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El Café du Croissant

La esposa de un soldado fallecido en la guerra coloca la bandera de Ucrania sobre su tumba.
6 de abril de 2024 21:26 h

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El Café du Croissant está en el número 146 de la rue Montmartre, muy cerca de la antigua Bolsa parisina. Ahora no es un café, sino un bistró, pero el nombre, el local y parte del mobiliario son los mismos del 31 de julio de 1914, fecha del asesinato de Jean Jaurés. El dirigente socialista estaba cenando cuando un fanático nacionalista, Raoul Villain, le disparó dos veces. Jaurés era la voz de quienes se oponían a la guerra. Tras él, los socialistas y los sindicatos.

El 1 de agosto, con Jaurés aún por enterrar, Francia decretó la movilización general. Y todo el país cayó en un furor belicista. El 26 de agosto se formó el gobierno de la llamada Unión Sagrada, en la que participaban incluso los socialistas y los sindicatos. Pensaban que la guerra sería breve. “Por Navidad, victoriosos en casa”, gritaba la gente. El esfuerzo pacifista de Jaurés no había servido de nada. Cuatro años después, cuando se firmó el armisticio, 16 millones de personas habían muerto. Y un tribunal absolvió en 1919, pese a los testigos y la confesión, al asesino Villain, muerto en Ibiza en 1936 a manos de milicianos anarquistas.

Creo que yo, de haber vivido en aquel tiempo, habría estado con Jaurés. Quiero pensar que habría sido lo bastante lúcido como para oponerme a una guerra entre dos bloques imperialistas que, con la excusa de Serbia, ventilaron sus intereses más mezquinos: expansión, revancha, militarismo, colonias.

Como principio, hay que oponerse a cualquier guerra. En algunos casos la opción resulta fácil: Vietnam o Irak, por ejemplo. (Por el desequilibrio entre ambos bandos, prefiero no catalogar como guerra lo que ocurre ahora en Gaza: eso es un brutal atentado terrorista de Hamás seguido por una campaña de exterminio aún más brutal por parte de Israel). En otros casos el asunto aparece más complejo. Me refiero a la guerra de Ucrania.

No olvido que el “no a la guerra” de Francia y Reino Unido implicó la victoria del fascismo en España y no evitó la guerra de Adolf Hitler. Tengo muy en cuenta el derecho de Ucrania a defenderse de la invasión rusa, iniciada en 2022 tras ocho años de guerra más o menos intermitente en las regiones rusófonas y rusófilas. Y podría entender o incluso apoyar el apoyo militar y económico de la Unión Europea a Ucrania (me pareció justificado cuando Kiev parecía a punto de caer), si me explicaran cuál es el objetivo.

¿Queremos una completa retirada rusa, incluyendo el Dombás? Lo considero poco realista. ¿Queremos un acuerdo de paz que implicaría, por fuerza, cesiones territoriales por parte de Ucrania? No parece que los gobiernos europeos presionen para conseguirlo, más bien lo contrario. ¿Qué quiere la Unión Europea? ¿Y Estados Unidos? Sube la fiebre belicista, aumenta el gasto en armamento, se habla de reinstaurar el servicio militar obligatorio, y la única explicación que se ofrece es “la amenaza de Putin”.

En caso de que Donald Trump vuelva a la Casa Blanca, es posible que a principios del año próximo descubramos que Estados Unidos se desentiende de la OTAN. Es posible. Es posible que en tal caso Vladimir Putin se anime a borrar del mapa Letonia, Estonia y Lituania, pertenecientes a la OTAN. Es posible. Es posible que Putin aspire a convertirse en hegemón de una nueva Europa. Es posible. Y temible.

La situación es muy inquietante. Tanto los gobiernos como la Comisión Europea deberían informarnos de sus intenciones. Lo de ahora, caminar como sonámbulos hacia una guerra hipotética (como se comprobó en 1914, esa es la mejor manera de llegar a una guerra real) no resulta aceptable.

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