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Presas en el centro penitenciario murciano de Campos del Río: “Las cárceles están hechas pensando en los hombres”

Taller de empoderamiento y autocuidados en Campos del Río / ASOCIACIÓN COLECTIVO PARÉNTESIS

Elisa Reche

Murcia —

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Las series de televisión sobre mujeres presas están de moda. Los ejemplos recientes más conocidos serían la española 'Vis a vis' o la estadounidense 'Orange Is The New Black', pero la vida de una mujer en la cárcel dista de estas ficciones televisivas. Para empezar hace décadas que las internas no llevan uniformes -ni amarillos ni naranjas como en estas series- sino que visten su propia ropa.

Hablamos con un antigua presa del centro penitenciario II de Murcia en Campos del Río -el único con dos módulos para mujeres en la Región-, con una funcionaria de prisiones que también ha trabajado allí y con una trabajadora social del colectivo Paréntesis que se dedica a la reinserción de las mujeres presas.

Juana Pérez, expresidiaria de Campos del Río

Juana Pérez (nombre ficticio) tiene 61 años y trabaja de dependienta en una tienda. Hace seis años que salió del centro penitenciario de Campos del Río, donde pasó dos años y medio. En Murcia hay 124 mujeres presas frente a los 1.791 hombres, apenas un 7% de la población reclusa.

“¿Quién está en la cárcel?”, se pregunta Juana de forma retórica. “En la cárcel está la gente pobre y la que no tiene oportunidades, por no hablar de las adicciones. En ningún barrio de dinero hay casas de apuestas para enganchar a la gente. Y esa gente cuando sale de la cárcel tampoco tiene ninguna oportunidad”, apunta.

La expresidiaria cuenta que la mayoría de las mujeres en la cárcel tienen adicciones o están dentro por tráfico de droga. “Traficantes grandes hay pocos, sobre todo se dedican al menudeo. También hay un grupo pequeño que les llaman ‘mulas’ y traen droga de otros países dentro del cuerpo. La mayoría de ellas no tiene adicciones, pero su situación personal les lleva a eso”, señala.

La dependienta se queja de la desasistencia sanitaria que hay en la cárcel. “Una amiga mía murió en Ávila en 2014: tenía un problema de insuficiencia respiratoria y varias enfermedades no tratadas y se murió”, relata con pena al teléfono.

Pérez cuenta cómo hay consulta con el médico y el psiquiatra cada dos o tres semanas y se pueden apuntar hasta diez personas, pero puede haber una lista de 200. “Muchas cosas se solucionan con ibuprofenos y psicotrópicos. La mayor parte de la población carcelaria toma medicación psiquiátrica. Además, las personas que tienen adicciones desarrollan fácilmente enfermedades mentales como la esquizofrenia”.

Las mujeres cuentan con un paquete de compresas al mes, aunque también pueden comprarlas en el economato. Cuando se quedan embarazadas siguen en prisión hasta el séptimo u octavo mes que las llevan a centros con unidades de madres -en Murcia no hay ninguno- donde permanecen junto a sus hijos hasta que cumplen tres años, a partir de ese momento se entiende que los niños pueden tener recuerdos. A partir de esa edad la mayor parte de las veces se ocupa del niño la familia de exterior, sobre todo los abuelos.

“Si tienes un problema de ginecología la Guardia Civil te lleva al hospital y está contigo en la consulta durante toda la exploración. Estás esposada. Cuando vas a parir, los picoletos están ahí contigo”, apunta Juana.

“Las cárceles están hechas pensando en los hombres”, dice la expresa. Aunque el reglamento señala que cada persona tiene que estar en una celda, rara vez se cumple, de forma que se suele compartir. La mitad del centro de Campos del Río está cerrado por falta de personal. Los dos módulos pequeños de mujeres con una capacidad de 60 personas cada uno cuentan, por ejemplo, con un patio cuyo tamaño es la mitad que el masculino.

Rosa Martínez, funcionaria de prisiones

“Las mujeres delinquen poco y las que están han sido arrastradas porque la delincuencia les viene de manos del marido”, dice Rosa Martínez (nombre ficticio), funcionaria de prisiones quien lleva más de 20 trabajando entre rejas. “Son pocos casos de una mujer que no tenga una familia o un marido delincuente. Es raro encontrar a alguien con un solo delito, lo normal es que tenga varias causas: normalmente es su forma de vida”, abunda.

“Muchas veces cuando les ves salir por la puerta ya te imaginas si vuelven al mes siguiente. Las mujeres también entran y salen”, apunta. Rosa, como todas las entrevistadas, cree que muchos de los internos deberían estar en otro tipo de centros, como los psiquiátricos.

