La zona de confort
“Atrévete, sal de tu zona de confort”. Este mensaje manido es la recurrente invitación que nos hacen cientos de agencias publicitarias para consumir aquello que nos parece prohibitivo pero tentador, o para abandonar la aburrida monotonía y embarcarnos en el proyecto de nuestros sueños, normalmente un viaje caro.
También atrevidos textos de autoayuda nos lo recomiendan, sin una evaluación de la situación y la persona, sin un diagnóstico, sin un análisis funcional, sin un proceso serio basado en el conocimiento empírico que atesora la psicología como ciencia, sino solo a modo de consejo: sal de tu zona de confort.
En la moda del emprendimiento por el emprendimiento, esta idea fue una pieza clave. Emprende y deja el confort, cumple tus sueños. Tu idea es viable, no hay riesgos, el mercado te hará feliz, solo tienes que atreverte.
A su modo, nos lo dijo Stéphane Hessel, primero con “¡Indignaos!” y después con !“¡Comprometeos!”, salid de vuestro estado de comodidad somnolienta e inducida para oponeros a los poderes políticos y económicos que funcionan de manera opresiva contra la gente y cuyo corrupto funcionamiento ha pervertido la democracia. Hessel también nos invitó a salir de la zona de confort.
A invitarnos a abandonar el confort nos indujeron otros señores jóvenes que lideraban foros dialécticos de muy diversa índole, desde la extrema izquierda, pasando por el aparente centro, hasta la extrema derecha. Así conocíamos a Pablo Iglesias, Albert Rivera o incluso a Santiago Abascal. Albert y Pablo acusaban despreciativamente a los partidos tradicionales de ser lo mismo y formar parte de un sistema que había que descomponer y a ello se sumaba en 2014 Santiago con su discurso de regeneración democrática.
Pablo Iglesias, Albert Rivera y Santiago Abascal coincidieron en pedirnos que rompiésemos con la habitualidad de nuestro voto para luchar contra el establishment y ofrecernos así el fin del bipartidismo que, según ellos, era el germen del fracaso de nuestra democracia.
Fue un discurso compartido, muy popular en medio de una crisis socioeconómica brutal donde los ciudadanos y ciudadanas sufrían la pérdida de poder adquisitivo, la pobreza y el incremento de las desigualdades. Las familias vivían auténticos dramas que tenían su origen en cuestiones políticas y económicas muy complejas, algunas que competían a poderes supranacionales. Los partidos emergentes lo cuestionaron todo, desde la democracia, a la totalidad de las instituciones e incluso al propio Estado del Bienestar. Culparon a la clase política y concretamente al PSOE y al PP como partidos de alternancia en el Gobierno.
Este brevísimo recorrido por la indignación y la salida de la zona de confort para participar en la vida política de la nueva era focalizó todos sus esfuerzos en la detección del problema; una detección sesgada, generalizada y poco minuciosa, pero la gran ausente fue la solución. ¿De qué manera se iban a resolver los problemas de la ciudadanía y cómo los nuevos iban a contribuir a lo que algunos llamaban democracia real?
El 10 de noviembre estamos convocados a unas nuevas elecciones donde la pregunta que tenemos que plantearnos es la siguiente: hay más partidos, pero ¿hay más democracia? ¿Se han solucionado los problemas de los ciudadanos y ciudadanas que salieron de su zona de confort indignados para derribar el establishment?
La respuesta es por todos conocida: no. La democracia crece con la política, no sin ella. Los nuevos partidos quisieron desprestigiar la política para encontrar su espacio, y lo único que consiguieron fue multiplicar las opciones sin incrementar las oportunidades. La ciudadanía tuvo motivos para estar indignada en 2011, pero también los tiene en 2019, porque las expectativas que entonces les infundieron los partidos emergentes se han visto frustradas.
No, el problema no era el bipartidismo, el problema era mucho más complejo. El problema eran casos concretos de corrupción que anidaban fundamentalmente en el Partido Popular, era una crisis económica mundial, era el inicio de una tendencia austericida en Europa que en España redujo la cobertura de derechos y libertades, etcétera.
Los problemas de aquel tiempo fueron muchos, pero no en sí el bipartidismo imperfecto, porque, entre otras cosas, esa tendencia gubernamental era la que legislatura tras legislatura había elegido la ciudadanía con su voto, y elegir libremente en democracia no puede ser un problema. Además, no podemos olvidar que este sistema imperfecto trajo a España 40 años de confort del que, estoy segura, los ciudadanos y ciudadanas no querrían salir.