Hacer las paces con la ciencia para salvarnos la vida
Os propongo un análisis de conciencia para hacer las paces con la ciencia, la que nos ha fallado frente a un 'diminuto gigante', invisible y letal. ¿O somos nosotros quienes no hemos estado a la altura? Me pregunto, en nuestra absurda decepción con la comunidad científica, si alguna vez la hemos tenido en cuenta como parte de la maquinaria que repercute de forma directa en nuestro estado de bienestar. Respuesta sencilla: a pesar de que llevamos muchos años quejándonos sobre la falta de financiación, apenas se ha desarrollado una estrategia, un plan de respuestas rápidas y efectivas para abordar crisis sanitarias como la que hoy nos castiga.
De niños pensábamos en coches voladores, en robots que se infiltraban entre nosotros, en colonias submarinas, urbanizaciones en otros planetas y en viajes turísticos a la luna. Hace 30, 40, 50 años nuestro mundo era diferente. Nos imaginábamos las primeras décadas de los 2000 con avances en nuevas tecnologías que todavía a día de hoy son inconcebibles, transformaciones fundamentales que cambiarían nuestro modo de vivir, de relacionarnos. Pero siempre tuvimos una asignatura pendiente, nos faltó interiorizar el gusto por la cultura científica.
Predecíamos un futuro de ciencia ficción pero, ¿acaso no lo es un virus que está tratando de destruir a la raza humana? Aunque algunos visionarios también contemplaron la idea de un apocalipsis provocado por una guerra invisible, microscópica, pero con muertos a escala mundial, –cabe destacar el trabajo del divulgador científico David Quammen– nuestra imaginación sobre los nuevos años 20 no se basaba precisamente en el escenario del coronavirus. ¿Hacia dónde avanzaremos dentro de otros 30, 40 o 50 años más? Es hora de tomar las riendas. De despertar a quienes todavía duermen para dar forma a una investigación más abierta, más útil. Sin coches voladores, sin casas en Marte ni en el fondo del mar, pero con la tranquilidad de aportar el mayor número de recursos posibles a proyectos y estudios científicos, a la innovación para hacer frente a una de las pesadillas que hoy roba el sueño a las mentes más brillantes de todo el mundo, y entre las que destacan también las nacionales. Enjuanes, García Sastre y Miró, científicos de raza que, a pesar de las circunstancias, trabajan sin descanso para encontrar la salida. Parafraseando a Mariano Barbacid, “ojalá España abra los ojos y el corazón a la ciencia”, porque nuestra vida pende de la recreación de los laboratorios.
La ventaja de un rediseño institucional
Sería interesante que aprovecháramos esta situación para revisar nuestro modelo de vida, fomentando una movilidad más limpia, un modelo de consumo sostenible, y el verdadero respeto hacia el medio ambiente. Se ha demostrado la fragilidad de la vida, no es la primera vez que nuestro país sufre una pandemia a lo largo de la Historia, tampoco una crisis económica, y esto debería de hacernos pensar.
También es nuestra oportunidad para provocar un rediseño institucional como infraestructura esencial del nuevo estándar de la política y de la hacienda, del poder en definitiva. Responsabilidades que alcanzan a la necesidad de consolidar un sistema público sólido de investigación, con legislación y carrera estable, consenso político y la plena implicación en la economía productiva.
No hay que esconder las limitaciones, hay que evidenciarlas para mejorar, y el sistema sanitario presenta algunos déficits de gestión, de dirección estratégica, como muchas organizaciones dirigidas por los propios y no centradas en los usuarios. Por ello, es hora de democratizar la ciencia en una doble dirección. Del lado de nuestro sistema científico necesitamos promover la divulgación y la accesibilidad. En la ciencia hallaremos la respuesta, la solución. Pero la ciencia no se hace sola, precisamos proyectarla, experimentarla a todos los niveles sociales. Aquí reside la importancia de la segunda parte de esta dimensión dual que propongo: es muy conveniente, imprescindible, la contribución de la sociedad en el devenir de la innovación, de la investigación.
Y, en este sentido, es justo señalar éxitos como los artículos en abierto de las principales revistas del mundo, Nature, Springer y Elsevier, y de plataformas para la publicación preliminar como Arxiv y Clinicaltrials, que permiten el acceso a los trabajos en tiempo real. La propia OMS y los Centros de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias ofrecen un nivel de transparencia altísimo que ofrece conocimientos con gran rapidez.
Entonces, ¿ha fracasado la ciencia?
Nos da miedo pensar que la Sanidad española no ha estado a la altura, que haya demostrado carencias. Y, aunque no podíamos, o no queríamos, imaginar un virus zoonótico que paralizase nuestra vida, echamos la culpa a la ciencia. Pero la raíz del problema está en haber dejado postergada a la comunidad científica, que tampoco goza de una estructura sólida de ayuda al tejido productivo del país: volcarse en la investigación como desarrollo de una carrera profesional no está considerado una actividad esencial. Siendo honestos, su influencia social y política en España es baja, lo que todavía ennoblece más el trabajo de los asesores científicos del Gobierno, como Miguel Hernán, miembro del equipo científico del Estado, que no cesan en su propósito. A pesar de ello, contradictoriamente, cuando las cosas van mal en cuestiones de salud, miramos de forma intimidante a los científicos, que deberían haber previsto que algo así ocurriría. Una excusa vacía, que llega tarde.
Hay que asumir la falta de preparación de los gobiernos y sistemas sanitarios públicos. Esta desgracia podía ocurrir y lo ha hecho, pero no se sabía cuando, y quizás era precipitado invertir millones de euros en una hipótesis. Agua pasada, conociendo el alcance y las consecuencias, ojalá sí se hubieran realizado esas inyecciones de capital. No obstante, todavía no es tarde: incluyamos inversiones para vitalizar el mercado biotecnológico, se trata del área de mayor innovación dentro del sector farmacéutico, y está relacionado directamente con el sector sanitario. No olvidemos que 350 millones de personas en el mundo se han visto beneficiadas de terapias biotecnológicas, y que el 69% de los productos en desarrollo y el 72% de los nuevos tratamientos para enfermedades raras provienen de la biotecnología.
Con todo esto, sin la preparación con la que al conjunto de la sociedad nos hubiese gustado contar, el Ministerio de Ciencia e Innovación ha concedido ayudas para la investigación frente al COVID-19 por valor de más de 30 millones de euros, además de financiar ensayos clínicos para mejorar la prevención y el tratamiento y validar proyectos para analizar el diagnóstico y las vacunas.
La clave siempre ha estado en la ciencia
Cuando compareció el ministro Pedro Duque en el Congreso, el mismo que se prestó a contestar en directo preguntas sobre coronavirus de niños y adolescentes, insistió en la idea de que la prosperidad de las próximas generaciones pasa necesariamente por hacer una apuesta decidida por el fomento de la I+D+I y el apoyo de la transformación tecnológica de la economía en su conjunto.
Ahora, más si cabe, es un sector estratégico, una oportunidad para entender la vinculación natural entre el medio y la humanidad. Porque tampoco hay voluntad para el cambio climático y a la larga también puede destruir el planeta. Reflexionemos. La educación a los pies de la ciencia es la única actitud que nos salvará la vida.
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