Colmillo y Derrota
“Te reviento la cabeza, y sabes que lo hago”. Alzamos la vista. La plaza de San Ildefonso está abarrotada. Las terrazas son ahora un anfiteatro que callan ante el espectáculo. Un hombre rodea a la que parece ser su mujer con un botellín en la mano. Jadea insultos, la intimida, merodeando a un metro de ella mientras ésta agacha el mentón y solloza. No la toca, pero va acercándose de cuando en cuando mostrando los dientes, que a estas alturas de la escena me parecen colmillos. Ni muy lejos, ni muy cerca. Lo justo para asfixiarla con su presencia. Ella es cada vez más diminuta, una presa agotada de huir. Cuando, exhausta, se retira el pelo de la cara, la veo: la imagen misma de la derrota. Él no cesa. Respira su miedo, que parece darle alas. Miro a mi alrededor.
Nada.
El silencio de esa muchedumbre que segundos antes llenaba cada recoveco con ese inconfundible bullicio veraniego me parece ya ensordecedor. Nadie se mueve. Él se aleja de su presa y miro a mi amiga. Nos levantamos.
-“¿Nadie va a hacer nada?” -nos decimos la una a la otra-. Y nos acercamos a ella mientras él sonríe desde la otra acera. Le preguntamos si está bien y rompe a llorar. Dice que no, que le ha quitado la cartera y se la ha tirado al toldo de enfrente. De fondo, él berrea: “Hazte la víctima, llora ahora…Ayyyy, cómo lloro. ¡Cómo lloro!” -se burla- “¿Por qué no te pones a chupar p****? Si es lo que mejor sabes hacer, zorra”. Él se acerca otra vez y la encara, meneándola como si entre sus brazos ya solo tuviese a un títere, a un amasijo de huesos. Se aleja y ella hunde la cabeza un milímetro más. Sabe que toda la plaza la observa y a mí me parece que va a derretirse de vergüenza, que va a deshacerse de un momento a otro.
Alrededor, nada.
“Si es que ha bebido”, llora ella. “Pero ayudadme, por favor”, susurra. “Tiene mi cartera. Mi cartera está ahí colgada, quiero bajarla. Muchas gracias por venir, qué guapas sois, qué buenas”, nos dice. Yo siento bochorno al oír aquello y pienso que la bondad de la que habla no tiene nada que ver con eso y que a esas alturas toda la plaza debería ser ya un muro de hormigón, protegiéndola de aquel salvaje y de su botella. Sin titubeos: “Tocas a una, nos tocas a todas”. Pero no.
“¿Te hace esto a menudo?” “Cada día. Sí. No. Es que…” Y vuelve la bestia. Esta vez Colmillo se acerca un poco más. “No vuelves a ver a tus hijos, te lo juro. Yo iré a la cárcel pero por mis muertos que yo a ti te reviento la cabeza”. Le preguntamos si ha denunciado alguna vez. Le explicamos que existen formas de alejarse de aquello, de vivir otra vida. Pero Colmillo ha pronunciado las palabras mágicas. Tus hijos. Y Derrota ya no habla. Ya solo niega con la cabeza.
Pasan diez minutos. Para mí, diez horas. Una patrulla se acerca. “¿Han presenciado la escena?” “Sí”, respondemos. Y reproducimos todo. El agente saca un cuaderno y nos pregunta si puede tomar nuestros datos, por si hiciesen falta. Claro. Le ofrecemos el DNI y él anota únicamente las cifras de cada documento. Lo hace rápido y se da la vuelta. Pregunta a la mujer: “¿Te hace esto a menudo?” Ella fuerza una sonrisa. “No… Es que ahora ha tomado algo, pero de verdad, que ya está”. Y nos marchamos desencajadas, convencidas de que acabamos de ponerle cara, llanto y voz a una cifra a la que con suerte, Colmillo dejará vivir.
Este no es un relato de heroicidades. Derrota no es sólo el nombre ficticio de una mujer maltratada. Derrota es la culminación de un episodio lleno de ineficacias burocráticas. Derrota es recibir dos citaciones diferentes para testificar por lo ocurrido en una ciudad en la que no resido. Es el “en cosas de otros mejor no meterse” y el “si lo sé, no me meto”. Derrota es pensar que en esta batalla no nos jugamos todo. Derrota es acostumbrarse al horror hasta el punto de presenciarlo, inmóvil, con una copa de vino en una plaza pública. Derrota es Sandra, Alba, María Elena, la vida que no vivirán. Derrota será también el nombre de sus huérfanos. Es saber que 1017 mujeres han sido asesinadas desde 2003 por el mero hecho de serlo. Derrota es despertarse con la certeza de que serán 1018, 1019, 1020.
Colmillo empuja, escupe, insulta, jadea. Colmillo vive de la ineficiencia del Estado y de la indiferencia ciudadana. Colmillo se relame.