Los menores no acompañados son de los nuestros
Hace más de veinte años, crucé el Estrecho para ir de Sevilla a Tánger en busca de una familia. Yo era profesora de español y mi alumno, que era brillante y muy serio, se llamaba Younes y tenía 14 años. Había llegado a Algeciras escondido debajo de un camión y su familia no sabía si estaba vivo o muerto. Me recibieron con lágrimas y me agasajaron por una delicadeza que me conmovió.
No estamos ante una nueva realidad migratoria. Los niños, niñas, adolescentes y jóvenes que se mueven de forma autónoma, sin sus tutores legales o familias, han sido y son parte activa en los procesos migratorios en el mundo desde hace años. Conforman un colectivo heterogéneo, su movilidad es fruto de las quiebras en los sistemas de dependencia y de las violencias estructurales. Toman la decisión de salir y migrar en función de unas circunstancias que les atañen, unos recursos propios e intransferibles y objetivos distinguibles de su familia.
La llegada de chicos y chicas extranjeros que viajan solos y que protagonizan historias heroicas de esfuerzo y superación, no es algo novedoso aunque algunos medios cada verano siguen repitiendo discursos alarmistas sobre su llegada y algunas administraciones vuelvan a subrayar la “ingobernabilidad” de su presencia.
Tampoco es nuevo el racismo que promueve discursos xenófobos y de odio contra ellos, o modo de dejar claro que “siempre serán los otros”.
En las calles de Sevilla, los vecinos de la Macarena, participaban en un acto informativo organizado por diferentes colectivos sociales para promover la colaboración con un nuevo centro de chicos y chicas extranjeros que abrirá sus puertas en breve en ese barrio. Este acto era la forma de responder a una manifestación convocada días atrás en contra de la apertura de este centro. En las calles de El Masnou, una manifestación a favor de los chicos extranjeros terminaba con un enfrentamiento con otra protesta en contra de la su presencia en esa localidad.
No estamos ante una realidad nueva, pero sí muy mal conocida. La complejidad de hacer casar una legislación restrictiva de derechos –como es la de extranjería– y una legislación promotora de derechos –como es la de protección de la infancia– genera una práctica compleja en el trato a los chicos y chicas extranjeros que llegan solos a nuestro país. La titularidad de sus derechos está constantemente puesta en duda y no siempre existe una actuación diligente por parte de las diferentes administraciones para hacer prevalecer el interés superior del menor. Es decir, existe ya un racismo institucional que pone en duda sus derechos. El modo en el que se aplican las pruebas de determinación de la edad; la imposibilidad de tener un cómputo veraz; las limitaciones en la declaración de desamparo; las denegaciones de las autorizaciones de residencia; la necesidad de reconocer que los mayores de 16 años están autorizados a trabajar y la presencia de menores de edad en los Centros de Internamiento para Extranjeros son, según el Defensor del Pueblo, algunos puntos claves de su desprotección.
Incluso, las observaciones finales de la última evaluación del Comité de los Derechos del Niño de Naciones Unidas sobre los derechos de la infancia en España instan al Estado español a asegurar en todo su territorio la protección jurídica efectiva de los niños no acompañados.
La lista de deberes parece entonces bastante larga. Contrarrestar de forma activa los discursos xenófobos y de odio, exige a las diferentes administraciones responsables de proteger los derechos fundamentales de estos chicos y chicas un trato exquisito y diligente, un trato “a la altura”. Porque son de los nuestros y su presencia en nuestras sociedades es una oportunidad.
En estos últimos 20 años su presencia está contribuyendo a que los diferentes sistemas de protección trabajen en torno a la diversidad cultural y su gestión.
En estos últimos 20 años y en defensa de los derechos de los chicos y chicas extranjeras se han conseguido importantes logros jurídicos que han beneficiado a la infancia y adolescencia en su conjunto.
En estos últimos 20 años nuevas formas de intervención social se están poniendo en marcha para acompañar la movilidad de estos niños, niñas, adolescentes y jóvenes y repensar la territorialidad de los sistemas de protección, que se revela como insuficiente.
Younes ahora vive en Sevilla, es educador en un centro y acompaña a chicos y chicas extranjeros en la carrera de obstáculos que para él es la migración. Siempre me dice: “Una pequeña experiencia de buen trato te puede cambiar la vida. Es eso que yo intento ahora ofrecer, porque yo soy ya de aquí y ellos son de los nuestros”.