Gallardón a la brasa
Ya podemos añadir con todos los honores al ministro Gallardón a la larga lista de personajes que han tardado en enterarse de que Mariano Rajoy no nació ayer, que te mata de manera tan suave y silenciosa que siempre eres el último en enterarte. Después de pasearse por media España impartiendo lecciones de ética y feminismo a todas las mujeres, aborten o no, crean o no, ahora cuentan en los mentideros que medita su dimisión vagando por los ampulosos pasillos del Ministerio de Justicia.
Seguramente el caballero Gallardón, el cruzado del nasciturus, se las prometía muy felices aclamado por los mismos obispos y votantes fieles que antes le afeaban sus presuntas veleidades centristas. Todo eran ventajas. Quedaba como un paladín cristiano y de paso iba a poder presentarse como el único miembro del Ejecutivo que había cumplido una promesa electoral. En su maquiavélico plan al pobre Rajoy le reservaba el papel de ese presidente blando y escaso de principios que sólo tenía incumplimientos para explicar ante un electorado hambriento de nuevo liderazgo.
Mariano Rajoy le ha dejado hacer, le ha ayudado a quemarse en su propio fuego hasta que ha podido servirlo a la brasa, bien churruscado, como le gusta. Cuanto más se abrazaba el ministro al cardenal Rouco y a los antiabortistas más fervorosos, más silencio guardada a Rajoy para que quedase claro que eran empeños de Gallardón. Cuantas más voces se alzaban dentro del partido contra un proyecto de repenalización del aborto que sólo gusta a la derecha de la derecha del PP, más apelaba el presidente en público a la moderación y al sentido común.
El miedo guarda la viña y perder las elecciones provoca más pánico que las homilías de los obispos o las amenazas de boicot del Foro de la Familia. Las malas perspectivas de alcaldes y presidentes autonómicos populares han acabado de enterrar al nasciturus de Gallardón. Nadie está dispuesto a asumir el elevado coste electoral de una contrarreforma que medio partido ni siquiera entiende.
Una vez más Mariano Rajoy sale al final de un melodrama Popular interpretando su papel favorito. Ese agradecido rol del líder sensato, tranquilo y cabal que sabe cuando hay que parar y dejar de enredar con asuntos que ya empiezan a irritar a su votante medio. Aunque no tiene con quién porque nadie le da dicho una palabra, Gallardón se ha enfadado y se ha encerrado en su habitación. Pero como siempre sucede con los niños, cuando se le pase el berrinche, acabará comprendiendo que todo ha sido por su propio bien.