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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

Los responsables de las opiniones recogidas en este blog son sus propios autores.

La hora del recreo

Tercera manifestación en contra de la sentencia de la red de corrupción de menores en Murcia

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*Narración ficticia basada en hechos reales

Suena el timbre. Es la hora del recreo. Desenvuelves el bocadillo de queso que te ha preparado tu madre. Te gusta hacer una bola con el papel albal y tirarla a canasta en la basura del patio. Ester, de tu clase, se te acerca mientras le arreas un buen bocado al bocata. Tienes hambre después de sufrir Educación Física con Anselmo, que te hace dar nosecuántas mil vueltas al patio. Ester está animada, quiere contarte algo chulo: esta tarde iréis a un chalet, a las afueras, a ver unos señores que os tratarán bien y os van a dar dinero. ¿Dinero por qué? Por nada, por estar allí, por pasar el rato. Estos tíos tienen dinero y se aburren, quieren estar con nosotras. No te preocupes, no pasará nada malo, confía en mí. No tardaremos mucho, venga tía, anímate. No será nada. Casi has terminado el bocata. Algo de dinero no te vendría mal. No conoces mucho a Ester, es una repetidora. Se sienta en la última fila y pasa muchísimo de los profesores. Pero no es mala tía, el otro día te dejó un coletero cuando perdiste la goma del pelo y se lo agradeciste mucho porque lo llevabas sin lavar.  Os venís tu amiga María y tú, y así estás más tranquila. ¿Pero seguro que no tengo que hacer nada? Nada, tía, no seas aguafiestas, no va a pasar nada. Como mucho os pedirán un masaje en la espalda. Confía en mí. Nos vemos en la puerta del insti esta tarde a las seis.

Y allí estás, puntual, con María, tu mejor amiga. Pero en lugar de Ester, aparece una señora que dice llamarse Ruth, con acento latino, y os pide que os montéis con ella en un taxi que está allí esperando. Empiezas a pensar que aquí hay gato encerrado, pero Ester te ha asegurado que esos señores quieren pasar un rato con vosotras, sin más. En el peor de los casos que les deis un masaje en los hombros a los señores, y, después, a casa. ¿Y qué? Eso se lo has hecho mil veces a tu madre cuando llega cansada de trabajar.

El taxista culebrea por el centro de Murcia hasta llegar a un chalet en una pedanía que no identificas con ese tipo de urbanizaciones y edificaciones iguales que pueblan estas zonas que antes eran huerta. No pasa mucha gente por la calle. Te empieza a dar mala espina. Miras a María y ella tiene los ojos abiertos, de par en par, como si estuviera alunizando. Cuando por fin subís a la segunda planta del chalet todo está bastante oscuro, excepto por algunas lámparas que iluminan exiguamente la estancia. Varios hombres viejos, porque son viejos, sobre todo uno al que llaman ‘el Gasoil’, están fumando puros, muy contentos, con el brillo de sus miradas posándose en vuestros rostros confusos. En sus manos sostienen vasos de güisqui cuadrados y bajos con el hielo casi derretido, son diminutos cuadraditos transparentes que aún bailan en el líquido ámbar. Te obligan a embutir vasos de güisqui, sin hielo ni nada. Ruth sugiere que digáis que sois aún más jóvenes de lo que sois. Tenéis 15 y decís 13 porque ellos no paran de pedir muchachas “jóvenes y nuevas”.  No sabes si las copas contienen algo más porque empiezas a marearte muchísimo, las lámparas dan vuelta como si fueran una noria, los viejos asquerosos empiezan a desvestiros, arrancaros la ropa interior, a penetraros, a sobaros, a obligaros a que chupéis sus miembros. Solo quieres vomitar. Vomitar y desaparecer. ¿Qué mundo es este que no habíais sido capaz de imaginar? ¿Qué clase de tortura es esta que ningún ser humano se merece? Y todo pasa rápido y lento al mismo tiempo, te tienen encerrada, captas parte de las conversaciones de la compra de un billete de avión a tu nombre para llevarte a otro país. Quieres volver a casa, con tu mami, pero te da vergüenza. ¿Cómo contarle toda esta mierda?

Por la mañana, la policía os saca de allí a María y a ti. Sois zombies, definitivamente, no personas o chicas. Sois muertas vivientes. Tu cuerpo ha dejado de ser tuyo. No te identificas con él, ni siquiera cuando te cortas las uñas. A partir de ahora tu vida siempre seguirá, de algún modo, en penumbra.

Llega el juicio diez años después y los viejos no entran a la cárcel. Vives con mucho miedo de salir a la calle, los viejos son peligrosos y con mucho poder. Siguen sueltos. No sé qué movida de que han pasado muchos años. Aunque a dos mamis y al taxista parece ser que sí los van a mandar al trullo. Por lo menos, ellas os hablaban bien cuando se dirigían a vosotras. Aunque para nada bueno. Desde luego, nada bueno. Te refugias en tu habitación. A veces te asaltan esas extrañas imágenes en mitad de la cena o mientras preparas un bocadillo. Te cortas el pelo y prescindes de tu coleta. A veces das un paseo por un parque infantil que está enfrente de casa. Y ves la sierra a lo lejos. Unas siluetas de color azul oscuro dibujadas contra un cielo añil. La luz te deslumbra desde entonces. Sí, desde entonces, vives entre las sombras.

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