Un reloj, un anillo y una piedra para recuperar la memoria arrebatada por los nazis a Gabriel Álvarez Arjona
Hay algunas historias que, por los avatares de la vida, tardan en cerrarse. Esta de la que hablamos hoy ha tenido que vencer la dificultad de distintas dimensiones: la distancia, el tiempo y el olvido. Y trata sobre el poder que tienen los ritos en combinación con los objetos materiales –un reloj, un anillo, una piedra– para darnos sentido.
Volviendo a las páginas de 2022 en este mismo periódico encontramos el reportaje 17.000 kilómetros para recoger el anillo y el reloj que los nazis arrebataron a un prisionero español. En él, Carlos Hernández narraba la emocionante historia del encuentro de una familia residente en Australia con su memoria. Y de otro reencuentro en ciernes, materializado en los objetos personales del deportado Gabriel Álvarez Arjona, que finalmente se ha llevado a cabo estos días.
El pasado 2 de octubre se produjo en el Instituto Goethe de Madrid el acto de devolución de los objetos Gabriel Álvarez Arjona, custodiados hasta la fecha en el archivo Arolsen, a sus familiares: un anillo con sus iniciales, una alianza y un reloj de pulsera. Estuvieron presentes, entre otros, la directora del archivo y Manuel Montes, sobrino nieto de Álvarez Arjona, quien hubiera querido que su padre, fallecido el pasado mes de diciembre, le acompañara.
Luego, durante la mañana del sábado 5 de octubre, se instaló una piedra de la memoria en el número 365 de la calle Bravo Murillo, muy cerca de Plaza de Castilla, frente al último domicilio del deportado.
Una historia colectiva de recuperación de la memoria
Todo había comenzado en 2021 con un mensaje en un grupo de memorialistas de Isabel y Jesús, pareja al frente de la familia madrileña de Stolpersteine –las piedras de la memoria de los deportados en campos nazis–. Decía:
“Estamos buscando a los descendientes de Gabriel Álvarez Arjona, deportado madrileño y superviviente, para devolver unos objetos suyos que los archivos de Arolsen custodian desde hace 76 años. Son un anillo con sus iniciales, otra alianza y un reloj de pulsera. Necesitamos que nos ayudéis en localizar a los descendientes, pues sabemos que residió en Francia al finalizar su deportación. Y por desgracia aquí, en Madrid, nos han dicho que su sobrino-nieto se fue a Australia en los años 1960”. Gabriel no tuvo hijos, pero a través de una familiar habían sabido de la marcha de parte de su familia durante los años sesenta a Australia, en el contexto de la llamada Operación Canguro, un acuerdo del franquismo con el gobierno australiano para facilitar mano de obra al país.
Las pesquisas no dieron frutos en Francia, pero a través de Unai Eguía, un profesor de Euskadi involucrado en temas de memoria, dieron con Pan y Chocolate, podcast australiano de temática española en el que se hizo un llamamiento de búsqueda.
Y encontraron a Manuel Montes Expósito, que entonces contaba con 88 años, y a sus hijos. Aunque no había llegado a conocer a Gabriel en persona, la presencia de su tío en el exilio fue importante en su niñez a través de las cartas que se recibían en casa hasta los años sesenta e, incluso, guardaba una fotografía suya. Su hijo, también llamado Manuel –Manny, quien estos días ha estado en las ceremonias de Madrid– lo recuerda de esta manera:
“Manuel Serrano, que vive en Australia y tiene un programa de radio español, me llamó para preguntarme si era el hijo de Manuel Montes Expósito y Herminia Martínez Martínez. Le dije, sí, me has encontrado. Así empezó todo. Después se puso en contacto Unai desde Bilbao y nos vimos en Whatssup Vídeo con Jesús e Isabel, que me contaron toda la historia de mi tío abuelo Gabriel. No sabía mucho, mi padre casi nunca habló de él aunque vivió con su hermano Antonio durante un tiempo aquí, en Tetuán”.
Diversas enfermedades y la edad de Manuel impidieron cumplir su sueño de volver a España a recoger los objetos –el viaje estaba tan presente que llegó a haber un proyecto de documental–. Tristemente, falleció el pasado mes de diciembre, lo que añade una carga extra al cóctel de emociones que ha vivido estos días su hijo. “Por eso me duele mucho participar en estas ceremonias, estoy contento, pero también es doloroso. Espero que esté aquí a mi lado ayudándome”, explicaba Manny visiblemente emocionado momentos antes de que se produjera la colocación de la piedra.
El acto del sábado por la mañana, que congregó decenas de personas en la calle de Bravo Murillo, reunió a muchos de los eslabones necesarios para completar este acto de reparación. Allí estaba Unai, aquel profesor de Bilbao que tan importante fue a la hora de enlazar con el programa Pan y Chocolate. Con la fotografía que se conserva de Gabriel colgada del cuello, leyó su biografía. También estaba María, que le entrevistó en el podcast. Rosario, una cuñada de un sobrino-nieto de Gabriel, que fue quien recordaba que Manuel Montes y su mujer Herminia habían emigrado a Australia. Carmen y Pilar, cuyo tío estuvo en el campo de Neungamme en las mismas fechas que Gabriel. Fueron quienes hicieron entrega a Manny de la piedra para su colocación (el traspaso de poderes de unos familiares a otros es parte del ritual).
Estaban, por supuesto, Isabel y Jesús como anfitriones, oficiando una ceremonia laica y alegre que se han ido inventando colocación tras colocación. Entorno al mediodía, algunos de los implicados en el periplo y miembros de la familia política de Manny se fueron a comer juntos a un restaurante de la zona. A celebrar.
Gabriel y los trabajadores que acabaron en los campos de concentración
Cuando se aprobó la colocación de la piedra en 2022, esta iba a estar en la pequeña calle de Adrián Pulido, también en Tetuán. Distintos retrasos dieron tiempo a Isabel y Jesús a seguir buceando en los archivos. Comprobaron que la familia había vivido en varios lugares de la zona y que el último domicilio –que es en el que se instalan las piedras habitualmente– estuvo en la calle Bravo Murillo, en la parte de lo que entonces aún era el pueblo de Chamartín de la Rosa.
“En los años treinta el tramo se llamó Avenida de la Libertad”, explica Isabel. Jesús, por su parte, es de origen tetuanero y aún recuerda cuando, de niño, en el lugar había un grupo de las características casas bajas que poblaban el extrarradio, en cuyas fuentes de patio lo niños entraban de vez en cuando a beber agua.
El Tetuán de los años treinta era una zona con una gran homogeneidad de clase, poblada sobre todo por trabajadores que, en buena medida, nutrieron las distintas organizaciones de izquierda durante la República. No es de extrañar que, en una calle tan exigua como Adrián Pulido, con solo diez números, hayan vivido hasta tres deportados españoles a campos de concentración nazis, según tienen registrado en Stolpersteine Madrid.
Gabriel era pintor, profesión que siguió ejerciendo en el exilio en Francia, donde huyó por su participación en el ejército de la República. Después del golpe de Estado, se alistó como voluntario en las MAOC, Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas, que tenían su sede en el colegio de los Salesianos, incautado en la misma calle de Bravo Murillo. En mayo de 1944 fue detenido “por su actitud hostil hacia el Gobierno Frances de Vichy” e internado en el campo de Neungamme. Cada Stolpersteine que nos encontramos al paso es un llamador a la memoria de un deportado concreto, pero también una tesela del mosaico social de una generación perdida.
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