¿Pero qué ciudades les dejaremos a los turistas?
Cuando en 2008 dejamos de apostar por el urbanismo expansivo, ese que hacía crecer las ciudades en forma de mancha de aceite, el músculo de la construcción volvió la mirada hacia el centro de las ciudades. El patrimonio ya construido fue redescubierto por quienes veían que la vaca de lo nuevo ya no daba los mismos resultados. El plan Estatal de Vivienda y Rehabilitación 2009-2012 es el que, por primera vez, hace referencia a la rehabilitación en su enunciado.
No era mala idea; las ciudades habían sido abandonadas y en las más grandes acumulábamos lo que se llamaron bolsas de vulnerabilidad, barrios en los que se entretejían los problemas sociales con la degradación urbanística. Se comenzó a hablar, de hecho, de rehabilitación integral. Pero la que era una buena idea no llegó a buen puerto: muchos planes de rehabilitación de edificios se quedaron a medias o no llegaron a quienes más los necesitaban. Algunas de las ayudas ofertadas, con un diseño más que regulero, se quedaron ahí, al alcance de solo unos pocos (quienes podían permitirse el copago y el adelanto del dinero), de modo que se incrementó la desigualdad a nivel de portal.
Más allá de la desilusión por una idea malograda que podría haber mejorado el bienestar de las ciudades, pareció que, del edificio, la mirada se escurrió hasta el suelo. Literalmente. Se agudizó la fiebre por las plazas de cemento, que ha convertido, en no tantos años, una ciudad con defectos en un modelo de ciudad que cuesta habitar y que llega a impedir la sociabilidad. Se habla de la soledad no deseada o de la ausencia de interacción como si fuesen fenómenos en los que no influye el diseño urbano, despreciando el valor y la influencia de los espacios públicos en las relaciones sociales.
No es que no existiesen antes las plazas de cemento, no, pero fue en ese momento cuando en algunas ciudades se solaron plazas enteras, que antes contaban con árboles más o menos “eficientes” (mejorables, claro) y se convirtieron en espacios de paso, más adecuados para mercadillos, terrazas o, incluso, pistas de patinaje en Navidad.
Entre 2009 y 2011 trabajé como becaria en proyectos públicos municipales que tenían que ver con la rehabilitación urbana (entre otras cosas). Recuerdo reuniones enteras en las que se refería el rediseño del espacio como un modo de rediseño social. Uno de los responsables, sin tapujos, defendió la remodelación de cierta plaza de Madrid como una excelente forma de exclusión de ciertos colectivos: si el espacio era incómodo, no estarían allí durante horas y horas. Si esta era una idea particular de esa persona o reflejaba una forma más extendida de entender los usos de la ciudad, no puedo saberlo a ciencia cierta. Apuesto, sin embargo, por la segunda opción y que, si florecen terrazas donde antes hubo árboles y bancos, no es fruto de la casualidad. Puede que tampoco exista relación ni intención en que se cieguen los alcorques y desaparezcan árboles en calles donde ahora existe un vergel conformado por parasoles de terrazas. Yo tengo mis dudas.
Reorientar el uso del espacio público o establecer, a través de la remodelación de lo físico, cuáles son los usos legítimos o ilegítimos de la ciudad tiene muchas consecuencias sociales. Incluso morales, y eso sin entrar en quién tiene el derecho a decidir qué es un uso legítimo. Pero, además, mi sensación es que, en los últimos años, la reorientación de usos se ha ido de las manos, llegando a ser tan exagerada e incomodando tanto los usos no consumistas, que solo permite usos temporales. Para mí, estas plazas son el no lugar del que hablaba Marc Augé y, en conjunto, la expresión de un fracaso. Pero ¿serán estas ciudades fracasadas, sin vecinos en sus calles, portadoras de espacios inhabitables, atractivas para los turistas? ¿Cuánto tiempo aguantarán en las que fueron nuestras ciudades, cuando no quede un árbol? ¿Nos convertiremos en una suerte de ciudades rápidas dirigidas a estancias turísticas cada vez más cortas? Supongo que esta debe ser, para algunos, la pregunta, ya que (las que fueron) nuestras ciudades son cada vez más inhabitables. Tal vez solo los turistas de paso sean capaces de soportar este modelo de ciudad. Igual, ni siquiera ellos.
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