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La madrileñofobia

Un grupo de peregrinos descansa en los bajos del Palacio de Raxoy, en la plaza del Obradoiro, para escapar del calor, este jueves en Compostela.

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Se dice que en los años 70 los turistas que venían a Galicia tenían por costumbre acercarse a los muelles para ver las descargas de pescado en las lonjas, del mismo modo que un urbanita se acerca a un grupo de vacas: con una mezcla de pasmo y fascinación. Por aquel entonces los pescadores ofrecían a los turistas muestras de pescado en un gesto de amabilidad, en concreto les ofrecían chinchos –un pescado de pequeño tamaño frecuente en las aguas gallegas–. Pero, también se dice que con el tiempo los turistas comenzaron a aparecer por las lonjas con bolsas de plástico esperando, casi exigiendo, sus raciones gratuitas de pescado. Es por esto que en Galicia al turista garrapata se le conoce como ‘fodechinchos’.

Quizá hayáis leído u oído el término estos días en relación a los madrileños. Pero ‘fodechinchos’ no alude al turista madrileño en sí, sino al turista parasitario con aires de grandeza que llega a su destino catalogando a los locales como “provincianos” (como si él mismo no viniese de una provincia), el turista que desoye las recomendaciones o consejos, el que deja su coche aparcado en zonas prohibidas donde probablemente se lo llevará la marea (el primer coche flotando en una de las Rías Baixas inaugura siempre el verano gallego, como el de un turista haciendo balconing inaugura el verano balear), el que exige tapas o raciones gratuitas, el que no respeta el patrimonio cultural o social (en Cangas de Onís arrancaron este verano piedras del puente romano para tirarlas al río Sella), el que se instala en los lugares más como un conquistador que como un viajero. En definitiva, el término ‘fodechinchos’ no se creó para definir a los turistas madrileños, sino a los turistas irrespetuosos, pero en Galicia el mayor número de turistas proviene siempre de Madrid.

La ‘madrileñofobia’, en sí misma, tiene la misma carga irracional del que ve a todos los gallegos como paletos. Porque el reduccionismo y generalización del otro es una catetada del tamaño del botafumeiro de la Catedral de Santiago, venga de donde venga. Pero cabe preguntarse si esa ‘madrileñofobia’ ha aumentado algo los últimos años y por qué. Y creo que tiene mucho que ver el discurso chovinista de Ayuso, capaz de despertar tanta filias ajenas como fobias. Un discurso que ha elevado la identidad madrileña a una cuestión casi más moral que económica. Madrid como fuente inagotable de grandeza, el lugar del que emanan valores universales tales como la libertad, la representación última y mejorada de todos los españoles, el filtro de belleza de Instagram nacional: España dentro de España.

Y, mea culpa aquí de los medios de comunicación, supongo que no poca gente está cansada de que todo lo que sucede en Madrid se convierta inmediatamente no solo en noticia, también en cuestión nacional; imaginad, por ejemplo, radiada y televisada durante días la boda de cualquier alcalde local, véase de Lugo o de Palencia, imaginad que cualquier otra ciudad sea el reclamo constante en titulares como lo es Madrid: “El precioso pueblo a solo dos horas y media de Albacete que no te puedes perder este verano”.

La 'madrileñofobia', como la 'catalanofobia', es un ingrediente jugoso para los gobernantes, capaces de exprimirlas hasta convertirlas en el victimismo más falaz y quejumbroso. No debería ser un ingrediente jugoso para los ciudadanos. Nunca lo es marcar una línea divisoria radical entre el “ellos” y el “nosotros”, salvo que el “ellos” sean turistas insolentes, claro. 

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