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El “antes y después” de una residencia de Vitoria con 25 ancianos, 22 positivos y 10 fallecidos: “No pueden morir solos”

Un cargamento con mascarillas de la Diputación para residencias

Iker Rioja Andueza

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Ésta es la historia de una pequeña residencia de las afueras de Vitoria, aunque podría ser la de muchas más en medio de la pandemia del coronavirus. 25 ancianos conformaban hasta el 23 de marzo una pequeña gran familia con sus 18 cuidadoras. Pero ese día llegó una mala noticia en forma de positivo en COVID-19. Fue el primero de muchos. 22 de los 25 residentes se han ido contagiando y 10 de ellos han fallecido ya. Se llamaban María, Cristóbal o Milagros. También hay tres trabajadoras de baja. “Esto es un antes y un después”, se sincera una de las responsables del centro, que accede a contar lo ocurrido a cambio de anonimato para ella y para su residencia.

Poco o nada importa cómo llegó el neovirus a la residencia, pero lo cierto es que el primer infectado fue un interno que había estado ingresado días atrás en el hospital de Txagorritxu de Vitoria, que en el inicio de la epidemia constituyó uno de los principales focos de Euskadi. Además, hay una conexión indirecta también con la residencia de Sanitas en el barrio de San Martín de la capital vasca, el primer lugar en cuarentena de Euskadi (ocurrió el 8 de marzo) al aparecer allí un gran brote de coronavirus todavía hoy no resuelto, ya que algunos mayores han dado positivo por tercera vez en los test de esta semana y los fallecidos son una veintena.

Al primer caso le siguieron los demás, como fichas del dominó con el que se entretienen en la residencia. “37.2 grados y a aislamiento. Tos rara y a aislamiento”, cuenta la gerocultora. Solamente tres están sanos y es casi más fácil aislarlos a ellos que a todos los demás. Hasta siete veces ha acudido una ambulancia a llevarse a internos a Txagorritxu. Únicamente en cuatro ocasiones ha realizado el viaje de vuelta. La última, esta misma semana, traía a Isidora, que había estado no sólo en Txagorritxu sino también en San Onofre, un centro de paliativos acondicionado para completar las convalecencias de la COVID-19.

“Ha llegado y la hemos aplaudido a rabiar. Llevaba desde finales de marzo fuera. Sonreía. Está bien. Me ha recordado por mi nombre”, se felicita su cuidadora sin ocultar la emoción. Otra compañera, en cambio, no sobrevivió al trasladó de Txagorritxu a otro centro, en este caso a Zadorra. “Si salen, es mejor que vuelvan a su ambiente. A un sitio que conozcan. Que no les quiten el jardín”.

En el centro no han ocultado la gravedad de la situación a los internos en ningún momento. Ha habido charlas sobre el coronavirus y los más veteranos han recordado otras crisis que han vivido en su juventud. Vestidas como astronautas -en este centro no tienen queja del material facilitado “cada dos por tres” tanto por Osakidetza como por la Diputación-, sus cuidadoras han procurado animar su enfermedad a los más leves con juegos como el bingo y con pequeños proyectos como plantar árboles. No les falta un cargamento de Aquarius para reponer sales minerales.

Algunos de los más graves han fallecido allí, siete en total. Nunca fueron trasladados al hospital. Varios de ellos ya acumulaban páginas y páginas de historial médico, pero ello no alivia el dolor. Al principio morían sin más compañía que la de las trabajadoras. “Les hemos hablado de lo que sea, aunque fueran bobadas, hasta el final. Morir en compañía es importante. Ahora los de arriba se han dado cuenta de que tantos y tantos mayores no pueden morir solos”, explica la coordinadora en referencia a que ahora las autoridades sanitarias sí van a permitir a los familiares visitar a sus mayores en los últimos momentos, sean en el hospital o sean en la residencia.

“Cuando empezó el coronavirus, supimos que era un antes y un después. Se me quitaron las ganas de salir a aplaudir. Trabajo desde entonces de ocho de la mañana a diez de la noche y ha habido día en que me he marchado llorando. Pensaba que los dejaba abandonados. ¡Son mis abuelos! Tengo que tomar una pastilla para poner la mente en blanco y poder dormir”, cuenta la trabajadora de esta residencia. Pero, pese a todo, quedan motivos para la esperanza: “Ha venido la doctora y nos ha dicho que muchos están muy bien. Seguro que la semana que viene son negativos”.

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