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El Gobierno parece desbordado

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ante los medios de comunicación tras visitar el Centro Integrado de Formación Profesional de La Laboral, en Gijón. EFE/ Eloy Alonso

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Hace tan solo tres semanas, en la paz política de las vacaciones, un análisis medianamente objetivo tendría que haber concluido que Pedro Sánchez controlaba la situación. Hoy el Gobierno parece desbordado por los problemas. Cada día aparece uno nuevo sin que se hayan solucionado los anteriores. Algunos son inquietantes y amenazan con durar. La fórmula con la que el líder socialista parecía tener garantizado el éxito -control creciente de la pandemia, recuperación económica y fondos europeos- parece haber quedado olvidada. Y algunos agoreros empiezan a hablar de adelanto electoral.

Esto último no va a ocurrir. Al menos en un tiempo previsible y siempre y cuando no se produzca un desastre mucho mayor que los últimamente registrados. Porque a pesar de las tensiones crecientes entre el PSOE y Unidas Podemos, todo indica que el Gobierno va a aguantar sin romperse aún durante bastante tiempo y porque los partidos que desde fuera apoyan al Ejecutivo -y particularmente el PNV- no tienen el mínimo interés en que ahora se celebren unas elecciones que, por lo que dicen las encuestas, podrían llevar a la derecha al gobierno.

Pero no está dicho, ni mucho menos, que ese respiro, esos meses sin elecciones -hasta año y medio o más- vayan a ser necesariamente beneficiosos para Pedro Sánchez. Si no cambia el signo negativo de estas últimas semanas, puede ocurrir todo lo contrario. Y que la izquierda llegue a la convocatoria electoral derrotada de antemano sin paliativos.

Porque, más allá de la fatalidad o de la mala suerte, lo que se ha evidenciado en estas últimas semanas es que este gobierno comete un error detrás de otro y que el liderazgo de Pedro Sánchez adolece de fallos clamorosos. Y si eso no cambia, el desastre final está garantizado.

La fallida moción de censura en Murcia, en marzo de este año, es un antecedente preocupante. Porque allí fueron palpables unos vicios de actuación política que en no pequeña medida se han repetido en estos últimos días. El apresuramiento con el que el PSOE llevó a cabo aquel movimiento táctico, sin haber asegurado férreamente las condiciones imprescindibles para realizarlo -y sobre todo la lealtad de todos los conjurados- resultó incomprensible para los veteranos de la política.

José Luis Ábalos, responsable de la aventura murciana, pagó por aquel fiasco. Pero nadie puede creerse que Pedro Sánchez no estaba al tanto de cómo su ministro estaba haciendo las cosas y de que, de una u otra manera, no fuera él quien diera el plácet final al asalto. Pero nadie en el Gobierno o en el partido socialista expresó la mínima crítica al respecto, con lo cual esas prácticas pueden volver a repetirse en cualquier momento.

Y hay suficientes indicios de que ese apresuramiento y falta de control de los movimientos están en el origen de algunos de los fiascos de los últimos días. Sin duda, en lo relativo al falso ataque homófobo al joven de Malasaña. El Gobierno, y no sólo el ministro Marlaska, compró sin dudarlo la orquestación política e ideológica del acontecimiento. Era la ultraderecha la responsable última de la ola de violencia de los últimos tiempos.

Y lo es, compartiendo esa responsabilidad con la desviación hacia la intolerancia más reaccionaria que se registra en una parte significativa de la opinión pública española, y europea, por no hablar de la norteamericana. Sólo que en Malasaña no hubo ataque homófobo. Y la policía debió de sospecharlo desde muy pronto. Si no, no se entiende el silencio total sobre sus investigaciones durante casi 48 horas. ¿No fueron comunicadas esas dudas al ministro Marlaska? ¿Por qué él no preguntó por los motivos de ese silencio o sobre el estado de la investigación policial antes de hacer sus insinuaciones sobre la ultraderecha? ¿Y por qué no lo hizo La Moncloa antes de convocar una comisión sobre los delitos de odio que ha de presidir Pedro Sánchez?

El episodio de las inversiones para la ampliación del aeropuerto de El Prat también tiene mucho de apresuramiento y de falta de rigor procedimental por parte del Gobierno. ¿Cómo la ministra del ramo, y su responsable máximo, el presidente del Gobierno, han podido dar luz verde a la operación, si la otra parte, el gobierno catalán, estaba dividido irreconciliablemente sobre el contenido del plan? ¿Simplemente porque la iniciativa cuadraba muy bien con la idea de Pedro Sánchez de dejar aparcado durante un buen tiempo el conflicto catalán para poder dedicar todos los esfuerzos y, sobre todo, toda la propaganda, al éxito de la vacunación y a la recuperación económica?

Asunto este último que va muy bien, según coinciden todos los análisis económicos. Y que va a seguir bien en los tiempos que vienen, con una cifra récord del crecimiento económico, hasta del 9% del PIB en 2023. Pero que para la mayoría de la gente está empañado por las increíbles subidas diarias del precio de la electricidad y, en menor medida pero también, de los de otros muchos productos de primera necesidad, para empezar por los alimentarios. El Gobierno se está apresurando ahora en adoptar medidas para frenar la escalada de la luz. Ninguna es especialmente drástica, ninguna rompe el statu quo privilegiado de las compañías eléctricas. Pero, en todo caso, ¿por qué esas medidas no se adoptaron hace muchos meses cuando todos los expertos pronosticaban lo que está ocurriendo ahora?

El alto precio de la energía eléctrica va a seguir golpeando sobre la credibilidad del Gobierno por lo menos hasta la primavera. La acción de zapa del PP también. No porque Pablo Casado espere conseguir resultados concretos, sino porque es lo único que sabe y que puede hacer y porque espera que ese ruido insoportable que propagan su partido y los medios que de él dependen ahogue cualquier mensaje de esperanza que provenga de La Moncloa. Más o menos todos los que saben dan por hecho que no habrá renovación del Consejo General del Poder Judicial hasta que se celebren las próximas elecciones. Y Pedro Sánchez tendrá que cargar con las secuelas negativas que de ello se derivan y se derivarán.

La situación no es por tanto crítica, pero sí muy inquietante. Pedro Sánchez tiene que reaccionar. Y no sólo con buenas palabras y gestos amables. La situación tiene que estar en sus manos. ¿Estará a la altura?

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