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Lecciones británicas

El primer ministro británico, Boris Johnson.

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En esta pandemia cuesta encontrar ejemplos modélicos sin grietas ni riesgos. En muchos sentidos, es una lucha hiperlocal donde los recursos y la población de cada barrio pueden determinar el resultado. Es una carrera en penumbra, con mucha incertidumbre y donde, de momento, no hay ganadores. Pero un poco de perspectiva ayuda a entender que las políticas públicas, la información y la actitud de los ciudadanos en España van ahora por delante de otros vecinos asimilables. 

Llegar a Reino Unido desde España es sorprendente. El país que tiene ahora la mayor incidencia de la epidemia en Europa aparte de Suecia sigue adormilado sin apenas hacer caso del virus, que sigue circulando y matando. En los últimos 14 días, la incidencia de muertos en Reino Unido es de 2,2 por 100.000 habitantes. El único país que supera esta cifra entre los miembros de la UE y el espacio económico europeo es Suecia: 2,7. Ese índice en España es el 0,1. 

En Reino Unido se han registrado más de 44.000 muertes por coronavirus y el “exceso de muertes” respecto a la media habitual es de más de 65.000, un dato que refleja parte de las personas que han fallecido por culpa de la epidemia y que no han sido contadas porque no ha dado tiempo de hacerles el test o porque murieron por no ser atendidas por la saturación del sistema sanitario. En España, las muertes registradas por coronavirus son más de 28.000 y las “no esperadas”, más de 44.000

Al aterrizar en Londres, el pasajero se encuentra con una realidad ahora chocante en el mundo: los agentes de fronteras que le esperan para interrogarlo sobre su estatus legal y su relación con Reino Unido (ni una sola pregunta sobre salud, precauciones o el virus) no llevan mascarilla. Es un lugar cerrado, oscuro y de techo bajo. La agente ante la que el pasajero tiene que quitarse la mascarilla a poca distancia no para de hablar: está al otro lado de una mampara que sin embargo deja al descubierto un agujero generoso justo delante del visitante. Mientras esto sucede, otros agentes se pasean sin mascarilla junto a los pasajeros. El aeropuerto no parece haber hecho cambios significativos más allá de cerrar algunas puertas y poner algún bote de gel. 

La mascarilla sólo es obligatoria en Inglaterra en el transporte público. Es muy raro ver a alguien con ella puesta por la calle. En un recorrido de 15 minutos a pie en Oxford cuento cuatro: dos las llevan mujeres, otra, un hombre y la cuarta está tirada en el suelo. Ni el repartidor de paquetes ni el que trae la compra ni el tipo que entra en casa para arreglar la caldera llevan mascarilla. No son anécdotas: esta encuesta de YouGov muestra que Reino Unido es uno de los países donde menos habitual es el uso de mascarilla, incluso menos que en Estados Unidos, donde ha habido una campaña activa contra este instrumento de protección.

En España, la mascarilla sólo es obligatoria desde mayo, pero desde marzo los viandantes, repartidores, vendedores y casi cualquiera llevábamos mascarilla, incluso cuando era difícil comprarlas en la farmacia y había que hacer chapuzas a mano. Desde marzo, ha habido políticas públicas activas y sentido común de los ciudadanos.

Ahora hay mucha más información científica que en marzo sobre la importancia del uso de las mascarillas por lo que sabemos del virus, que puede permanecer y contagiar a través del aire. Pero el mensaje parece no haber llegado ni a las autoridades ni a los ciudadanos de Reino Unido. Simplemente, no existe la disciplina y el sentido de responsabilidad y solidaridad colectiva que, salvo excepciones, estamos viendo en España. 

No parece una guerra partidista ni una supuesta defensa de la libertad de contagiar como en Estados Unidos; simplemente dejadez o desconocimiento. Después de todo, ni los políticos ni los medios están tan concentrados en una epidemia que parece aceptada como parte de la vida normal, como se quejaba este jueves el director de The Lancet. Los medios no tienen mapas y datos tan visibles, actualizados y destacados como los de los medios en España y no hay un seguimiento pormenorizado, continuo, de qué está pasando.

Reino Unido también es una muestra de que en esta pandemia es fácil aplicar nuevas reglas cuando nadie está mirando. La entrada en la nueva “frontera” del Reino Unido con la Unión Europea es un ejemplo. Al menos hasta el 31 de diciembre, mientras se negocia el nuevo acuerdo de la relación futura, la norma en vigor en el periodo de transición sigue siendo la misma, con la entrada libre para el resto de ciudadanos de la UE, sin necesidad de pasaporte y sin límites a la estancia. Sin embargo, Reino Unido ha aprovechado el momento para empezar a tratar a quienes llegan de otros lugares, aunque vivan en Reino Unido, como extranjeros. 

El interrogatorio en la frontera consiste en preguntar por la duración de la estancia, los motivos de la visita o la extrañeza de un teléfono no local (ni una pregunta sobre síntomas, contacto con enfermos o posibles riesgos). De repente, llegar al Reino Unido se parece más a entrar en Estados Unidos que en un país que sigue estando dentro de las reglas europeas comunes. 

Con la emergencia sanitaria, esto puede parecer lo de menos, pero también es un recordatorio de que los gobiernos tienen ahora un amplio margen para acaparar nuevos poderes y aplicar reglas a su antojo ahora que nadie mira, ahora que tenemos la losa del riesgo permanente para la vida. 

En circunstancias tan difíciles, hay que fijarse en los países que lo hacen mejor para encontrar guías, pero también en los que lo hacen peor para no caer en los mismos errores.

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