La funcionaria se queja de lo difícil que puede ser en ocasiones las actividades mixtas como los talleres educativos, grupos de teatro o clases de pilates. “Se producen muchos amoríos, celos, ajustes de cuentas, cosas delicadas. Tenemos siempre nuestros listados de incompatibilidades para evitar que se pinchen”.

Los presos hacen 'pinchos', las armas de la cárcel, con casi cualquier cosa: un palo de la escoba, un tenedor de plástico, los filtros de las colillas o con trozos de cañerías. “Muchas mujeres cuando no tienen suficiente con lo que les da el marido se buscan a otro que les subvencione sus gastos de droga, café o tabaco a cambios de relaciones sexuales”, señala. “En prisión todo se compra y se vende”, añade.

En las instituciones cerradas como es la prisión, la Iglesia o los barcos existe lo que se llama homosexualidad transitoria. “Las mujeres no se cortan nada en público y se echan novias, aunque tengan sus parejas en otro módulo de hombres o fuera. Eso es muy frecuente. En los hombres también hay homosexualidad, pero las relaciones sexuales son más de compraventa y los hombres son más pudorosos”, apunta la funcionaria.

Rosa cuenta cómo desde que unificaron las escalas funcionariales en 2008 ahora hay muchísimas más mujeres que hombres trabajando como funcionarias de prisiones ya que hasta esa fecha sólo podían corresponderse con el número de reclusos de su sexo. La funcionaria también apunta la diferencia que existen entre las visitas que reciben hombres y mujeres. “Cuando el marido ingresa, la mujer va todas las semanas religiosamente; cuando es la mujer, a ellos ya se le olvida más”, señala.

Virginia Ayala, trabajadora social

“Más del 60% de las mujeres en la cárcel han sufrido abuso sexual y maltrato”, dice Virginia Ayala, trabajadora social presidente del colectivo Paréntesis que está trabajando por la reinserción de las mujeres presas en la Región desde 1994.

Ayala cuenta como estas mujeres proceden en su mayoría de entornos sociales deprimidos. “En esos entornos, las mujeres y los niños son los últimos eslabones a tener en cuenta. Es el miembro de la familia menos valorado y necesitado”, cuenta. “De hecho, muchas veces mujeres entran a cumplir condena asumiendo el delito de la pareja o del familiar. Asumen la responsabilidad porque la familia sobrevive gracias al negocio del hombre. Son figuras prescindibles”, añade.

Debido a que su porcentaje dentro de la población penitenciaria es tan bajo, lo cual sumado a su situación socioeconómica y al hecho de ser menos conflictivas y reivindicativas hace que “estén más marginadas dentro de esta microcultura penitenciaria”.

“Hay determinados grupos de presos que tienen mucho peso porque son muy reivindicativos. Las mujeres, por su cultura, no hacen prácticamente recursos”, añade. Esto les lleva a que en muchas ocasiones no accedan a ciertos destinos remunerados que hay en prisión como en la cocina, mantenimiento o limpieza. Como mucho, llegan a los destinos de limpieza, pero las mujeres muestran más reticencias a la hora de apuntarse a cursos de formación, por ejemplo, en fontanería y albañilería, de modo que no da pie a hacer las actividades en prisión que hacen los hombres, según Virginia.

Durante todo el mes de marzo han organizado multitud de actividades con perspectiva de género en las que suelen incluir a los hombres, además del trabajo de base que hacen día a día. El colectivo llevó a un grupo de diez presas a la Carrera de la Mujer del domingo por la mañana organizada por el diario La Opinión de Murcia y, posterioremente, asistió a la manifestación de las 11.30h. “Esta semana han estado trabajando en sus carteles y eslóganes para la manifestación”, cuenta Virginia.

“Trabajamos mucho el empoderamiento y uno de los valores que les enseñamos es el de aprender a reivindicar y mirar por ellas mismas porque siempre hay alguien más importante que ellas”, apunta la trabajadora social, quien también se muestra contenta con el resultado: “Está calando muchísimo porque tienen unos niveles de comprensión que no hay en la calle”.

El colectivo Paréntesis está dentro de Atenea: una red de entidades sociales que trabajan en relación con mujeres. “La idea es focalizarnos en el hecho de que cuando una mujer entra en prisión tiene muchísimas necesidades debido a la falta educación, la poca experiencia laboral, las cargas familiares, haber sido objeto de violencia de género, tener menores a su cargo, etcétera”.

A través de esta red se diseña un plan de intervención con los equipos de tratamiento en prisión: psicólogos, técnicos, trabajadores sociales y juristas del centro penitenciario para trabajar esos aspectos tanto dentro como fuera, de modo que la mujer cuente con una red de ayuda que le permita no volver al mismo sitio. “Que no se pongan en la puerta de la prisión y digan ahora adónde voy. He conocido a mujeres que no tenían tarjeta médica y que llevaban 25 años sin ir al médico”, señala Virginia.

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