Los cutres de la corrupción
“Sería el corrupto más cutre si me corrompo por 77.000 euros”, dice José Luis Ábalos. Oh, la cutrez como argumento de defensa. Eran solo 77.000 euros, una cutrez, una miseria. Era solo una multa de Hacienda, dice Ayuso de su novio. Menos que eso: era solo un hilo dental, otra cutrez. Eran solo cuatro trajes, decía Francisco Camps, cuatro trajes cutres. Era solo un bolso cutre de Louis Vuitton, decía Rita Barberá. Era solo una escobilla del váter, decía Jaume Matas, y qué puede haber más cutre que una escobilla. Eran solo prostitutas, decía el Tito Berni, cutre hasta en el apodo. Eran solo puticlubs y cocaína, decía el ex director general de Empleo andaluz. Eran solo unos sobres, decía Bárcenas. Eran solo unas tarjetas black, decían los de Cajamadrid. Eran solo bolsas de basura llenas de billetes de 500, que hay que ser cutre para guardar así el dinero. Era solo un millón escondido en un altillo. Eran solo “volquetes de putas”.
Cuando el corrupto ya no tiene escapatoria, siempre le queda una última bala: la cutrez. Mira qué cutre todo, mira qué poca cosa, mira qué regalos más tontos, mira qué caprichos de nuevo rico, mira qué risa da todo. La cutrez no figura como atenuante en el Código Penal, no te rebajan la condena por cutre, pero te aligera un poco el otro juicio, el juicio público. La cutrez vuelve a los corruptos más humanos. Los vemos con algo de indulgencia, podemos incluso empatizar: míralos, si son igual de cutres que nosotros, unos tiraos, no como los corruptos de guante blanco a los que nunca pillarán. Hasta nos echamos unas risas: ¡berlanguianos! Mira Alvise, acaba de llegar pero ya se lo sabe, y se agarra a la cutrez cuando le pillan: ¿qué autónomo no se ha visto en la tesitura de cobrar 100.000 eurillos sin factura alguna vez? Sin factura y sin trabajar, más cutre todavía.
Todo parece menos cuando es cutre, y con suerte será eso lo que acabe quedando en la memoria. Quién se va a acordar en unos años de que los cuatro trajes cutres eran toda una trama de favores de ida y vuelta con dinero público, del que Camps ha escapado limpio mientras sus exconsellers y compañeros de partido acumulan condenas. O que el bolso cutre de la alcaldesa era la puntita de toda una montaña de corrupción municipal. O que la escobilla del váter (375 euros, hay que ser cutre) era solo la anécdota de un gran saqueo. Y lo mismo las habituales prostitutas (siempre acaban saliendo), que son solo la parte más sórdida y seguramente la más barata de corrupciones millonarias.
Por las mismas, lo más probable es que al final lo de Ábalos no sean 77.000 euros “cutres” (que a cualquiera nos servirían para pagar media hipoteca, pero es que somos también unos cutres), pues solo el alquiler del piso para su pareja ya supera esa cantidad, y la investigación tiene mucho recorrido por delante todavía. Y lo mismo con el novio de la presidenta madrileña: ni es “una multa”, ni una trampita de autónomo que va guardando facturas e intenta colar el hilo dental, pues hay mucha tela que cortar, y seguimos sin saber qué pasa con el segundo ático, nada cutre, del que disfruta la pareja.
El título de “corrupto más cutre” que se atribuye Ábalos está muy disputado, sí.
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