Por qué dejo llorar a mis hijos en lugar de decirles “no llores, no pasa nada”
Mami, ¿a ti te gusta que yo llore?
Esto es lo que Maia, mi hija de tres años, le preguntó a su madre hace unos días. Esta pregunta y la maravillosa respuesta que Ana le dio —pronto la descubrirás— me han inspirado para escribir esta reflexión sobre la torpeza con la que solemos reaccionar ante el llanto de los niños y sus emociones incómodas.
¿Llorar o no llorar? He ahí la cuestión
En casa, Maia puede llorar todo lo que quiera y lo sabe. Ana y yo creemos que el llanto es la manera que tiene un niño de tres años de expresar sus emociones más incómodas —miedo, rabia, tristeza, frustración, soledad— y nos parece sano dejarla llorar. No tiene nada de malo y por eso no solemos intentar cortar su llanto, sino darle pie a que exprese la emoción que hay tras sus lágrimas.
Sin embargo, no todo el mundo comparte nuestra política ante el llanto infantil. Es muy habitual que cuando un niño llora, sus padres, maestros u otros adultos le digan: “No llores, no pasa nada”.
De hecho, cuando Maia llora en la escuela este es el feedback que suele recibir de sus profesoras. Le dicen que no llore, que no pasa nada, e intentan distraerla con lo que pueden.
La intención es buena, pero el resultado no. Lo que están consiguiendo es que Maia piense que a sus profesoras no les gusta que llore. En consecuencia, cuando algo la incomoda y llora en la escuela, siente que está haciendo algo que no está bien. De ahí su pregunta, esa que abre este artículo.
Evitar las emociones incómodas
En su forma más básica, la naturaleza humana es bastante simple: buscamos lo agradable y evitamos lo desagradable. Por esta razón, desde niños nos enseñan a renegar de las emociones incómodas —que solemos expresar llorando—, puesto que no son plato de buen gusto.
Asimismo, vivimos en una sociedad que idolatra el ideal de la felicidad perpetua y rechaza las emociones incómodas y la vulnerabilidad. Parece como si el mensaje fuera: “Si no te pasas el día con una sonrisa en la boca, algo debes de estar haciendo mal”. No está bien visto estar triste ni enfadado ni tener miedo.
Por todo esto, los adultos tendemos a negar, ignorar y ocultar nuestras emociones más incómodas, aquellas que nos hacen sentir vulnerables. Sin embargo, lo peor es que hacemos lo mismo con las emociones difíciles de nuestros niños: en lugar de ayudarles a aceptarlas y enfrentarse a ellas, les enseñamos que deben reprimirlas.
¿Tratarías igual a un adulto?
Imagina que una amiga te dice que está muy triste y, entre sollozos, te empieza a contar lo mal que se siente. ¿Le dirías que no siguiera llorando, que se callase y que no pasa nada? ¿Intentarías distraerla mostrándole un vídeo de YouTube o dándole una golosina? Seguro que no.
Tal vez te pondría en una situación incómoda que compartiera contigo esa emoción, pero supongo que intentarías ayudarla a integrar lo que siente y a gestionarlo de la mejor manera posible. ¿No es así?
No siempre estamos bien
No podemos transmitirle a nuestros hijos el mensaje de que deben estar siempre felices y contentos. Por ejemplo, si siempre que tu hija llora para expresar su malestar cortas su llanto, puede asumir que no debe sentirse así. En consecuencia, cuando se sienta mal por algo, tenderá a reprimir la expresión de su emoción porque no está bien visto mostrarla en público.
En cambio, si los adultos permitimos a los niños llorar para expresar su vulnerabilidad y sus emociones incómodas, a medida que crezcan aprenderán a gestionarlas mejor y desarrollarán nuevas estrategias para expresarlas e integrarlas. Al fin y al cabo, no pueden aprender a gestionar aquello que reprimen.
Y es que nos gustaría que el mundo fuera de color de rosa, pero no es así. El rosa se mezcla con el negro, el verde, el azul y el resto de colores del arco iris. Las emociones incómodas son una parte inevitable de la vida, van en el mismo paquete que las agradables. La vida nos regalará momentos dulces y hermosos, pero también nos hará saborear la pérdida, la enfermedad, la vejez y la muerte.
Debemos prepararnos para lo que todas estas experiencias nos harán sentir y más les vale a nuestros hijos que aprendan a navegar con destreza en este mar de emociones cambiantes.
Llora, hija, ¡nosotros te queremos siempre!
Bueno, ¿quieres saber qué le respondió Ana a Maia? No te haré esperar más:
-Mami, ¿a ti te gusta que yo llore?
-Maia, a mí me gustas siempre. Me gustas cuando lloras, cuanto te ríes, cuando estás enfadada, cuando estás triste...¡Me gustas siempre! Si tú tienes ganas de llorar, llora. No importa si me gusta o no.
Ayudar a expresar
En conclusión, la próxima vez que te encuentres con un niño llorando, piénsatelo dos veces antes de decirle que deje de llorar y que no pasa nada. Aprovecha la oportunidad para ayudarle a expresar lo que siente y hacer algo que le ayude a sentirse mejor; pero sin negar ni ignorar esa emoción incómoda por la que llora.
Y es que, como dice mi amiga Montse cuando su hija llora: ¡Déjala que llore, coño! ¿¡Tú sabes el dineral que me he gastado yo en psicólogos para aprender a llorar!?
¡Tienes más razón que una santa, Montse!