Los retos de la Nueva Economía Digital
La cuarta revolución industrial a la que asistimos, que se caracteriza por un modelo de desarrollo centrado en los datos transformados en conocimiento, como las anteriores, mejora los procesos productivos y la vida de los ciudadanos.
Esta transformación tecnológica fundamentada en la información como principal activo y habilitada por la conectividad global permite hablar de economía digital, cada vez más presente en todos los sectores productivos y plantea nuevos retos desde el punto de vista de la política económica.
u. No debemos ver el desarrollo como una amenaza al empleo (es algo que ha ocurrido siempre), sino como una oportunidad de mejores condiciones laborales y una mejor calidad de vida. El progreso en inteligencia artificial, robótica, computación infinita, redes de banda ancha, manufactura digital, nanomateriales, biología sintética y muchas otras tecnologías que están creciendo exponencialmente nos permitirá obtener en las próximas dos décadas unos avances muy superiores a los que somos capaces de imaginar ahora.
Como en ocasiones anteriores, se ha generado un debate en torno al impacto sobre el empleo de esta revolución digital. Lo primero que se debe diferenciar es entre la tecnología que complementa el trabajo humano y la que lo sustituye; pero además, se deben tener en cuenta los nuevos productos y servicios que surgen en esta nueva economía digital. Con todo, hay visiones más optimistas que otras sobre cuál realmente será el impacto neto.
Además del impacto cuantitativo, este cambio tecnológico tiene un impacto cualitativo sobre el empleo, favoreciendo a los trabajadores más cualificados, a los que la tecnología complementa y no sustituye. Este impacto cualitativo aumenta la desigualdad de la sociedad, por lo que se deben tomar medidas.
Pero además de los impactos cuantitativo y cualitativo, esta transformación tiene un impacto conceptual sobre el empleo. Hemos pasado de una relación laboral fundamentada en un contrato fijo con un salario a un contrato temporal que cada vez es más breve en el tiempo, primero, y a una relación profesional basada en la facturación de una serie de servicios después. Ese proceso afecta, por un lado, a los derechos de los trabajadores y, por otro, a la recaudación, pues como consecuencia de este nuevo paradigma, se recauda menos porque se registra menos trabajo y lo que se trabaja no recauda de la misma manera. Por tanto, si los gobiernos quieren mantener las prestaciones de sus estados de bienestar, se deben tomar medidas.
Los retos a los que nos enfrentamos con la nueva tecnología digital no vienen solos. En plena revolución digital tendremos que afrontar otros dos retos globales que también van a tener un gran impacto economía: el envejecimiento poblacional y el estancamiento secular. Las sociedades de los países industrializados están envejeciendo a un gran ritmo. El aumento en la longevidad, gracias a las caídas en las tasas de mortalidad de las edades más avanzadas, va a transformar la sociedad hasta límites insospechados, donde las personas mayores tendrán cada vez un peso mayor dentro de la población. Este envejecimiento afectara al crecimiento potencial de la economía por dos vías. Por un lado, una menor tasa de crecimiento de la población en edad de trabajar y por otro una menor tasa de innovación, y por ende de progreso técnico, tradicionalmente concentrada en la población más joven. Por si fuera poco, algunos expertos empiezan advertir de que entramos en una fase de estancamiento secular de la economía generado no solo por los efectos este envejecimiento poblacional, sino también por una política monetaria incapaz de lidiar con entornos de baja inflación y tasas de interés real cercanas al cero. Son muchos los cambios que se van a producir en paralelo en las próximas décadas.
La coincidencia en el tiempo de los tres retos globales (envejecimiento, estancamiento secular y la revolución digital) hace difícil predecir con exactitud qué es lo que va a ocurrir, y por lo tanto estamos convencidos de que algunas de las medidas propuestas pueden perder protagonismo y que otras muchas, son en estos momentos inimaginables. No obstante, algunos hechos y las políticas que los motivan parecen evidentes. Se precisará de mayor gasto como consecuencia de una población cada vez más envejecida, por un lado, y con más tiempo libre, por otro. Los estados se deben plantear reformas en la manera de recaudar si se quieren mantener los niveles de gasto social.
Algunas de las medidas que ayudarían a transitar en esta transformación serían el unificar los contratos indefinidos y temporales (contrato único), unificar los derechos en cuanto a protección social facilitando su portabilidad(fondo austriaco y sistema de pensiones de reparto de cuentas nocionales), aprovechar esa mayor información y transparencia que permite la trazabilidad de las nuevas tecnologías en las plataformas para recaudar mejor, recatar al idea de una nueva fiscalidad del capital coordinada a nivel internacional, etc. Además, ahora más que nunca, es clave garantizar la competencia empresarial eliminando todas las barreras a la entrada y evitar todas las posiciones de dominio de mercado con la introducción de organismos reguladores independientes con capacidad de imponer multas realmente coercitivas. Sólo cuando los mercados funcionan correctamente, los recursos se asignan de forma eficiente. En este sentido, es clave garantizar la competencia, para que los avances tecnológicos se trasladen a menores precios para los consumidores.
Además, una característica diferencial de esta última revolución es su mayor velocidad. Esta nueva economía digital requiere de nuevos perfiles profesionales, inexistentes hace apenas unos años. Las empresas se caracterizan por tener pocos empleados y muy especializados. A este respecto, es clave tomar medidas en el ámbito educativo para que los estudiantes sean mentalmente flexibles y los trabajadores del futuro tengan habilidades complementarias a la tecnología; pero también, las políticas activas de empleo deben ayudar al reciclaje profesional continuo para evitar desplazados como ocurre en la actualidad. Para ellos, de manera transitoria, una renta mínima con incentivos puede ser la solución.
Asumiendo el entorno de incertidumbre donde nos movemos, ¿por qué no pensar en la revolución digital como una oportunidad que nos ayude a lidiar con el envejecimiento y el estancamiento secular? Por un lado, jornadas de trabajo más cortas y flexibles gracias a la tecnología permitirían alargar la edad de jubilación o incluso hacer más fácil la plena compatibilización de la pensión y el salario. Por otro lado, una economía más intensiva en el factor capital, con la proliferación de los robots inteligentes, puede experimentar ganancias en productividad y ayudar escapar de los malos augurios de los que defienden el estancamiento secular. Sea como fuere nos adentramos en una nueva era donde se van a producir grandes transformaciones no solo en la economía, con la revolución digital, sino también en la sociedad, con el envejecimiento. Es un nuevo periodo sin precedentes, que lejos de inmovilizarnos o atemorizarnos, nos debe activar para poder aprovechar todas las nuevas oportunidades que se nos van a plantear.