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Opinión - Tócala otra vez, Sam. Por Esther Palomera

El laurismo, visto para sentencia

Borràs, en el banquillo durante el juicio.

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La estrella de Laura Borràs se ha ido apagando y la decisión que el tribunal adopte tras juzgarla por una fragmentación de contratos que la presidenta de Junts niega tendrá consecuencias que van más allá de las personales. La sentencia, tanto si es adversa para Borràs como si logra salir indemne, afectará a su partido y se notará en la disputa permanente en la que están instaladas las formaciones independentistas.

Todos los ‘ismos’ asociados a un político son peligrosos porque se fundamentan en un culto que implica la falta de visión crítica. El ayusismo, como pasó en algún momento con el sanchismo, aspira a estar por encima de las siglas y estrategias de su partido. En Catalunya existe el junquerismo, una adoración casi mesiánica al líder de Esquerra. 

El laurismo no es distinto aunque en su caso contiene algunas especificidades porque, a diferencia de Sánchez y Ayuso, la obnubilación por Borràs entre sus seguidores y algunos dirigentes creció mucho más rápido. Otro elemento diferencial es que la carrera de la política catalana se impulsó de manera vertiginosa a partir de cargos institucionales menores y el paso por el Congreso hasta llegar a su efímera presidencia del Parlament. 

Borràs es de trato afable, algo que destacan incluso alcaldes y concejales que no comparten su estrategia, y es de las que mejor se maneja en los debates electorales. Su probada pericia frente a los adversarios no es nada si se compara con la habilidad con la que se mueve en las redes. Es tal su afición a dar coba a sus adeptos en Twitter (una actividad que ha suspendido estos días porque estaba centrada en el juicio), que incluso ha inspirado un gag en el programa Polònia.   

La expresidenta del Parlament ha sido un activo para Junts durante un tiempo pero la duda es si ahora, en plena redefinición del partido, le suma o le resta. Su discurso, suave en las formas y duro en el contenido, no siempre ha ido acompañado por sus acciones, como se comprobó en la retirada del escaño al diputado de la CUP Pau Juvillà. Ella accedió a la presidencia del Parlament proclamando que actuaría de forma distinta a su predecesor, el republicano Roger Torrent, al que reprochaba su cobardía. Pero cuando llegó el momento de suspender a un diputado independentista, la solución fue la misma. 

Si Borràs logra ser absuelta o con una rebaja de pena sustancial (la Fiscalía le reclama seis años de cárcel y 21 de inhabilitación) podrá mantenerse como presidenta del partido, pero debilitada porque sus apoyos han ido menguando. El respaldo incondicional a su mano derecha, Francesc de Dalmases, obligado a dimitir como vicepresidente del partido tras intimidar a una periodista, y el propósito de muchos candidatos municipales, empezando por Xavier Trias en Barcelona, de alejarse de discursos radicales, complican su futuro, diga lo que diga el fallo judicial.

En caso de ser condenada su carrera política quedará truncada y su nombre estará asociado a la corrupción, algo que algunos de sus compañeros en Junts, los que crecieron en Convergència, saben cómo les ha penalizado. La única posibilidad de que no fuese así sería que lograse demostrar en alguna otra instancia judicial que no ha tenido un juicio justo y que, como insiste desde que se inició este caso, es víctima de una persecución política. Algo que muchos en su partido y que en el resto de las formaciones independentistas, ERC y la CUP, niegan porque consideran que no se trata de ‘lawfare’ sino una corruptela de las de toda la vida.

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