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La médula del voto

Un hombre ejerce su derecho al voto. EFE/Zipi/Archivo

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Ningún español ni española menor de 90 años ha vivido una crisis social y sanitaria más grave que la actual en muertes y ruina. Y absolutamente nadie en el mundo una tan planetaria y sistémica como esta. Controlar de la mejor manera posible la devastación material e inmaterial de esta sindemia exige pues como nunca antes, literalmente, que nuestro voto tenga una médula social, científica y moral que es a la vez completamente nueva y muy antigua.

Una sindemia es el resultado de diversas pandemias epidemiológicas, sociales, ambientales y políticas, con causas y efectos parcialmente comunes, que interaccionan y se multiplican las unas con las otras. Eso es lo más nuevo, lo vivimos cada día: Covid-19 x envejecimiento x enfermedades crónicas x desigualdades sociales x emergencia climática x globalización desregulada.

La parte material de la devastación sindémica es evidente. La inmaterial atañe a tanto sufrimiento humano, a la masiva crisis de confianza, a la degradación ética y política, al legítimo malestar (este, peor incluso que el desencanto de la Transición). 

Conocen bien la relativa invisibilidad de lo inmaterial las personas y las organizaciones que trabajan en procesos socialmente relevantes: los efectos más beneficiosos para la sociedad de su trabajo son a menudo invisibles a primera vista. Profesionales de la educación, el trabajo social, las artes, el medio ambiente, el urbanismo, la movilidad, la comunicación y muchísimas otras tienen experiencia de ello. De esto sabemos también muchas profesionales de la sanidad, la epidemiología y el conjunto de la salud pública, a quienes nadie regala nada, ni en navidad, porque pocos ven los efectos adversos de las tecnologías médicas que evitamos o los brotes epidémicos que prevenimos o las mejoras en el bienestar de la ciudadanía que logran las políticas sociales y ambientales que promovemos. Son temas añejos y actuales, absolutamente merecedores de nuestra reflexión electoral.

Jaleadas a la par por el trumpismo castizo y por el indepe, las gesticulaciones de algunos partidos son, de hecho, insensibles al sufrimiento que la sindemia nos provoca a la mayoría. Los chillidos de la infodemia alientan disonancias cognitivas y éticas, miedo, mentira. Y promueven que el voto de quienes no se sienten vulnerables ignore a quienes mueren o se empobrecen. Por lo menos 6.200 y 5.400 personas mayores han muerto por covid-19 en residencias de las comunidades de Madrid y Cataluña, respectivamente. Las regiones más ricas lideran desproporcionadamente estos hechos dramáticos: de las 30.000 defunciones registradas en España, las de Madrid suponen el 21%, aunque solo dispone del 13,5% de las plazas en residencias de ancianos de todo el país; las de Cataluña comprenden el 18,4%, aunque sus plazas son el 16,3% del total. En Madrid la desigualdad social y la segregación espacial son de las más altas de la Unión Europea. El gobierno autonómico evita mencionarlas; incluso cuando las medidas de restricción de la movilidad siguen causando un daño tan desigual en unos y otros barrios. Nuestro voto puede responder a estos temas trascendentales.

Sin duda, una parte de la población no tiene confianza en que su voto puede promover acciones transformadoras en cuestiones sociales fundamentales, lo cual es una terrible consecuencia de la degradación política, y grato a los intereses de los privilegiados. Pero a pesar de todo, buena parte del electorado vota –con lucidez y emoción– a quienes menos destruyen. Hastiadas de los tambores tribales, surgen nuevas minorías que cambian sus tradicionales adhesiones electorales en favor de la eficiencia social para controlar la sindemia y sus injusticias.

Antes sí eran frecuentes las elecciones autonómicas que solo afectaban a sus votantes nominales, con escasa repercusión fuera de la Comunidad concernida. Ahora, con unas sociedades tan interdependientes, cada vez que vota una Comunidad votamos todos. Y no solo porque lo que esa región hace con su sindemia afecta a todas las demás (y no simplemente a las limítrofes); también porque gobernar la interdependencia epidemiológica y social exige una cooperación institucional y técnica sin precedentes. Más leal, científica y con mayor visión de estado.

