El otro día fui a ver la séptima entrega de A Todo Gas, la única saga dedicada a la adrenalina, coches, músculos y ciencia ficción que, junto a Transporter, soy capaz de ver con los ojos como platos, y no sólo ver… Sino que pago por hacerlo en una pantalla de 10x5.
Quizá sea la devoción que siento por Paul Walker (Brian O’conner en la saga), y cuya muerte nos dejó a todos helados, por la seductora voz de Toretto, o porque quizá sea una de esas sagas que me han acompañado durante toda la adolescencia y que ha madurado conmigo, que empezó con carreras ilegales de coches, y que termina con colaboraciones para el Gobierno de los EEUU. Lo cierto es que cada película nueva de esta saga, es mejor que la anterior, lo que me lleva a preguntarme sobre quién fue el que dijo que las segundas partes nunca fueron buenas.
Y es sobre esas segundas partes sobre las que quiero hablaros. Ya Disney se encargó de recordarnos, que las segundas partes nunca son mejores que las primeras, y, seguramente, podrían no serlo, pero, ¿podrían ser igual de buenas? Ahora muchos me diréis que la primera es la esencia, la original, donde el director echa toda la carne en el asador, y que si extrapolamos esas segundas partes a nuestra vida, las personas no cambian, y las segundas oportunidades son errores asegurados.
Pero, ¿qué pasa cuando la decisión equivocada fue precisamente huir? ¿Qué pasa cuando ese kit-kat, anuncio, parón, “Erasmus”, o como quieras llamarlo, te ha enseñado a valorar mucho más esa primera parte? ¿Qué sucede si el destino te empuja a rodar una segunda? ¿Se supone que debemos quedarnos quietos recordando que la primera parte fue buena, y que invertir tiempo y dinero en una segunda puede ser un fracaso? ¿Pensáis que J.K. Rowling pensó en todo eso cuando escribió seis libros más sobre Harry Potter tras su primer gran éxito?
Por supuesto que hay segundas partes que son igual de buenas o incluso mejores que las primeras. Por supuesto que puede salir una obra de arte de cualquier historia rota, cuando la materia prima es buena, y por supuesto que merece la pena regalarse a uno mismo segundas oportunidades cuando la vida te ha enseñado que la calidad no depende sólo de quienes ruedan la secuencia, sino del contexto en que se rueda.
Puede que sea la única que entienda de lo que estoy hablando en estos momentos, pero confío en que alguien sabrá leerme entre líneas: ¿Sabéis cuántas personas han encontrado el éxito en sus vidas en esa segunda parte? ¿Cuántas relaciones han terminado en boda gracias a ese “y si lo intentamos”? ¿Cuántos de nosotros hemos nacido gracias a esa reconciliación que sigue tras 30 años de matrimonio? ¿Sabéis cuántas personas tristes deambulan por el mundo porque alguien les hizo creer que las segundas partes nunca fueron buenas? Pues a partir de este momento me declaro fan incondicional de las segundas oportunidades, y, ¿por qué no? del “nunca es tarde si la dicha es buena” y “a la tercera va la vencida”.
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