Ya que no investigan a Juan Carlos, al menos ahórrennos el pitorreo
Queríamos tanto a Juan Carlos, le estábamos tan agradecidos por su servicio al país, que durante cuarenta años llenamos España con plazas de Juan Carlos I, avenidas de Juan Carlos I, calles Juan Carlos I, puentes de Juan Carlos I, parques Juan Carlos I, paseos de Juan Carlos I, urbanizaciones Juan Carlos I; hasta en el último pueblo de España hay al menos una vía pública juancarlista.
Queríamos tanto a Juan Carlos que en su honor rebautizamos viejos edificios y nombramos nuevas construcciones: rey Juan Carlos se llaman hoy colegios, institutos, universidades, bibliotecas, hospitales, residencias, centros sociales y culturales, centros de investigación, pabellones, estadios, polideportivos, centros de alto rendimiento, polígonos industriales, hoteles, bloques de pisos y complejos de oficinas, un buque de la Armada y una base en la Antártida.
Queríamos tanto a Juan Carlos que durante cuarenta años lo invitamos a inaugurar muchos otros colegios, institutos, universidades, hospitales y todo lo enumerado en el párrafo anterior además de juzgados, ayuntamientos, museos, pabellones, palacios de congresos, aeropuertos y estaciones, ampliaciones y remodelaciones, sedes oficiales y empresariales; y tras cada visita colocamos una placa en la entrada, en recuerdo del día en que honró aquel lugar con su juancarlista presencia.
Queríamos tanto a Juan Carlos que pusimos su nombre a premios de investigación, de periodismo, de economía, de poesía, todos con elevadas dotaciones y a menudo a cargo de presupuesto público, además de becas de estudios, campeonatos deportivos, encuentros anuales.
Queríamos tanto a Juan Carlos que decoramos España entera con su retrato: esculturas, lienzos y fotografías en espacios públicos y edificios oficiales, Congreso y Senado, parlamentos autonómicos y ayuntamientos, en todo tipo de dependencias administrativas o institucionales. Tanta abundancia juancarlista consigue a diario graciosas redundancias: en un mismo desplazamiento de pocos minutos puedes cruzar el puente Juan Carlos I, aparcar junto a la biblioteca Juan Carlos I, caminar hasta la plaza de Juan Carlos I y en la entrada del edificio oficial donde vas a presentar tu trabajo al premio Juan Carlos I encontrar una placa recordando su visita, y en su interior un retrato de Juan Carlos I.
Queríamos tanto a Juan Carlos, lo quisimos tanto tantísimo hasta su abdicación -de la que esta semana se cumplen seis años-, le estábamos tan juancarlistamente agradecidos y manifestamos ese agradecimiento con tanta omnipresencia pública..., que ahora que sabemos que ese mismo Juan Carlos se dedicaba a cobrar comisiones y evadir impuestos nos preguntamos qué coño vamos a hacer con todas esas calles y parques, edificios y premios, infraestructuras y placas, retratos y esculturas.
Queríamos tanto a Juan Carlos, le demostramos con tanta profusión nuestra lealtad monárquica, que ahora que ya no le queremos, ahora que nos sentimos estafados por sus comisiones y cuentas en Suiza y otros chanchullos por investigar, ahora nos parece humillante, una burla, pitorreo, cada vez que tenemos que dar una dirección con su nombre o acudir a un lugar bautizado en su honor, ver todos los días la misma placa o su cara en retratos y esculturas. Como si se estuviera riendo de nosotros, todos los días, una pedorreta a todas horas.
En el Parlamento de Navarra acaban de retirar su retrato, como hace años hizo el Ayuntamiento de Barcelona con un busto. Que sí, que es solo un gesto, un acto simbólico que no sustituye a la verdadera justicia. Pero no olvidemos que si hay una institución que depende de lo simbólico esa es la monarquía. A ver si otros ayuntamientos y parlamentos siguen el ejemplo y mandan al trastero las representaciones de quien no es digno de presidir zonas nobles de instituciones. Empezando por los salones del Congreso de los Diputados, ese mismo Congreso cuya Mesa ha dado portazo a la posibilidad de investigar la corrupción del anterior jefe de Estado; un portazo cuyo eco puede alcanzar al fiscal del Supremo para que se anime a archivar la investigación.
Que retiren sus retratos, y con el mismo impulso aprovechen para renombrar tantos espacios públicos que hoy nos avergüenza pronunciar. Ya que no lo van a investigar ni en el Congreso ni seguramente en los juzgados, ya que tiene garantizada la impunidad, por lo menos que no se siga riendo en nuestra cara a diario. Gracias.
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