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Un burdo rumor

Juan Carlos I en una imagen de archivo.

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Mensajero del error tanto como de la verdad, el rumor, la más rápida de las plagas, se fortifica difundiéndose

Virgilio (La Eneida)

Afirmar que esa mujer es hija bastarda de ese señor es un burdo rumor. Tanto como el de Krahe. Los rumores no son noticia y lo dicen todos los manuales de estilo y de ética periodística que se precien, es decir, los rumores no se publican porque no pueden ser verificados ni para bien ni para mal. ¿Cómo ha acabado pues un rumor, que hace décadas recorrió los círculos madrileños y hasta las redacciones y que yacía en el olvido, ocupando el prime time y las portadas en 2023? No me interesa ahora reflexionar sobre ese señor sino sobre un fenómeno que afecta de lleno al periodismo. No olvidaré tampoco referirme al derecho a la intimidad de una mujer no pública que debería haber sido protegido por los profesionales de la información; el de ella y el de su familia y fíjense que voluntariamente dejo aparte el del anterior jefe del Estado, sobre el que otras consideraciones de interés general entrarían en juego. Los límites del periodismo y de la información se hallan en las leyes civiles y penales pero no exclusivamente. Cuando uno detenta un poder, aunque sea informalmente el Cuarto, tiene que ser muy consciente de que puede provocar daños irreparables. No hay poder sin responsabilidad aneja.

Cuando comenzaron a saltar los titulares pensé: “Vaya, alguien ha conseguido al fin la prueba de esa vieja historia”. Esperaba ver, ¡qué sé yo!, documentos que acreditaran transferencias dinerarias, viejas cartas, audios en los que el asunto fuera desvelado por sus protagonistas, confesiones grabadas a escondidas por algún delincuente con visos de espía... No fue así. Lo que aparecía publicado en un libro era la supuesta confirmación por tres fuentes anónimas y de referencia, es decir, tres personas que afirmaban saber algo por otros terceros y que además no daban la cara para decirlo. Me temo que eso no es lo que en los manuales se llama confirmar por tres fuentes. Y me lo temo porque ante un juez tampoco serviría: tres fuentes que no te van a respaldar ante un juzgado y tres fuentes que no han visto ni tienen documentos ni son testigos de nada. Tres fuentes que pueden ser interesadamente falsarias o, incluso, simples transmisores del viejo rumor, no sirven para nada.

Así que eso es lo que tenemos ahora mismo sobre la mesa: tres fuentes anónimas de referencia y tres desmentidos concretos y explícitos, poco comunes además. La supuesta paternidad ha sido desmentida por el propio señalado como padre, por Zarzuela —que niega saber lo que sea que dicen que sabe al respecto— y por la hermana de la señalada como hija, que mostró además su santa indignación por el hecho de que se atribuyera la recepción de fondos B procedentes de ese señor. Eso, en mi modesta opinión de periodista que lleva 40 años en esto, es una cagada de tamaño natural excepto que haya pruebas que los señaladores no han sacado y estén prontos a hacer. Dicen que los periodistas valemos más por lo que callamos que por lo que contamos pues, créanme, no siempre hemos callado por prudentes, por buenas personas o por intrigantes, muchas veces callamos porque no tenemos forma de contar, porque no tenemos forma de probar y cuando eso sucede, no se publica. No hago concesiones.

Escribía Francisco Umbral en El País en abril de 1980: “Uno de los lemas estilísticos de este diario reza: los rumores no son noticia (...) de lo que quiero avisar hoy es de que el rumor vuelve. En la medida en la que nuestra democracia va perdiendo transparencia, como diría Paniker, el rumor va ganando influencia”. Eran otros tiempos, mas hay cosas que no cambian nunca. El estudio del rumor y de la psicología del rumor es básico en la formación de un periodista: Allport y Postman, Knapp, Rouquette, Kapferer y mi preferido Tamotsu Shibutani. Este último insistía en que el rumor surge cuando la demanda de información supera a la oferta por censura, crisis o incertidumbre. Probablemente la falta de transparencia y de información veraz y correcta sobre Juan Carlos I fue el polvo del que proceden los lodos. Cuestión esta sobre la que Zarzuela debería reflexionar.

