban cada rincón del Templo de Ailanto”., añade. “Siempre acertaba con el corte. Tenía muuuucho estilo. Desde que le conocí hasta que falleció no perdoné jamás un corte de pelo en su peluquería”, añade Java, otro cliente asiduo.

Los sillones de cuero rojo, una guitarra con los brazos abiertos a los clientes, la máquina de discos, los pósters, la cultura del motor por doquier, las revistas…hacían del local un sitio especial, llamativo, pero lo que hacía quedarse a los parroquianos era intrínsecamente humano. Todos los testimonios coinciden en recordar aquella peluquería como un espacio donde la vorágine de los tiempos se amansaba y a Maxi como un terapeuta, capaz de curar con la escucha, sus consejos y una contagiosa tranquilidad.

“Me acuerdo de que un día llegué muy estresado y le dije: Maxi, tío, tengo prisa, ¿te queda mucho? Porque allí sabías cuando llegabas, pero no cuando te ibas. Carlos, estoy haciendo un trabajo muy profesional, siéntate y lee una revista, me contestó. Estaba haciendo un peinado rocker a un niño”, rememora Carlos.

Para Java, la experiencia no difería mucho: “Su peluquería era un templo. Su templo, donde él se hacía grande. Ir a su templo implicaba cambiar el chip de la ciudad y disfrutar de su mausoleo. No era amigo de las prisas y siempre intentaba bajarte una marcha. Porque su karma se lo pedía y porque entendía la vida de esa forma (su tono de voz, su mirada, su trato excelente). En su templo el ritmo lo marcaba él. Una vez sentado en el trono intentaba hacerte disfrutar de su persona (lo conseguía) y entablabas una conversación amable, sincera y reponedora en muchos casos. A mi entender Maxi calaba bien a las personas. Era un psicólogo con tijeras en vez de bolígrafo”.

Nunca la calle Ailanto recibió tantos visitantes de otros barrios como cuando estaba la peluquería, pero Maxi también era una personalidad en el entorno. “Pasaba mucha gente del barrio a saludarle. Me acuerdo que tenía siempre en la puerta un botijo para beber”, explica Carlos. En la noticia de su muerte, en un pequeño digital del barrio, aparecieron numerosos mensajes de condolencia y dolor. Por ejemplo, Noelia: “Hace un mes fui a visitarle a la pelu, salí a tomar un café al bar de la esquina al que tiempo atrás Maxi me había llevado y el cual forma parte del mundo de Maxi. Cuando pregunto, ¿cuánto es?, la camarera me dice que ya está pagado… mi cara de asombro… yo no conocía a nadie de los que estaban allí. Pregunto, ¿quién me ha invitado? Ha llamado Maxi…siempre pendiente de todo y de todos”.

El periodista Ícaro Moyano, que también era cliente y amigo, dedicó hace pocos meses un podcast a su recuerdo y también lo dibujaba sobre el terreno:

“La primera vez que nos vimos me dijo dos cosas: que en Ailanto no hacía falta candar la moto, que era su calle y allí nadie me la iba a robar porque estábamos en familia. Y luego me miró y me preguntó si me habían cortado el pelo en la Seguridad Social, que aquello era un desastre”.

El impacto de la muerte de Maxi en el mundillo rockero fue importante. El sábado 1 de noviembre de 2014 se hizo un concierto con distintos grupos de la escena en la sala Gruta 77. Un sentido homenaje en forma de fiesta donde, además, los asistentes pudieron llevarse como recuerdo los objetos de la peluquería de caballeros de la calle Ailanto. Un año después salió Maxi. In memoriam, un disco colectivo con temas como Maxi's Barber Shop o Maxi's Mambo Cut Blues que deja un epitafio, como solo podía ser: impreso en vinilo.

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