En efecto, dar más garantías de eficacia contra la sindemia no solo exige detallar cómo se aplicarán medidas económicas, epidemiológicas, laborales o de vivienda. También requiere explicar cómo se fortalecerán las instituciones de salud pública, cómo las dotarán de un buen nivel científico, capacidad de prevención, visión social... y autoridad. Si permitirán que sean controladas fundamentalmente por el parlamento regional, con autonomía del poder ejecutivo, más protegidas de las interferencias y censuras trumpistas. No es una utopía, es factible, una realidad viva en otros países. Otra cuestión electoral nuclear.

Los populismos pretenden que cedamos el control de la sindemia a determinados políticos, publicistas, lobbies (como los grandes poderes de la hostelería) y supuestos expertos individuales; marginan así a instituciones como las de salud pública. Apoyemos electoralmente a quienes mejor financien esas instituciones, y no solo a las asistenciales; dándoles capacidad de obtener datos válidos (invirtiendo en el rastreo y en sistemas modernos de vigilancia epidemiológica), no manipulados por intereses espurios, para generar información rigurosa y relevante y poner en práctica decisiones eficientes, con su subsiguiente evaluación. Todo ello es parte de la médula del voto.

Las instituciones modernas de salud pública ayudan también a prevenir las luchas intestinas, que han maniatado a algunos gobiernos de coalición. Cuando les damos autoridad, esas instituciones logran que más actores respeten, sin inmiscuirse, el conocimiento científico. ¿No mueve a la reflexión electoral el escándalo que representa atentar contra las propias instituciones de gobierno, en pleno combate contra la sindemia? Claro que sí mueve a las minorías más libres. Hablando de libertad.

¿Y no ha sido dañina la falta de escrúpulos con la que algunos gobiernos de derechas (pero no todos) y algunos soberanistas (no todos) han maltratado al gobierno estatal? Esta vez hay más votantes tradicionales de esas legítimas opciones pensando –de otro modo– para qué se usará su voto.

Logremos pues una política que promueva realmente la salud y la economía para todas mediante un mayor respeto al conocimiento científico y a la autonomía de las instituciones competentes. Y que pueda, así, centrarse en tratar con altura política los verdaderos asuntos de estado, como la gobernanza de la interdependencia inter y supra-autonómica, la modernización del estado del bienestar, la reforma de la constitución y otras leyes, la integración europea o las organizaciones democráticas de gobernanza global. De modo que para nada proponemos que gobiernen tecnócratas o que los partidos políticos se limiten a gestionar. Lo que sí creemos imprescindible es dar más fundamento científico y técnico a las decisiones. Algo por lo que claman muchos ciudadanos, empresas y organizaciones.

Claro que la virulencia de la pandemia es inmensa. Y que en numerosos países instituciones más independientes y preparadas que las nuestras han cometido errores graves. Son razones para fortalecerlas, no para votar a la demagogia. ¿Qué programas electorales explican cómo piensan reforzar la autonomía y las capacidades de la Administración, dotarla del nivel científico y tecnológico que exigen las sindemias postmodernas? ¿Quiénes promoverán mejor la cooperación leal entre las Comunidades Autónomas y el gobierno estatal? Necesitamos ambición para transformar los aparatos de estado más obsoletos, para modernizar técnica, jurídica y económicamente todos los niveles del estado. ¿A quién votar que mejor garantice que Madrid actuará a favor del bien común? 

Existen pues posibilidades diáfanas de que a nuestro voto le demos una médula social, científica y moral inédita.

Miquel Porta, Francisco Bolúmar, Manuel Franco, Aser García Rada, Xisca Sureda, María Sandín, Fernando G. Benavides, Julia Diez, Juan Alguacil y Pilar Serrano son profesionales de la epidemiología y la salud pública.

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