El rumor forma parte de la historia de la humanidad, no en vano los expertos afirman que las leyendas no son sino rumores cristalizados. Desde la II Guerra Mundial su estudio académico se intensificó y de esa época datan las llamadas Clínicas de Rumores —nacidas en un diario de Boston— que hoy día se reputan novedosas por llamarse verificadores o periodismo de verificación o de datos. Lo chocante del lugar al que hemos llegado es que, en realidad, no hay periodismo si no hay datos y verificación. Y, desde luego, si para el periodismo siempre tuvo gran importancia académica el estudio del rumor fue para que no nos la dieran con queso.

Cuestión aparte es el periodismo de referencia o cita, aquel que considera que el deber de comprobación decae en cuanto citas a otro medio o a otros compañeros. En realidad ni la responsabilidad profesional ni la legal quedan atrás por ese sistema. No es cierto. Excepto que el emisor inicial aporte las pruebas fehacientes de su información, la obligación no decae ni ante el público ni, por supuesto, ante la Justicia. En una demanda de protección de la intimidad no te cubre el expediente citar a otro sin haber realizado la más mínima tarea de verificación propia. Tampoco suele hacerlo señalar sin citar por el sistema del blanco y en botella, leche. Si tú señalas blanco y en botella, puedes ser considerado autor de la intromisión igual. ¡Qué decir de los que pican y además le ponen nombre a tu leche diciendo que es Puleva!

El ex jefe del Estado ha hecho un desmentido ¡a EFE! A ningún periodista tengo que explicarle lo que significa utilizar la agencia oficial estatal para desmentir una cuestión sobre su vida sentimental, algo que no había hecho jamás. “Por respeto a la verdad y al honor niego absolutamente haber tenido relación amorosa alguna con la señora doña.... Y consecuentemente [niego] haber tenido una hija con ella”. Es un puñetazo en el hígado de la verificación periodística. Un desmentido es lo peor que siendo periodista te puede pasar y este es inédito y demoledor. Habrá quien diga “puede que el Emérito mienta, ha mentido en muchas cosas”. Dejando aparte la injusta extrapolación, lo cierto es que da igual. Mientras no tengas las pruebas, si te desmienten tres instancias directamente implicadas, has metido la pata pero a base de bien. Aplaudo desde aquí a todos los que lo dejaron en condicional y en veremos —aunque estoy convencida de que un verdadero titular jamás puede llevar un verbo en condicional—, a otros que lo que convirtieron en noticia fue el hecho de que en un libro se dijera eso, no el eso en sí, a todos los que fueron prudentes; pero insisto en la fortaleza moral y profesional que se deriva de no dejarse arrastrar “porque lo están dando todos”. Lo importante ahora mismo es que alguien diga de ti: si no está seguro, no lo da. Además, si lo comprueban, verán que el tema no calentó los audímetros, así que ni esa explicación prosaica cabe.

Se trate de quien se trate, incluso de la personalidad que cada uno considere más abyecta, los deberes profesionales del periodismo y su compromiso con la veracidad y la verificación, con la comprobación fehaciente de los hechos, no decaen. Si bastara con que alguien te contara cosas ¡qué de páginas y minutos no llenaríamos! Este oficio es un poco más complejo. Extiéndalo al que opina, porque para opinar honestamente también es necesario partir de los hechos contrastados y, en este asunto, no hay mas hechos verificados que los que les acabo de enumerar. No puedo opinar pues sino que, como ya dejó cantado Krahe, es un burdo rumor. Eso y que muchos prefieren la hoguera. La hoguera es el himno de hoy. 

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